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        es una alegría que el cine sea algo más que ese entretenimiento que nos 
        quieren vender aquellos que se declaran anti-políticos pero que son los 
        más políticos que se conocen ... claro que de fachas para arriba. Es esa 
        gente que no considera política los muertos en "accidentes" laborales o 
        que "primos" y amigos estén metidos en el mismo cajón del "Prestige" o 
        de cualquier otro chapapote sangriento. Más alegría da que, con todos 
        los respetos, el documental no trate como los de la segunda cadena de 
        TVE. Aunque algo tienen en común: sus protagonistas son trabajadores, 
        una especie de bichos que cuanto menos se les vea y más embrutecidos 
        estén pues mejor. En resumidas cuentas, que se trata de una película 
        poco habitual en las pantallas comerciales.
        Quizás por eso, el estreno de El 
        efecto Iguazú ha sido medio clandestino: tres salas en toda España y 
        en una de ellas, la Nápoles de Barcelona, en una única sesión. Se 
        preguntará el avisado lector que qué tiene la película. Y se responderá 
        quien la haya visto, como este que escribe, que nada que se salga de los 
        límites de lo políticamente correcto. A menos que se considere 
        incorrecto que más de mil trabajadores se opongan a los designios que 
        los ejecutivos de turno han decidido sobre sus vidas y las de sus 
        familiares. Y, lo que es más grave, se considere merecedor de pasar a la 
        posteridad en una película distribuida por el circuito comercial, aunque 
        sea en las lamentables circunstancias descritas. Aunque de todas formas 
        no se pueden quejar porque han tenido "la suerte" de que el mundillo 
        artístico ha decidido rememorar viejas épocas y ha tomado una 
        beligerante actitud frente a los designios bélicos del Imperio. En el 
        "paquete", ha entrado el premio al mejor documental de la institución 
        hispana creada a imagen y semejanza de la del otro lado del océano 
        Atlántico.
        No creo que haga falta recordar la 
        odisea de los trabajadores de la empresa SINTEL en el paseo de la 
        Castellana de Madrid. Los meses de su campamento, la vida en él y las 
        gestiones que culminaron en una multitudinaria asamblea en los locales 
        de Comisiones Obreras en la que se aprobó por unanimidad, o casi, el 
        acuerdo alcanzado. Imágenes que valen más que mil palabras, páginas, 
        panfletos, libros que se escriban en contra de la burocracia sindical, 
        de las elecciones sindicales y de este sindicalismo de gestión que nos 
        domina. Los rótulos finales denunciando el incumplimiento, hasta hoy, 
        cuando se escriben estas líneas, no pueden enderezar el ritmo y la 
        columna vertebral de un documental que no se corresponde con el 
        dramatismo de los hechos que retrata. Aunque el problema de El efecto 
        Iguazú no es sólo la debilidad de su mensaje, sino su propia 
        concepción cinematográfica: más cercana al reportaje televisivo que al 
        documental propiamente dicho. De tal forma que parece que se trata de un 
        "Informe Semanal" de algo más de hora y media de duración. Como una 
        especie de monográfico. Falta profundidad, progresión dramática, 
        incluso, y seguro que estoy equivocado, creerse lo que se cuenta. Porque 
        este tipo de películas no puede hacerse como un encargo. En resumen le 
        falta sangre, le falta la violencia de las aguas de la catarata que le 
        da nombre.
        De todas, formas, lo dicho. Menos da 
        una piedra y más como están los tiempos. A señalar que entre tanta 
        propaganda subliminal de Comisiones Obreras, el detalle de mostrarnos a 
        dos confederales con bandera como capote.
        No puedo dejar de despedirme con un 
        hasta el próximo número si el emperador Bush II lo permite.