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La tradición trovadora libertaria. Canciones, justicia
social y libertad ............................................................ 26
Cultura
cnt
n°296 diciembre 2003
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cine
La Pelota Vasca, la piel contra la piedra
Documental
Guión y dirección: Julio Medem
Montaje: Julio Medem
Fotografía: Javier Aguirre, Jon Elicequi y
Ricardo de Gracia
Música: Mikel Laboa
España 2003
1h 55min
Germinal
Q
ue corren malos tiempos es
algo que cualquiera ve. Los
fríos del invierno que viene
no son sólo físicos. El helado
aliento de la reacción se deja
sentir detrás de las orejas de cualquiera
que no sea político, cultural y socialmen-
te correcto. Además, las banderas se agi-
tan con afán. Un hecho que no hace sino
aumentar la preocupación. El patriotismo
no sólo es el último refugio de los cana-
llas sino que, en su nombre, se han come-
tido algunos de los mayores crímenes
contra la humanidad. Hoy, un "efecto cola-
teral" es lo que está ocurriendo con la pelí-
cula de Julio Medem, La pelota vasca, la
piel contra la piedra.
En esta sección, habitualmente, se
incluyen los comentarios de quellos que
ya han visto una de las películas que pue-
blan la cartelera. Sin embargo, en esta oca-
sión la reflexión va a ser anterior al
visionado. Como los lectores saben, unos
días antes de su estreno en el festival de
San Sebastián, se desató una campaña en
contra de La pelota vasca. Desde los más
distintos ámbitos se lanzaron dardos sobre
su falta de "objetividad", considerándola
como un panfleto pro etarra. Se trataba
de una acción más de la campaña de con-
frontación en la que se encuentra sumer-
gido el Estado español contra las veleidades
independentistas vascas. El gobierno del
Partido Popular, con su máxima figura al
frente, el presidente del consejo de minis-
tros, José María Aznar, lleva unos años
empeñado en pasar a la historia como
aquél que puso fin al problema vasco. Un
asunto que, bajo distintas formas, lleva
emponzoñando la vida de los habitantes de
parte de la península Ibérica desde hace
casi doscientos años. Desde las ya lejanas
guerras carlistas hasta la actual monarquía
parlamentaria.
Si alguna duda cabía sobre la esencia
represiva de cualquier Estado, lo que ocu-
rre en el País Vasco es una buena muestra.
En las tierras que hoy conocemos como
Estado español si bien cuajó la necesaria
centralización económica y judicial, no ter-
minó de hacerlo desde el punto de vista
geográfico, administrativo y lingüístico.
De forma que los llamados nacionalismos
vasco y catalán se han convertido en una
herida infectada que nunca ha dejado de
supurar pus. Una situación que, en mi opi-
nión, no es sino una muestra del carácter
coercitivo y violento del "contrato social"
sobre el que se basó la construcción del
actual reino de España. Un compromiso
impuesto que, tras la muerte del dictador
general Franco, se fue posponiendo con la
esperanza de que el tiempo lo terminara
arreglando. Una posición heredada, como
tantas otras cosas, del franquismo. La com-
plejidad de la situación de los años seten-
ta determinó adoptarla esperando, quizás,
que el desarrollo económico y la desideo-
logización de la sociedad terminara por
disolver la cuestión.
Sin embargo, no ha sido así. Tanto en
Cataluña como en el País Vasco no sólo se
ha producido la aceptación total del esta-
do, sino que los nacionalistas, con los
medios que la proporcionaron los estatu-
tos de autonomía aprobados, han ido pro-
fundizando en los elementos escisionistas.
Por ejemplo, con la recuperación e impo-
sición del idioma vernáculo y la creación
de una administración que, como toda
que se precie, busca sustituir a las com-
petidoras. Además, en el caso vasco, en
ningún momento dejó de estar presente
una cuestión añadida: la actividad de la
organización ETA que continuó asesinan-
do. Si durante los gobiernos socialistas
los puentes entre el Estado español y la
administración vasca continuaron exis-
tiendo, a pesar de la creación del GAL,
desde su relevo por el Partido Popular
éstos han ido saltando por los aires. Como
si unos y otros hubieran considerado el
momento de "resolver" definitivamente
el asunto. De ahí que, mientras ETA seguía
actuando, los gobiernos de Aznar hayan
ido ensayando, con más pena que gloria,
todo sea dicho, políticas que han ido
extendiendo los problemas políticos y
sociales hasta el punto en el que hoy se
encuentran. Un punto tan peligroso que,
incluso, pienso, ha llevado a intervenir al
monarca mediante la puesta en marcha de
un elemento, que se pretende cohesión
nacional, como es el anunciado matrimo-
nio de su heredero.
