En el
orden de objeciones que se nos hace- cuando afirmamos nuestra voluntad
de acabar con el capitalismo y el Estado- la imposibilidad de tal tarea
aparece en primer término: ¿cómo vivir fuera de la sociedad industrial?
¡Eso es imposible! Este sistema extendió su poder a todo: la estructuras
tecnológicas cubren la casi totalidad del planeta y los valores
vehiculados por el capitalismo moderno parecen integrados por la inmensa
mayoría de la humanidad. Sería, pues, vano, se nos dice, ni siquiera
poder imaginar vivir de otra manera. Tales argumentos son, en general,
defendidos por todo el mundo con un tono de suficiencia avalada por la
propaganda publicitaria y estatalista. Después de haber estado
machacándonos durante años con la cantinela de que "en Francia un 75% de
la energía es nuclear" (sobreentendiendo que todo el mundo se aprovecha
de ello, y que, por lo tanto, nadie debe oponérsele), EDF proclama ahora
en el cuadro de su campaña en favor del "desarrollo duradero" que
"producir más energía es una necesidad". ¡Y con esto se se dan ya por
contentos! Nunca se nos dice por qué es ello necesario. En
consecuencia, no se hará la pregunta de si esta situación debe
continuar, o si las consecuencias desastrosas engendradas por este
sistema - claramente perceptibles para cualquiera- deben ver sus
causas eliminadas.
El argumento de la imposibilidad no es
más que una prueba de la colonización de los espíritus por la
tecnología.-
En el curso de discusiones cotidianas
con colegas del curro, durante las comidas familiares o en los
encuentros de tarde con los amigos, este mismo argumento vuelve una y
otra vez. Y, cuando vuelve, es para cortar de plano el debate.
Pero, ¿qué demuestra ese
comportamiento? Simplemente que la cuestión de la posibilidad o
imposibilidad de una cosa se juzga ahora desde el exclusivo punto de
vista técnico, como si la tecnología representase una especie de
marco-patrón para medir la realizabilidad de tal o cual proyecto. O sea,
para persuadirnos de que no podemos prescindir de la sociedad
industrial, de su economía y de su tecnología, se nos dice que eso es
técnicamente imposible.
Es ésta, sin duda, la razón por la que
algunos de entre nosotros se sienten obligados a querer demostrar, a
contrario, todas las posibilidades técnicas que permitirían producir
las cosas indispensables para nuestra supervivencia "preservando
perfectamente nuestra salud y los equilibrios ecológicos". Y, al hacer
esto, seguimos estando pillados dentro del debate técnico, cosa que no
hace más que regocijar a nuestros adversarios.
Pues bien, es necesario abandonar este
falso debate en el que estamos corriendo el riesgo de encenagarnos.
Cuando alguien nos dice que no podemos salir de esta sociedad
industrial, entiende ciertamente esta salida como un gigantesco
desmantelamiento de las infraestructuras existentes. Pero por "salir de
esta sociedad", nosotros entendemos mucho más que eso. Si demostrar la
viabilidad técnica de nuestro proyecto social no es, a fin de cuentas,
más que algo secundario, es porque lo esencial reside en la crítica de
los fundamentos de la sociedad actual.
Falsas necesidades y sentimientos de
impotencia.-
Las fuerzas que la economía autónoma
ha desencadenado suprimen la necesidad económica que
ha sido la base inmutable de las sociedades antiguas. Cuando la
reemplaza por la necesidad de desarrollo económico
infinito, sólo puede reemplazar la satisfacción de las primeras
necesidades humanas sumariamente reconocidas, por una fabricación
ininterrumpida de pseudo-necesidades que se reducen a la única
pseudo-necesidad del mantenimiento de su reino. Guy Debord,
La societé de l´espectacle.
La forma actual de sociedad no es en
absoluto necesaria, en el sentido en que se presentaría como
naturalmente puesta, independientemente de la voluntad humana. Dicho
de otra manera, si esta sociedad es la que es, es por el desarrollo
histórico que se le ha dado: es el resultado del dominio de una parte de
esa sociedad sobre el conjunto de ella. El argumento - yo diría mejor la
justificación- de la imposibilidad de vivir de otra manera, no hace más
que indicar la extensión de este dominio. El mantenimiento de esta
sociedad se debe ciertamente a su capacidad técnica de represión. Pero
ello es también y sobre todo permitido por la ilusión que da de su
inalterabilidad. Este sistema cultiva el mito de su omnipotencia. Los
que pretenden que nada se puede contra ella, confiesan su sentimiento
de impotencia y su pérdida de autonomía más bien que su invulnerabilidad
real.
A menudo, cuando hablamos de
revolución con nuestros semejantes, surgen cuestiones angustiosas: pero
-en caso de revolución- ¿cómo lo haremos sin Estado, sin jefes, sin
dinero? Las posibilidades de organización diferentes de las que rigen el
mundo actual parecen inquietantes - por lo tanto, imposibles. He aquí,
claramente, la marca de una creencia en la inmutabilidad de esta
sociedad, el signo de una ilusión inmensa en sus capacidades. Esta
creencia se sostiene sobre los hábitos de sumisión -obtenida más
eficazmente por la participación activa en este sistema que por la
coacción y la fuerza- así como en la cultivada esperanza en la
perfectibilidad de este mismo sistema (mañana siempre mejor que hoy), de
lo que la medicina nos da los más inquietantes ejemplos.
