El objeto de
mi Memoria de Licenciatura ha sido la relación entre futuristas y
anarquistas, desde la fundación del movimiento artístico hasta el ingreso
italiano en la primera guerra mundial.
Futuristas y anarquistas se han analizado
en un cotejo que ha pretendido examinar críticamente dos movimientos que
encarnaron con vehemencia el deseo de una nueva sociedad en los primeros
decenios del novecientos.
Puede parecer fuera de lugar el
acercamiento entre futuristas y anarquismo, pero mi elección no ha sido
casual porque los dos movimientos compartieron algunos factores como la
lucha contra el "pasadismo" (clásico, clerical o borbónico), el ímpetu
subversivo, el amor por la violencia, el disgusto por el parlamentarismo que
indujeron, sobre todo a los futuristas, a buscar convergencias con el
anarquismo, del que, sin embargo, debieron ignorar o infravalorar los
insuperables prejuicios antipatrióticos y antimilitaristas.
El futurismo, por su parte, fue un
movimiento compuesto por distintas individualidades adheridas a diferentes
posiciones políticas, aunque la impronta de su fundador fue pregnante es,
precisamente por esto, fundamento de muchos equívocos en quien, en la época,
expuso juicios y críticas en frente a aquel turbulento movimiento artístico.
El error residió en interpretar el
futurismo como un bloque homogéneo sin establecer una distinción en su
interior de las distintas e importantes energías que lo formaron.
Una lectura actual de la historiografía
futurista debería, por el contrario, conducir al lector curioso a considerar
tal movimiento como un conjunto heterogéneo de ideas, de personalidades y de
tendencias, impidiéndose así llegar a una apresurada sentencia sobre la
unilateralidad política del futurismo.
Precisamente por eso he querido
profundizar en la experiencia futurista de los pintores Carrà y Boccioni,
cuyas obras han ofrecido un buen punto de unión entre futurismo y
anarquismo.
Invito a los curiosos a consultar mi
investigación donde se podrá descubrir un Carrà en contacto con los círculos
anarquistas londinenses y milaneses, Un Carrà que prestará, además, su
propia obra artística a la propaganda anarquista (por ejemplo a la revista
de Parma La Barricata, redactada por el anarco-futurista Renzo
Provinciali). Pero sobre lo que he querido focalizar la atención es sobre un
olvidado Boccioni que intentó una experimentación socioartística
verdaderamente revolucionaria. Parece que la mayor parte de la literatura
futurista se haya olvidado de los principios boccionianos en los que el
pintor propuso a la animadora de las actividades de la Casa del Lavoro de
Milán, Alessandrina Ravizza, la organización de una Exposición de Arte Libre
en Milán. Aquella petición se convirtió en realidad, en mayo de 1911, en los
pabellones abandonados de la fábrica Ricordi en la avenida Vittoria: fue
rescatado, pues, un lugar de trabajo y habilitado para el contacto entre el
pueblo y la cultura, visto como ocasión y posibilidad de emancipación
social, de ruptura con esquemas clasistas. Se abre así un espacio cultural
alejado de los circuitos institucionalizados del arte oficial de la
burguesía y, en el interior de aquel espacio, el papel innovador de los
futuristas habría debido representar la consecuencia más natural,
proponiéndose, de hecho, como fuerza que arrastra y fermento revolucionario.
Para Boccioni el proyecto no significó sólo concesión de cultura y de arte
al pueblo, sino que significó convocar al pueblo mismo a la creación
artística que, bien visto, representa el camino más auténtico para una
efectiva emancipación humana y social o, al menos, la única vanguardia
coherente que se puede concebir con el dictamen anarquista de sus ideales
revolucionarios.
En este trabajo se dedica un espacio más
que digno a la figura de Filippo Tommaso Marinetti, que hizo subir al carro
futurista a pintores, literatos, arquitectos, músicos e intelectuales en
general, implicándolos en la que debería haber representado una gran empresa
revolucionaria de ruptura con los tradicionales cánones artísticos y con los
valores morales, ideológicos y políticos de la época. Esto sucede, o habría
debido suceder, en el encendido clima de una Italia de comienzos de siglo,
cuya intrínseca tensión representó, sin duda, una ocasión histórica óptima
potencialmente favorable para un encuentro entre revolución artística y
revolución social. La posibilidad de realizar esa convergencia se manifestó,
efectivamente, en una fase virtualmente revolucionaria y densa de esperanza.
La historia, sin embargo, ha demostrado que aquél encuentro fracasó o faltó
por completo.
Mi trabajo, por otra parte, ha querido
demostrar que, en los años que precedieron a la fundación del futurismo
hasta el ingreso italiano en la primera guerra mundial, hubo una cierta
disponibilidad, sobre todo en las filas de los intelectuales "subversivos",
para acercarse a los ideales futuristas, obviamente sin los aspectos más
reaccionarios de la ideología y de la política marinettianas. Marinetti
intuyó las exigencias de una nueva y revolucionaria identidad
cultural-artística sentida por el extremismo intelectual y supo excitar
hábilmente , al menos, la curiosidad de aquellos ambientes: de lo dicho la
propaganda anarquista es un claro testimonio.
El futurismo no pudo dejar indiferente a
aquella tribuna, al menos no se explicaría porqué, sólo por poner un
ejemplo, un dirigente sindical como Alberto Meschi, secretario de la Camara
del Lavoro de Carrara y en absoluto inclinado a ocuparse de diatribas sobre
versolibrismo y dinamismo plástico (aunque es preciso no olvidar que Meschi
fue amigo de otro artista "subversivo" brillante, el pintor y escritor,
Lorenzo Viani), sintiera la necesidad, comprometido como estaba en guiar las
luchas económicas de los trabajadores del mármol y en aclarar las batallas
políticas entre la Confederación general del trabajo y la Unión Sindical
Italiana, de dar a la prensa una seca nota contra el futurismo .
