El traslado
de prisioneros lejos de su lugar de residencia es ancestral costumbre de
vencedores. Ello obedecía a cuestiones políticas y económicas. César nos
cuenta en su Guerra de las Galias
cómo se servía del traslado forzoso de hijos y parientes de
los personajes más influyentes para impedir la rebelión de los pueblos
conquistados. A la menor señal contestataria, los cautivos eran ejecutados
en Roma, donde permanecían a buen recaudo. Las economías eran simplemente
eso, negocio, y, por cierto, muy boyante, tanto que la misma Iglesia fue
quien tomó el relevo de los latifundios romanos, explotados exclusivamente
por esclavos traídos de lejanos lugares, y mantuvo la cabaña de esclavos
hasta bien entrada la época altomedieval, cuando se apercibieron que era
más rentable conceder una suerte de libertad a los esclavos, para que
ellos mismos se mantuviesen y sólo aparecieran para pagar religiosamente
su diezmo. Textos de San Pablo y de San Agustín daban el visto bueno a sus
congéneres eclesiásticos para servirse de la mano de obra esclava en busca
de enriquecimiento, haciendo bueno el resto de códigos y leyes medievales,
como el de Justiniano, que decía claramente que sólo podían existir dos
clases de personas, los libres y los esclavos. Prácticamente, todas las
legislaciones de aquella época están plagadas de leyes referentes a los
esclavos. Entonces, no había otro tipo de pena que no sirviese a la
producción económica para su dueño. Carlomagno, en sus Capitulares del
siglo VIII de nuestra era, contemplaba expresamente la deportación masiva
de rebeldes. Las razones políticas han hecho su aparición en la historia
del hombre, muy a menudo, como justificación para trasladar a presos,
etnias, pueblos enteros a otros lugares. No es sólamente una cuestión
medieval, es decir, bárbara, pues la práctica ha sido regular, y, si hemos
tenido referencias de algunas, ha sido precisamente por su envergadura,
como los pogromos contra los judíos, que acabaron con las persecuciones y
deportaciones sufridas igualmente por los miembros de esta religión en
España, si bien no era el factor religioso el único - incluso en esta
época de inquisidores - para "conducir" prisioneros a lejanos lugares. A
nadie le es extraña la imagen en nuestro "siglo de oro" de las cuerdas de
presos encadenados vagando por los caminos, en dirección a los puertos,
donde eran embarcados en galeras y utilizados como combustible de
propulsión. No se desbarata la maldad humana de dos mandobles, Don
Quijote.
Los hijos de la pérfida Albión tuvieron
la feliz idea de alejar a los inmundos presos que habían tenido la suerte
de no ser descuartizados públicamente, enviándolos a sus colonias
americanas, primero, y, cuando dispusieron de lugares más recónditos,
hasta el mismísimo hogar de los "no te entiendo" los llevaron encadenados.
Era mano de obra especializada en comparación con la de los aborígenes. En
cambio, no era especialización lo que demandaba la pujante agricultura
americana, sino músculo, resistencia y obediencia. Así comenzó el inmundo
tráfico de esclavos que hiciera rica a la América de las libertades,
transportando a millones de personas esclavizadas como si fueran fardos de
mercancía.
Las matanzas de indios americanos en
EEUU y la reubicación de los escasos supervivientes en pequeños y remotos
lugares, tras penosas marchas destinadas a terminar con la mayoría de
ellos; los traslados masivos de pueblos enteros en la Rusia zarista, o, ya
entrado este siglo pasado en el que todos hemos vivido, la misma política
de aniquilación y trasplante, como si fuesen simples esquejes, de pueblos
indómitos, llevada a cabo por Stalin, emulada y ampliamente superada más
al sur, por los nazis, que se convirtieron en verdaderos expertos a la
hora de gestionar el traslado masivo de prisioneros para su encierro y
aniquilación. Muchas han sido las personas que han tenido que recorrer
obligadamente un camino penoso que les alejaba a cada paso de su gente, de
sus costumbres, de su identidad propia. La mentalidad contemporánea
condena esta práctica como detestable, pero, como decía al principio, es
la potestad de los vencedores. Milosevic, a quien no le apetecía vivir al
lado de musulmanes, procedió al exterminio de éstos y obligó su
desplazamiento hacia otras tierras menos nacionales, lo que provocó la ira
de los países civilizados, que, de inmediato, arrasaron aquel país. Pero
esas mismas naciones contemplan de otro modo el reagrupamiento en guetos
de los palestinos llevado a cabo por israelitas, a quienes, parece ser,
dios ha elegido como mejores que los demás, o el traslado a las antípodas
de su hogar, su idioma y su dios, a Guantánamo, de los prisioneros,
derrotados y humillados, que se atrevieron a luchar contra la intachable
moralidad occidental.
En nuestro país, esto de llevarse a los
presos lejos de donde viven está mal visto, incluso tenemos legislación
pertinente para impedir que esto ocurra, pues sería contrario a los
preceptos constitucionales de reinserción social..., siempre y cuando que
ello no sea de interés político, como sucedió con la dispersión de los
presos políticos a mediados de los ochenta, cuando no dudaron en enviar a
presos a las prisiones ubicadas a miles de kilómetros de su hogar, o se
confinó en países lejanos a otros enemigos políticos. Para articular estos
movimientos represivos e inmorales, se concedieron plenos poderes a la
Administración Penitenciaria, para el traslado de prisioneros, dejando así
a los Jueces de Vigilancia Penitenciaria al margen, y éstos, encantados:
"el traslado de presos compete a la DGP, no a los jueces", dicen ellos,
inhibiéndose. Todo esto es ilegal, porque estos jueces están,
precisamente, para defender al preso del abuso institucional y
funcionarial. Pero ya digo que es cosa de vencedores disponer del destino
del vencido, y difícil es no mostrarse tal cual, cuando se tiene el poder,
si uno es un gusano...Lo que antes era asunto de economías o políticas,
ahora, puede convertirse en cuestión de pura venganza. Ya conocemos
sobradamente la utilización del traslado de presos, alejándolos de sus
amigos y amigas, como arma represiva. Todo aquel que molesta un poco es
inmediatamente desterrado, los presos FIES lo saben muy bien, aunque se
asume que la resistencia conlleva su precio, y que los presos, como
vencidos, han de recorrer largos caminos que, indefectiblemente, los
alejan de sus anhelos. Ahora, con estas cosas de la democracia, ya no hay
por qué sentirse diferente de los demás, tampoco es necesario ser FIES
para sufrir el destierro. Con ser canario, puedes hacer miles de
kilómetros rumbo al exilio, al ostracismo. Estos generales contemporáneos
de la DGIP se han acostumbrado a realizar traslados masivos de isleños en
aviones Hércules del ejército, disponiendo de los presos como si realmente
hubiesen sido vencidos en alguna honorable batalla. ¿Qué honor hay en
sembrar de lágrimas las mejillas de sus madres, esposas e hijos, quienes,
seguramente, no volverán a verlos en años?
Implacables en la batalla, generosos en
la victoria, dicen los sandinistas. Antes, decía uno que había que irse a
la montaña a pegar tiros con la guerrilla, pero, hoy en día, creo que
sería mejor traer la montaña a Mahoma, y que, al menos, el derecho de
vencedores se lo ganasen.
Juanjo Garfia