Échese
una mirada a la gráfica de cualquiera de las bolsas mundiales y
véase cómo la línea quebrada que las configura muestra un resultado
descendente y continuo, desde hace prácticamente un año. Igual da
que sea Madrid que el Ibex, el Nasdaq, el Down Jones que el Eurotoxx
50 o el Nikkei, los resultados son iguales en todos ellos. Se
argumenta desde los organismos de análisis burgueses que la razón
actual de ello es la desconfianza de los inversores motivada por los
escándalos empresariales que se concretan, fundamentalmente, en
falsificaciones de las cuentas de resultados que, desde la Enron
americana a la Babcock/Wilkox alemana, recorren prácticamente todos
los Continentes en los que, en su día, fueron verderos emporios
económicos. Añaden, sin embargo, esos analistas que a estos factores
se añaden también, negativamente, las revisiones a la baja de los
resultados empresariales. No sale empero muy a la luz que,
defraudador por defraudador, cuando quiere procederse a la
contención de la contumaz tendencia a la baja o, incluso, a algún
repunte, actúa conciliadoramente la voz en falsete de un Greenspan o
es el efectivo de las diferentes cajas públicas el que interviene
para dar ánimo a algún dinero muy agazapado o a algún pequeño
inversor menos avisado. Es decir, que, alternativamente, se pasa de
la percepción de factores reales de desconfianza a la reacción
mecánica a falsos impulsos generadores de confianzas instantáneas
que, por su misma innaturalidad, no pueden tener andadura de mucho
fuelle.
La realidad es que la recesión
económica que se anunció ya en la primavera del 2001 y que saltó
vigorosamente a la luz con motivo de los acontecimientos del 11-S,
sigue ahí impertérrita, y, hoy por hoy, el capitalismo dista mucho
de tener en la mano los resortes con que superarla. Los mercados
están saturados, los stocks inundan todo tipo de almacenaje, el
enfrentamiento de bloques es manifiesto, el volumen de la deuda
externa y el crecimiento de sus intereses en progresión geométrica,
así como sus nocivos efectos manifiestos en Argentina, Uruguay,
Brasil, Méjico...retraen a los países del Tercer Mundo en las
peticiones de mayores empréstitos y, por lo tanto, los anula o los
capitidisminuye considerablemente como compradores. Como capítulo
importante, se confió en el consumo interno dentro de los grandes
bloques, pero la confianza de los consumidores en un mundo, en
general, en crisis, no va muy allá o se hace muy altamente
conservadora. Entonces, el capitalismo, contraviniendo de forma
flagrante sus viejas leyes de la relación oferta/demanda, en vez de
proceder a un abaratamiento de los productos, los encarece para
poder seguir disponiendo de una necesaria liquidez, con lo cual, a
los efectos normales de la recesión económica, fundamentalmente, un
considerable incremento del paro obrero, se añade otro anormal para
estas situaciones, a saber, el crecimiento de la inflación,
circunstancia que, aunque de momento sirva para salir del paso y del
atolladero, a la larga, no muy larga, añadida a los demás efectos
negativos del proceso, no podrá dejar de ser fatal.
Hasta aquí, toparíamos con
factores habituales en el desarrollo de las distintas etapas del
capitalismo, según vienen incidiendo en las clásicas crisis cíclicas
que le acompañan en su andadura como resultado de sus internas
contradicciones, si bien haciendo hincapie en que, dentro de la
diferente calificación "coyuntural/estructural" en que se las viene
clasificando, ésta, en la que ahora nos movemos, es de orden
estructural profundo, con la particularidad de presentar rasgos
novedosos de fundamental importancia, como corresponde a la
diferente correlación de fuerzas entre las distintas formas de
capitalismo actuantes y a la gigantesca proporción en la que, dentro
de ellas, se manifiesta el capitalismo financiero, sumada a su
distribución multinacional como factor decisivo en el actual proceso
de mundialización económica. Y aquí reside la madre del cordero: la
culminación y la llegada a buen puerto del citado proceso de
mundialización económica requiere, como pasos previos y
necesariamente, de fortísimas confrontaciones de índole violenta, en
forma de guerras, cracks y bancarrotas sucesivas de carácter
localizado y controlado, que tengan por misión eliminar todas las
barreras ideológicas, políticas y estructurales que obstaculicen tal
culminación.