En este enfrentamiento entre un Estado
"consolidado" y otro que busca hacerlo los
últimos en poder opinar son, precisa-
mente, los más afectados: los ciudadanos
de a pie. De un lado y de otro sólo se busca
su adhesión inquebrantable apelando a
los más inconfesables instintos, a la exal-
tación de las diferencias, al tremolar de
banderas, al sonido de las trompetas de la
guerra. Si en el País Vasco la presión sobre
los tibios se extiende, en el resto del
Estado no se anda a la zaga. Si algo temen
todos los estados es la libertad, la capaci-
dad de sus, teóricamente, ciudadanos (es
decir, quien en teoría es sujeto de dere-
chos políticos y puede intervenir, median-
te su ejercicio, en el gobierno de su país)
para poder decidir por sí mismos. Para los
gestores estatales somos consumidores,
votantes o infantería que disciplinada-
mente debe acudir a sus llamamientos.
Masa, carne de cañón que debe ofrendar
su vida ante los respectivos altares de la
patria. Sea cual sea. Somos súbditos que
no deben pensar, en todo caso cuanto
menos mejor. Para evitarnos tan funesta
manía cuanta menos información tenga-
mos mejor. ¿Diversidad de criterios, ele-
mentos de juicio? No, eso es peligroso.
Hay que crear "opinión pública". Es decir,
pensamiento único. Tertulianos de radio y
televisión, editorialistas de prensa, leyes,
y artistas deben poner su grano de arena.
Si no lo hacen son demonizados como per-
tenecientes al enemigo, como tibios.
La película de Julio Medem sufre esta
situación. La democracia reconoce dere-
chos, siempre que no se quieran llevar a
la práctica. Piénsese en la vivienda, el tra-
bajo, el derecho de expresión. ¿Cómo, de
otra manera, se puede explicar que una
película sobre una de las cuestiones que
más afectan a la sociedad española, que
ocupa cientos de horas en las emisoras de
radio y televisión, miles de líneas en la
prensa o en libros, apenas haya podido
verse en España? Si observamos a la car-
telera, semanas antes de su estreno com-
probamos que sólo se proyecta en las tres
provincias vascas, Navarra, La Rioja, algu-
nas ciudades catalanas, La Coruña, Burgos,
Madrid y Valencia. Pero no ha sido con-
secuencia de que el público le haya dado
la espalda. En Andalucía, por ejemplo,
sólo se estrenó en Granada y Málaga. En
la primera estuvo dos semanas y en la
segunda una más. ¿Por qué? Hay que
mirar en dirección a las sugerencias inte-
resadas, a los problemas que podría traer
su estreno. A lo peor ni siquiera haya
hecho falta una llamada telefónica o una
presión directa. La peor de las censuras es
la que no hace falta imponer.
Su pecado ha sido el preguntarse cosas,
querer ofrecer una visión del problema.
Pero parece que, fuera del País Vasco, no
hay posibilidad de que ocurra. Cuanto
menos se sepa sobre lo que allí sucede,
mejor. En eso, seguramente, estarán de
acuerdo los patriotas de uno y otro lado.
Lo dicho, el invierno de este año será frío
y oscuro. Se oyen rechinar los dientes de
los lobos de la guerra. Ya muerden en Irak,
pero sus ojos no dejan de buscar nuevos
objetivos. Pagarán los de siempre. Ellos, al
final, se sentaran en una mesa a repartir-
se los despojos.
Como cuando se iba
a Perpignan
En este enfrentamiento entre un Estado
"consolidado" y otro que busca hacerlo los últimos en
poder opinar son, precisamente, los más afectados:
los ciudadanos de a pie. De un lado y de otro, sólo se
busca su adhesión inquebrantable apelando a los
más inconfesables instintos, a la exaltación de las
diferencias, al tremolar de banderas, al sonido de
las trompetas de la guerra
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