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la fotomatona
cnt
Todas las constituciones son estupendas, al
menos yo no conozco ninguna que incluya en
su articulado párrafos como: todas las ciuda-
danas y ciudadanos de este país son desi-
guales ante la ley y no tienen más derechos
que los que quiera otorgarles graciosamente
el déspota de turno que gobierna por espe-
cialísima gracia de su dios correspondiente y
no por el mandato de las urnas ni el sufra-
gio de las masas. En los países con patente
de demócratas resulta imprescindible una
constitución como dios manda, una partitu-
ra que suene a música celestial en los oídos
de los crédulos y de los mansos que nunca
heredarán la Tierra. La mayoría de los que
votaron la Constitución española lo hicieron
seguramente de buena fe y sin saber exacta-
mente que es lo que estaban votando, como
los clientes ingenuos que no se leen la letra
pequeña del contrato porque se fían de esos
vendedores tan simpáticos y con tanta faci-
lidad de palabra.
La Constitución de los Estados Unidos de
América es todo un paradigma de libertades,
igualdades y fraternidades, que sus gober-
nantes se han dedicado a machacar, recortar
y reprimir sistemática y sucesivamente a
beneficio de sus dueños, las grandes corpo-
raciones multinacionales, o transnacionales,
como dice el eufemismo políticamente correc-
to. La Constitución de los Estados Unidos era
un modelo de convivencia siempre que no
hubieras nacido indio piel roja o esclavo afri-
cano, dos minorías, una nativa y otra secues-
trada, que no estaban incluidas en el contrato,
sólo para blancos, preferentemente anglosa-
jones y mayormente protestantes.
La última Constitución española fue un
pacto de compromiso, sancionado por unas
fuerzas políticas improvisadas sobre los des-
pojos del franquismo, UCD o AP, neófitas como
el PSOE, reestructurado sobre los restos del
viejo socialismo, o aún en la clandestinidad
como el Partido Comunista, utilizado como
moneda de cambio. Pacto de miedos y de con-
cesiones que escamoteaba el debate monar-
quía-república y esgrimía ante los ojos de la
clientela una retahíla de presuntos derechos y
libertades que día a día desmiente la realidad
de los hechos. No es lo mismo tener derecho
a una vivienda digna que poder acceder a un
piso con un mínimo de dignidad, tener dere-
cho a una Justicia imparcial que tener a un
Cardenal, fiscal de la Inquisición, como prela-
do personal del líder saliente de La Moncloa.
Antes de caerse de la burra en los prime-
ros metros de su carrera política, el joven
Aznar criticaba, severa y enérgicamente, esta
Constitución de la que hoy se proclama irre-
ductible paladín y único intérprete autoriza-
do. Quizás, cuando después de la caída se
hallaba inerme a los pies del cuadrúpedo,
José María escuchara una voz de lo alto invi-
tándole a convertirse a los modos democrá-
ticos para ascender a los cielos de la alta
política. Claro que también pudo ser simple-
mente un golpe fuerte en la cabeza.
Si no supiera que Su Bajestad Don Borbón no
ha escrito en su vida nada que no sea la lista
de los recados -o sea, que es políticamente
ágrafo--, lo maldeciría por lo que mal-dijo
ayer en el discurso que balbució a propósi-
to de la Constitución.
¿Quién fue el fabricante de frases cam-
panudas que le puso en el papel que «nadie
tiene derecho a apropiarse de la Constitución
ni a rechazarla como ajena»?
Valiente memez. Todo el mundo tiene dere-
cho a rechazar la Constitución como ajena.
Incluyéndome a mí.
No sólo tengo derecho a rechazar la
Constitución como ajena, sino como me dé
la gana. Desde luego que como ajena, pues-
to que ni participé en su confección ni la
aprobé, porque no me dio la gana respaldar
que España siguiera con la Monarquía ins-
taurada por Franco, que el orden económi-
co capitalista sea inmutable y que el Ejército
tenga el peligroso encargo de mantener la
unidad sacra de la Patria. Pero si hubiera
querido rechazarla por cualquier otro moti-
vo, incluso porque sí, también habría esta-
do en mi derecho. (Un derecho reconocido
en la propia Constitución, dicho sea de paso...
y como no podía ser menos, porque si no
quieres reconocer derechos tan elementa-
les como ése, no haces ninguna Constitución
y santas pascuas.)
Nadie puede obligar a nadie a identifi-
carse con una ley, por importante que sea.
Ninguna ley puede obligar a los ciudadanos
a que la aplaudan.
Las leyes se acatan. Hasta que se refor-
man o se derogan.
Las pleitesías son de otro orden. No del
legal. Y menos del democrático.
Extraído de la página web de Javier Ortiz
Domingo, 7 de diciembre de 2003
www.javierortiz.net
296
Diciembre 2003
VI época - Madrid
Divagaciones y Constituciones
¿Mía por obligación?
Javier Ortiz
Moncho Alpuente
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La mayoría de los que
votaron la Constitución
española lo hicieron
seguramente de buena
fe y sin saber
exactamente que es lo
que estaban votando
como los clientes
ingenuos que no se leen
la letra pequeña del
contrato
En el casadero reino de Judicato, un juez ha despreciado por imbécil a un
obrero que se cayó de un andamio. Absolviendo a los empresarios que, para
ahorrar costes y crear empleo, dieron por ingeniosa y de progreso la abolición
de las normas de seguridad. Pero eso ha sido en Judicato, donde una longeva
y negra dictadura de malos puños acosa a los derechos de los ciudadanos. Quizá
hasta ni exista y, como un espejismo, sea un invento del franquismo, como el
Nodo 2 de A Punto Urdaci. Luego cualquier parecido con la esencia "meidi-
nispein" es una descarada coincidencia. Así que, usted, el "amargao", no se
preocupe, que si se quiere suicidar y falla siempre tendrá a mano una toga
que le condene a la pena de muerte: por cobarde, pero no saber que la soga,
como el trabajo, mata. Lo dice la OMS, currante mierda del carajo.
Jenofonte
El señor juez
la fotomatona
No sólo tengo derecho a
rechazar la
Constitución como
ajena, sino como me dé
la gana. Desde luego
que como ajena, puesto
que ni participé en su
confección ni la
aprobé, porque no me
dio la gana respaldar
que España siguiera
con la Monarquía
instaurada por Franco,
que el orden económico
capitalista sea
inmutable y que el
Ejército tenga el
peligroso encargo de
mantener la unidad
sacra de la Patria
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