El proceso viene consistiendo no
ya en la conquista de mercados por la vía de la competencia entre
núcleos antagonistas de producción, lo cual, según la lectura irreal
de la teoría capitalista, debería concretarse tanto en el
abaratamiento de los productos como en el mejoramiento de su
calidad, sino que, utilizando las instrumentaciones de la expansión
capitalista, como las opas y otras de su índole, tal proceso se
concreta en la compra de núcleos de producción por los más
poderosos, no para potenciarlos in situ, sino, sencillamente,
para borrarlos del mapa, en aras de evitar todo criterio de fijación
local y teniendo constantemente por provisoria cualquier tipo de
adscripción a una determinada localidad, condicionada siempre por la
búsqueda permanente de lugares donde las exigencias salariales y de
derechos sociales sean mínimas. Para este tipo de estrategia
productiva, las multinacionales se sirven de pequeñas empresas
auxiliares, teóricamente independientes, pero en todo dependientes
de las exigencias de sus contratantes, que suelen tener con ellas el
mismo tipo de miramientos que con los obreros de las empresas
absorbidas, lo que tiene como resultado la desaparición continua de
las mismas. Por ejemplo, aquí, el tejido empresarial español está
formado mayoritariamente por pequeñas y medianas empresas, de las
cuales el 70% son empresas familiares. Ahora bien, a su vez, la vida
del 70% de ese número de empresas no va más allá de la primera
generación familiar, un 30%, sobrevive a esa primera generación y
sólo un 15% sobrevive a la segunda generación. El resultado de todo
el conjunto del proceso productivo es la creación de una situación
de inestabilidad y movilidad permanente, que, en el nivel
psicológico, se concreta, para el trabajador, en un estar a la
continua disposición de los avatares del sistema productivo, lo que
conlleva, para el obrero, la apriorística aceptación interna de toda
renuncia a cualquier clase de proyecto personal: la familia, al no
poder ser ya entorno de vida, no será deseable, los amigos, por ser
sólo cultivados en la distancia, dejarán de ser el "otro-yo" que
fueron, las organizaciones obreras, al restárseles las vinculaciones
personales, se harán cada vez más abstractas y, por ello, más proclives
a la burocratización, con lo que, naturalmente, tendrán menos
alicientes de atracción... etc... etc... Resultado: con el ahondarse
del sentimiento de desarraigo, la vida adquirirá, crecientemente, el
carácter de un instantáneo pasar puramente bilógico. La
desintegración social del hombre está a dos pasos. La imagen del
paria ya no será la del proletario romano huido del campo a la
ciudad por estricta obligación física, la imagen será ahora la del
judío errante, la del hombre sin tierra donde sentirse alguien...
Este es el ya presente pero sobre todo el futuro que los grandes del
dominio nos han diseñado para los hombres de a pie, para los entes
de la sumisión. Esto es lo que los prohombres de Europa trazaron en
la Cumbre de Barcelona y lo que el ejército de leguleyos de Aznar ha
plasmado en las últimas reformas laborales culminadas en el
"decretazo".
A esto lo vienen llamando
mejoramiento del mercado de trabajo, y ello empieza por la anulación
de los salarios de tramitación a que venía teniendo derecho el
trabajador improcedentemente despedido, en tanto se sustanciaba
judicialmente su caso. El resultado de la aplicación de esas
reformas es el abaratamiento del despido, camino del ideal
empresarial del despido libre, la multiplicación de la precarización
y del paro, y, algo que debe ser tenido muy en cuenta a la hora de
juzgar a los actuales gobernantes, la conversión de un derecho
consolidado y objetivo, en un acto discrecional de consideración de
las "circunstancias", en un "favor" que el político o funcionario de
turno hace al trabajador y por el que éste le debe estar
obligadamente "agradecido", y, eventualmente, "obligado" también a
devolverle el tal favor en forma de voto. Y, junto con todo ello y
si la conciencia trabajadora no pone sobre los tajos, plazas, calles
y campos su inquebrantable y activa decisión de no consentirlo, esa
puesta en aplicación del decreto supondrá, por parte del gobierno,
la definición formal del trabajador como cosa, como mera mercancía
de traer y llevar, de usar y tirar, supondrá, de hecho, la
conversión del obrero en clinex de todas las babas del capitalismo.
En esta óptica desenfrenada de la
obtención del mayor beneficio a costa de lo que fuere, de la que el
capitalismo hace bandera de justificación, todo les ha de ser
permitido a los empresarios, y, así, los legisladores del sistema
emiten fárrago sobre fárrago a fin de promover esa finalidad "flexibilizadora"
que permita "legalmente" al empresario deshacerse, en cualquier
momento, de los trabajadores que le convenga. Este es el caso del
"despido objetivo", al que los leguleyos recomiendan que los
empresarios se acojan, para evitar el despido sin causa, ya que, por
éste, deberían abonar al despedido, como indemnización, 45 días por
año trabajado, mientras que por el primero sólo están obligados a
pagar 20 días por año. Y, a este efecto, recomiendan a los patronos,
que, cuando recurran al despido "objetivo", no aduzcan "causas
económicas", lo que requeriría justificación de una "situación
económica negativa", muy difícilmente comprobable, y sí lo hagan,
aduciendo razones técnicas, organizativas y de producción que
permiten un mejor amañamiento de las "razones", construcciones de
planes fantasma, sin ninguna clase de prueba a priori, en suma, un
mayor enmascaramiento de las reales intenciones de la empresa que
son las
de dar por amortizados puestos de
trabajo a precio de ganga. A facilitar ese cometido, se dedican no
sólo los leguleyos aducidos, sino también los periodistas-analistas
pertinentes, y, cómo no, las páginas de la prensa corriente en sus
suplementos económicos especializados. El sistema es uno.
Cuando Aznar o Rato hablan de
pleno empleo, lo que tienen en mente es un tropel de multitudes
recorriendo caminos para trabajar, hoy, en Vitigudino, mañana, en
Riosa, pasado en Lecrín, al otro, en Marbella o Écija, y que, hoy,
hacen de carpinteros, mañana, de limpiaplatos, pasado de camareros,
y, al otro, de limpiadores de vías de tren o de palanganeros en
casas de vicio...
Estamos, los trabajadores, ante un
órdago capitalista a la grande, a la chica y a lo que sea. Estamos
en una grave tesitura clave. Nuestra responsabilidad, como hombres
del trabajo, es de verdadero alcance histórico. Un paso atrás
nuestro y la servidumbre de la gleba habrá sido tortas y pan pintado
comparado con el futuro que nos espera.
Redacción