Pero poco importa si desde la tribuna
anarquista se realizaron más críticas que beneplácitos: una chispa, de
cualquier modo, escapó, aunque no consiguió nunca explotar en una implicante
llamarada revolucionaria que fraternizara anarquismo y futurismo.
Pasando a la vertiente proletaria, también
aparece en un cierto punto de la historia en espera del futurismo. Así, en
la revista mensual La Blouse, "compilada exclusivamente con escritos
originales de auténticos trabajadores manuales" encontramos muchos ejemplos
interesantes:
«Yo no entiendo por arte lo que deleita y
divierte, cosa de vagos y de ociosos; sino como algo más alto y más
importante, que haga pensar seriamente y estremecerse, que conmueva y dé el
sentimiento de rebelión contra todo el cúmulo de porquerías y de iniquidades
políticas y sociales que afligen la vida humana en todas sus variadas y
multiformes manifestaciones [...]» .
O también:
«¡El arte verdadera, fúlgida, sentida,
original, no puede más que ser hija genuina de la libertad!
¡Someter el arte a una escuela filosófica,
a un preconcepto político, a un prejuicio social, significa degenerarla,
matarla!
[...] Las mejores y más espléndidas obras
de arte fueron realizadas cuando surgieron por voluntad del pueblo, períodos
de verdadera y propia libertad... La libertad sin lo necesario para la
existencia no sería libertad y un pueblo que vive en la inanición, entre los
sufrimientos del hambre, no puede comprender el arte y no puede ser artista,
porque luchando como la bestia por la existencia, como el animal se
embrutece y queda exhausto! Así, pues: el arte verdadera... debe estar
reanimada por un objetivo sublime de libertad y de bienestar social... ¡Lo
bello que tiene también una finalidad justa y buena es efectiva e
indispensablemente mejor!
[...] El artista absolutamente libre podrá
esparcer su propia fantasía en las obras que cree, que ya no tendrán el
objetivo de uniformarse al gusto de quien paga ni de contentar a la turba de
críticos gruñones [...]»
Se podrían citar aún numerosos ejemplos,
por lo que remito al lector interesado a consultar La Blouse, pero
también, por citar otro de los múltiples ejemplos posibles de El
proletariado anarquista, donde un sorprendente lenguaje incendiario
acerca al proletariado anarquista al futurismo. Firmado por «El proletario»
encontramos, en efecto, un eslogan bien conocido en los ambientes
futuristas: «... y si es bello edificar es más bello destruir», o incluso:
«edificar es bello, pero destruir es sublime».
Al menos en el plano formal, encontramos,
pues, un lenguaje que mancomunó a los dos grupos.
La violencia y el revolucionarismo del
lenguaje y de la gráfica del futurismo parecieron y parecen de verdad
representar los medios expresivos ideales del anarquismo, «mensajeros» de
los principios y de las acciones libertarias. Pero el problema fundamental
residió en una diferencia sustancial que se puede sintetizar en una frase de
Molaschi: «Admito la violencia como medio de liberación y lo juzgo
indispensable para llegar a la emancipación del trabajo».
Estos conceptos no difieren mucho de los
tonos de la conferencia marinettiana «Belleza y necesidad de la violencia»,
pero la disonancia reside en el hecho de que, el futurismo enfatizó de la
violencia el lado estético, viendo en ella una infinita belleza; sin
embargo, para el anarquismo, la violencia significó sólo necesidad.
Masini, a propósito del Nosotros
queremos glorificar el gesto destructor de los libertarios, sostiene:
«Cuando se desencadena la violencia en las formas tradicionales de guerra,
primero con el conflicto balcánico y después con la empresa de Trípoli,
Marinetti correrá inmediatamente en apoyo del más desenfrenado belicismo,
después de haberse enfrentado, incluso físicamente, con los anarquistas».
Los datos concretos, en cualquier caso,
nos dicen que las mismas componentes del mivimiento obrero no estrecharon
acuerdos, ni siquiera tácticos, con el futurismo. Las razones de la falta de
encuentro descansan en la hegemonía nacionalista marinettiana, ejercida
sobre el movimiento e inconciliable con el anarquismo antimilitarista.
¡Lástima! Una verdadera pena, porque ante
una vanguardia que, a través de un lenguaje revolucionario, supo desquiciar,
en pocos años, cánones artísticos y culturales, el anarquismo hubiera podido
contar con una válida compañía para sus propios proyectos sociales: pero el
anarquismo tenía sus positivas razones, una tradición, una historia, un
programa social que eran ajenos y, a la postre, antagonistas del futurismo.
Lo que puedo mantener es que la
complicada, pero posible, relación arte-política se hubiera podido realizar
por el hecho de estar situado en un preciso tejido socio-histórico que, en
mi caso específico, tanto los anarquistas como los futuristas querían
revolucionar. Sobre todo para Marinetti es válido lo que sostiene Accame:
«Una de las más sentidas y recónditas ambiciones del artista es la de
modificar el mundo dándole ‘poesía’». Sin embargo, si ambos movimientos
auspiciaban la venida de una sociedad libertaria, los medios y los
principios fueron decididamente distintos, si no diametralmente opuestos,
pues,: «Anarquismo y futurismo estaban hechos para encontrarse y
desencontrarse, para hacer una parte de camino juntos, molestándose y
provocándose para, después, extraviarse irreversiblemente»
Memoria de Licenciatura en Ciencias
Políticas
Universidad de Milán, curso académico
2000-2001
Traducción del italiano E.G.W.