Obra de Lily Litvak editada por la
Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid, 2001, 462 pp.
La anónima contratapa postula que en
relación al pueblo llano, el anarquismo produjo "una
transformación cultural equivalente a la que, para la clase burguesa,
representó la Ilustración del siglo XVIII". Aunque ambiciosa, la
afirmación emboca en el papel activo que, sobre todo en Europa,
correspondió al movimiento libertario en la alfabetización y la promoción
cultural obrera. Pero el objetivo de este largo estudio de Lily Litvak
–reconocida especialista en el novecientos hispanoamericano–, no es
evaluar la incidencia ácrata en la creación de bibliotecas o editoriales
populares. Su foco se detiene en el lapso de intensa agitación social que
va de l880 a 1930, cuando el arte anarquista funciona como un arma contra
el estado de cosas para "lograr la sociedad perfecta". Tampoco
procura atender los productos artísticos más relevantes o los autores más
destacados, aunque a veces comparezcan. En rigor, las fronteras entre
"arte" y "propaganda" son borrosas en los materiales nada canónicos
analizados (poemas, relatos, teatro, carteles y dibujos) que, en su mayor
parte, "no han alcanzado una plenitud formal". Esto no impide que
la autora los observe con admiración y aun con reverencia, porque "un
cierto vigor original, un soplo de grandeza parece brotar de su generosa
fe y entusiasmo revolucionario". La producción cultural del anarquismo
español se atiende en especial a través de sus eficaces revistas, donde se
concentran estos discursos de valor estético e ideológico que, desde una
mirada contemporánea, resultan paradójicamente arcaicos y estimulantes.
La seriedad académica con que Litvak
trabaja los documentos no bloquea la recreación amena de diferentes caras
de la época. Repasa los tópicos del pensamiento anarquista en relación con
el campo artístico: la sociedad ideal como "el jardín de la Acracia",
que restaura la posibilidad del trabajo armónico y el consumo equitativo
de los bienes de la tierra; los enemigos del pueblo –el capital, la
religión y el ejército– caricaturizados con trazos gruesos con una
finalidad didáctica; la dignificación de la figura del obrero y hasta el
prescriptivo embellecimiento de su labor; el criminal, la prostituta, la
mujer, todos ellos víctimas del capitalismo. Mientras tanto, la fábrica y
la urbe se enfrentan a la "utopía colectivista rural", si bien el
anarquismo español es pionero –en una suerte de "futurismo avant la
lettre"– en percibir la máquina y el paisaje industrial como nuevos
temas poéticos.
Como la propaganda tiene una función
primordial, el arte ácrata acentúa la estética expresionista, a veces
figurativa, a veces simbólica, pero siempre destinada a "comunicar el
mensaje ideológico de la forma más emotiva posible, y, por ello, el dibujo
más eficaz es aquel que requiere menos elaboración para ser comprendido".
Por su lado, la literatura anarquista de divulgación tiende al melodrama,
mientras que se acerca al folletín por la simplicidad de su lenguaje, por
su estructura codificada y la univocidad de la interpretación a la que
induce. En relación al sistema religioso, el anarquismo ofrece una
sustitución de la fe antes que su anulación, y otro tanto puede decirse en
la construcción de un modelo de vida –que involucra el amor, los lazos
filiales, la relación con la naturaleza– más atractivo y auténtico que el
modelo burgués hegemónico. El "nuevo sistema", en suma, ofrece una
alternativa ante el edulcorado mundo que las novelas rosa comenzaban a
imponer por aquellos años. "La utopía anarquista –afirma Litvak–
debe ser comprendida como metáfora doble, concebida tanto como esperanza
como por desesperación", por eso sus imágenes oscilan entre la
destrucción y el "el paraíso terrenal". En esa dualidad reside su
más fuerte atractivo.
Pablo Rocca