La destrucción
    
    Cuando en la mayoría de los países estamos 
    asistiendo no solamente a un gran retroceso de procesos de desarrollo 
    anteriormente emprendidos, sino también a una gran destrucción y 
    aniquilación humana (el PIB de los pobladores africanos es un 30% inferior 
    al de 1980) hemos de entender que estos HECHOS no son banales sino que 
    corresponden a una manera determinada con la que el PODER está respondiendo 
    ante la crisis del sistema.
    No es casualidad que el saqueo vaya 
    acompañado indisolublemente con la destrucción de los medios y de la 
    infraestructura básica de los países expoliados.
    Cualquier guerra, cualquier conflicto 
    religioso, cualquier plan antiterrorista, cualquier operación humanitaria 
    ... no es más que la antesala de un futuro saqueo y las trompetas 
    anunciadoras de una gran destrucción. La guerra de Yugoslavia fue 
    premonitoria. Los expertos militares aún no pueden explicarse el bombardeo 
    de los puentes sobre el Danubio.
    Se trata simplemente de abortar cualquier 
    posibilidad de desarrollo que la demanda SOLVENTE no pueda absorber. La 
    diosa ley de la oferta y la demanda debería ser invalidada y sustituida por 
    la ley de la oferta y la demanda solvente. Los alimentos no son para comer 
    sino para vender, las medicinas no son para curar sino para vender, la 
    música no es para escuchar sino para vender, el agua no es para beber sino 
    para vender, ...
    Los conservacionistas llevan razón cuando 
    nos advierten que haría falta tres Planetas como la Tierra para poder hacer 
    generalizable el modelo de progreso actual. Pero no existe ninguna razón 
    científica que pueda demostrar que las necesidades humanas de primera 
    categoría (la alimentación, la salud, la educación y el cobijo) no puedan 
    ser atendidas adecuadamente. No existe ninguna razón científica que pueda demostrar que 
    otras necesidades de bienestar y confort que hemos alcanzado algunas 
    sociedades industrializadas occidentales no puedan ser una gran parte 
    también generalizadas.
 
    adecuadamente. No existe ninguna razón científica que pueda demostrar que 
    otras necesidades de bienestar y confort que hemos alcanzado algunas 
    sociedades industrializadas occidentales no puedan ser una gran parte 
    también generalizadas.
    No existen razones rigurosas que expliquen 
    porque el nivel de vida de muchos pobladores de la Tierra se esté 
    deteriorando progresivamente, porque no podemos acortar la jornada laboral, 
    porque las sulfamidas no lleguen a los niños enfermos de diarrea, ni las 
    vacunas alcancen a terminar con enfermedades endémicas absolutamente 
    conocidas por la Ciencia, porque los cereales se vacían de los graneros de 
    los pueblos hambrientos, porque el agua potable, la luz y el teléfono sean 
    aún desconocidos por una gran parte de los habitantes de la Tierra, etc.
    No existe ninguna razón que pueda explicar 
    que conocimientos científicos que los occidentales aplicamos desde hace 
    muchos años sean desconocidos para la mayoría de la población mundial. No 
    existe ninguna razón que pueda condenar a los pueblos al regreso a la 
    prehistoria.
    Todas estas razones no están avaladas por 
    la Ciencia sino solamente por sentencias bíblicas.
    Contrariamente, estamos en condiciones de 
    solucionar todos estos problemas fundamentales con extrema facilidad. 
    Tenemos los medios y los conocimientos necesarios para solucionarlos. En 
    realidad estamos ante una gran crisis de sobreproducción que no es nueva en 
    el capitalismo pero que ha alcanzado unos parámetros nunca observados en 
    tiempos pasados y que solamente es solucionable para el Poder con un gran 
    salto adelante en la producción y el despilfarro de las riquezas en los 
    territorios imperiales y una gran destrucción en el resto del mundo.
    La miseria, el paro y el deterioro de las 
    condiciones de vida de los pobladores de Derby, de Manchester, de Liverpool, 
    etc contrastaba con los almacenes repletos de mercancías de la Inglaterra 
    pionera de la revolución industrial. La expansión imperialista y el reparto 
    del mundo dio salida a una gran etapa de sobreproducción en donde en un 
    corto periodo (1830-1900) el comercio mundial creció desde los 300 millones 
    de libras esterlinas a casi los 5.000 millones.
    Las grandes evasiones de Capitales hacia 
    el Imperio no tienen otro significado tanto si se convierten en Tesoros 
    (depositados en paraísos fiscales), como si son despilfarrados en grandes 
    obras suntuarias, como si se invierten en grandes proyectos de investigación 
    o tecnológicos (que en función del mercado serán aplicados o no) o son 
    quemados en ingenios militares. Inmensas cifras son apartadas de la 
    producción. La destrucción de Capitales es el signo más evidente de la 
    incapacidad del sistema para continuar determinando el desarrollo de la vida 
    social de los hombres.
    
