Aunque
muy poco se haya llegado a saber de ello por esas tierras del viejo
mundo, no parece muy exagerado decir que en pocos lugares del globo la
resistencia al Capital y a sus Estados habrá llegado tan lejos en estos
últimos tiempos como en Bolivia.
A mediados del 2000, la ciudad de
Cochabamba se levanta en protesta contra el encarecimiento del agua
corriente, alzando barricadas en las calles y resistiendo varios días a
las fuerzas del ejército y de la policía. En septiembre, los campesinos
de la provincia de Aroma, en el norte del Altiplano, bloquean las
carreteras de la región y se enfrentan con eficacia y valentía a los
militares que les atacan con ametralladoras y bombardeos aéreos.
De ahí en adelante, el movimiento
campesino, cada vez más numeroso y mejor organizado, va extendiéndose a
otras regiones del país. Sus portavoces rehúsan amablemente las
bienintencionadas ofertas de ayuda humanitaria de diversas
organizaciones internacionales, declarando, sin ambages, que lo único
que les hace falta son armas, para derrotar al ejército. Los campesinos
de la provincia de Copacabana se proclaman en rebelión abierta con el
Estado boliviano, al que certeramente denuncian como hechura del
colonialismo europeo, lo que supone un avance no desdeñable en un país
de América Latina, donde el nefasto culto de la patria suele infestar
todavía a los movimientos más revolucionarios.
En noviembre de 2001, miles de mineros
armados con barras de dinamita toman la ciudad de La Paz, sede del
gobierno, al que arrancan sustanciosas mejoras de sus condiciones de
trabajo. En la región tropical de Chapare, los cultivadores de coca se
movilizan contra los planes de erradicación de cultivos, impuestos por
los Estados Unidos y llevados a la práctica "manu militari" por el
gobierno boliviano. En el sudeste del país, el Movimiento de los Sin
Tierra ocupa los terrenos baldíos de los latifundios: Entretanto, la
rebelión campesina encuentra gran apoyo dentro de la población de las
ciudades, entre los obreros y los estudiantes.
La burguesía en su conjunto avizora
con horror que la acción de las masas puede desbordarse, descontrolarse
y poner en riesgo la estabilidad del régimen burgués vigente. El
gobierno ensaya la represión y sólo se encuentra con que ésta agudiza la
movilización popular.
Se lucha en general por el derecho a
comer, a tener trabajo, a la educación de los hijos, cosas que la
burguesía califica de demandas irracionales. Todo hay que conquistarlo
en la lucha en las calles y en los caminos. La violencia emerge de
manera inevitable y obliga a defenderse y a armarse para oponerse a la
represión del gobierno. La lucha de los explotados es la misma en todos
los rincones del mundo, la solidaridaridad debe ser tarea irrenunciable.
¡Ahora, más que nunca, acción directa
contra el Estado y el Capital!
¡Unirse, armarse y organizarse,
trabajadores del mundo!
Juventudes Libertarias de Bolivia
Tomado de ETCETERA, nº 36 |
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Moncho Alpuente
Las tergiversaciones, manipulaciones y
sinrazones acumuladas por el gobierno de la nación a través de sus
portavoces y corifeos en sus análisis y comentarios sobre la huelga del 20
J, confirman, reafirman, que Aznar y los suyos no viven en el mismo país
que el resto de los españoles sino en un territorio virtual entre Babia y
los Cerros de Úbeda, un coto cerrado desde el que se percibe una realidad
distinta que corroboran exhaustivamente sus cómplices mediáticos, sicarios
y turiferarios, bustos parlantes, cerebros lobotomizados, sepulcros
blanqueados que de tanto repetirlas han llegado a creerse, o a fingir
magistralmente que se las creen, sus propias, mentiras.
El acendrado sentido del
ridículo, lacra consuetudinaria atribuida a los hispanos, ha desparecido
de un plumazo estampado en un talonario de cheques, nunca hubo un pesebre
tan frecuentado, jamás se vio un fondo de reptiles tan bien provisto.
Los partidarios, fieles
de Aznar y devotos de los informativos de TVE sólo tuvieron que esperar
hasta las siete de la mañana para saber que la huelga había fracasado. Una
vez reconfortados por la buena nueva salían de sus casas eufóricos con la
cabeza alta y la mirada al frente haciendo caso omiso de los engañosos
signos que proclamaban que algo estaba pasando a su alrededor. ¡Qué
ilusos! –se decían, cuando si querer tropezaban sus ojos con un comercio
cerrado, una fábrica inactiva, o un piquete en acción-.
¡Qué ilusos, todavía no
se han enterado de que la huelga ha fracasado!
Miles, cientos de miles
de ilusos, se manifestaron sin saber que se iban a quedar en nada,
minimizados, reducidos, jibarizados por los medios de desinformación
adictos a la Moncloa, estómagos agradecidos, hipócritas de nómina.
La conspiración
mediática se fraguó seguramente para no darle un disgusto a Aznar en los
últimos días de su reinado europeo, para no enturbiar sus cumbres con los
colegas, para no aguarle la fiesta.
Y además, números
aparte. La huelga fracasó, no por seguimiento sino por el aislamiento de
un gobierno que vive en una burbuja blindada en la que no caben ni el
diálogo, ni la negociación con unos sindicatos que además no existen. |