    El mundo que se avecina
    
    Cuando el modo de producción es mantenido 
    por la fuerza y la destrucción constituye la única posibilidad de su 
    continuidad se abre un periodo de confrontación social.
    Nunca ningún sistema social ha podido 
    detener el proceso imparable de la vida humana que empezó en el Neandertal y 
    que ha continuado hasta la civilización capitalista. Nuestra Historia no ha 
    sido rectilínea pero ha evolucionado en una dirección: del individuo tribal 
    recolector y cazador, autónomo, independiente, autor de sus propios actos 
    que necesitó vivir en sociedad y que disputó con otros hombres los recursos 
    de la naturaleza, al hombre plenamente social. El hombre social fruto de un 
    proceso histórico colectivo en donde su propia individualidad solo puede 
    serle otorgada en y por la sociedad.
    Los hombres que han detentado el Poder 
    nunca han podido detener este proceso. Ningún modo de producción que ha 
    determinado durante un espacio de lugar y tiempo el desarrollo de la vida 
    social, política, intelectual en general de los hombres y que ha calado en 
    su pensamiento y en su comportamiento ha sido capaz de detener este proceso.
    Nuestras anteriores magmas de culturas, 
    identidades, formas tribales, patriarcales, feudales, nacionales, 
    precapitalistas... son fragmentadas, disgregadas, destruidas, olvidadas en 
    un abrir y cerrar de ojos por la fuerza imparable de este proceso. No 
    podemos volver atrás. Las llamadas de los recogedores de cadáveres son 
    inútiles: ¡Resucitemos a la burguesía nacional¡ ¡Resucitemos los partidos 
    políticos¡ ¡Resucitemos al artesanado¡ ¡Resucitemos la explotación fabril¡ 
    ¡Resucitemos a los Sindicatos¡ ¡Resucitemos a los reyes y a los césares¡ 
    ¡Resucitemos al Estado Social¡ ... Palabrería en vano.
    No es la conciencia de los hombres la que 
    determina su existencia, sino su propia existencia social (los lazos que 
    unen a los hombres en su lucha por la vida en unas condiciones determinadas) 
    la que determina su conciencia.
    Estos lazos los estamos creando 
    constantemente y los estamos estrechando en razón a los medios y a los 
    conocimientos que alcanzamos en un largo proceso cada vez más imperiosamente 
    colectivo.
    Impedir este proceso es una tarea 
    fracasada.
    Nada podrá impedir que estos lazos a favor 
    de la vida y del bienestar de los seres humanos se estrechen cada día con 
    más fuerza, que no usemos para el beneficio común la gran revolución 
    científica que hemos alcanzado, que no usemos los alimentos para comer, las 
    vacunas para curar nuestras enfermedades, el agua para beber, las fuentes 
    energéticas para hacer funcionar nuestras fábricas robotizadas, los medios 
    de comunicación para generalizar nuevos conocimientos, nuevas técnicas, 
    nuevos métodos de trabajo, que las aportaciones de cada individuo sumen a la 
    gran progresión geométrica de otras aportaciones (de una ida y vuelta , de 
    un suma y sigue ininterrumpido),.. Nada podrá impedir que la Humanidad en su 
    conjunto ante tales posibilidades, que nos abren la puerta a una Historia 
    hasta ahora desconocida, no se ENFRENTE masiva y decididamente a los 
    sectores privilegiados que intentan impedir que esta gran revolución se 
    desarrolle.
    A los miedosos, asustados y cobardes que 
    no quieren aceptar que un mundo nuevo está ya en la antesala, al alcance de 
    nuestra mano (y que solo intentan reformar el viejo o regresar al pasado) no 
    quieren aceptar lo más evidente, la obviedad más manifiesta: Para que la 
    Humanidad pueda USAR para su beneficio los medios y conocimientos alcanzados 
    debemos enfrentarnos sin dilación con la única ley que ha sido intocable e 
    inamovible a lo largo de nuestra Historia pasada, la ley que todos ustedes, 
    ciegos del intelecto, omiten en todos sus escritos , discursos y parrafadas: 
    LA LEY DE LA PROPIEDAD PRIVADA.
    Una sola ley, defendida con uñas y 
    dientes, ha de enarbolar la bandera de los ciudadanos del mundo: LA LEY DEL 
    PATRIMONIO COMUN.
    Solamente de este manera podremos cambiar 
    el rumbo de una etapa de destrucción y de barbarie a la que la sociedad del 
    Capital nos lleva irremediablemente. Porque el callejón, no tengan ustedes 
    ninguna esperanza, no tiene salida.