Para combatir esta verdadera
religión de la economía y de su tecnología, podemos apoyarnos
tantoen sus resultados nefastos como en sus promesas imposibles. Si el
reino de la economía parece persistir tan fácilmente, es porque pretende
garantizar el confort. Pero ¿qué confort? He ahí una vez más una inmensa
ilusión. Se nos habla de confort cuando la vida en esta tierra no ha
sido nunca tan precaria. Podríamos enumerar todas las catástrofes
pasadas, actuales o futuras. Esto ya se hizo muchas veces sin gran
resultado. A lo sumo, la atención de los individuos se despertó
momentáneamente. Pero muy frecuentemente es para hundirse en los
callejones sin salida de la falsa contestación fomentada y condicionada
por el poder y sus esbirros. El sentimiento de impotencia se traduce,
pues, forzosamente en una impotencia real. ¿Cómo salir de ella?
Afirmar nuestra concepción de la
vida.-
No somos ni pesimistas ni optimistas.
A pesar de las circunstancias desfavorables, persistimos en defender
nuestra concepción de la vida y nuestros valores. Como escribió Jacques
Philipponneau:
aunque estos valores no se impusieran
nunca, estamos obligados a asegurar su perennidad para
nuestro tiempo en la tierra, porque es así como nos gusta vivir, y
transmitirlos a la posteridad, como muchos otros, antes que
nosotros, lo han hecho.
Permanecer en una amarga constatación
no resuelve nada. Contemplar el desastre para, en último término,
hundirse en el pesimismo, tampoco. Ello supondría contradecirnos y
renegar de nosotros mismos.
Nosotros, los que rechazamos este
mundo no debemos renunciar a querer cambiarlo. Somos muy conscientes de
que ninguna fuerza de oposición activa al capitalismo está hoy en
condiciones de dañar este sistema. ¿Qué hacer en estas condiciones?
¿Podemos hacer algo en el hecho de que la inmensa mayoría de los
humanos, más que una verdadera libertad, parecen preferir todavía - o al
menos aceptar de buen o mal grado- las condiciones de supervivencia
dictadas por la tecno-ciencia y la industrialización? No nos referimos a
los otros. Lo mejor que podríamos hacer todavía es también poner en
práctica, lo mejor que se pueda, nuestra concepción de la vida y de la
libertad desde ahora mismo. Podemos aplicarla tanto en nuestra crítica
permanente del mundo como en nuestras tentativas de organización. Pienso
que no debe tratarse de criticar esperando ver lo que esta crítica
traerá consigo como efecto sobre aquellos que hayan sido objeto de la
misma. Ni que se trate de replegarnos en comunidades autárquicas, lo que
equivaldría a pretender huir ilusoriamente de un mundo que, por lo
demás, deberíamos enfrentar.
Nos rebelamos contra esta sociedad
porque somos libres y queremos serlo. La tecnología quiere siempre
deshumanizar los seres, convertirlos en cosas. En la medida en que
podamos oponernos a ella y criticarla, estaremos probando no solamente
que ella no ha conseguido todavía sus fines, sino también que "el factor
humano" sigue siendo ineludible. Con sólo hacer esto ya estamos poniendo
en cuestión el mito de su omnipotencia.
La cuestión concerniente a la
emergencia posible de "comunidades" o de "bases zagueras" está en el
centro de los debates actualmente en curso entre los enemigos de la
sociedad industrial...
Pienso que desde ahora los individuos
que estén decididos a vivir de otra manera pueden y deben federarse. Soy
favorable a la idea de tejer redes que permitan la conservación de los
modos de vida, de técnicas, de experiencias etc. de acuerdo con nuestra
filosofía de la vida, es decir, apuntando a obtener la mayor autonomía
posible, pero sin ilusionarse sobre la realidad de nuestras capacidades.
Cierto que se trata de ensayar hacer sin la sociedad industrial.
Pero esto es difícil.
Una salida de esta sociedad - en el
sentido pleno del término- significaría una revolución total y radical.
Por lo tanto, más bien de lo que se trata es de hacer, actuar contra
esta sociedad. En suma, si pienso que la constitución de bases
últimas es necesaria, no creo que sea suficiente. Pueden hacer más
cosas. No se trata por mi parte de hacer una distinción entre los que
actúan y los que hacen, ni entre los que intentan vivir de otro modo
desde ahora y los que permanecen "integrados" (la palabra es
desafortunada, pero no encuentro otra) sobreviviendo del trabajo
asalariado o de asignaciones diversas... Cualquiera que sea el punto de
vista adoptado sobre esta cuestión, lo que conviene es ponernos de
acuerdo permanentemente en debatir y reflexionar sobre nuestros medios
de acción directa contra esta sociedad. En consecuencia, es necesario
que tejamos entre nosotros, más allá de diferencias y fronteras, lazos
de ayuda mutua y solidaridad, que nos permitan a la vez resistir, pero
también, en la medida de lo posible, pasar a la ofensiva.
Tales intentos sólo tendrán sentido en
la medida en que testimonien de una ruptura con el capitalismo, de un
rechazo radical de hacerlo perdurar, de una descalificación de sus
valores y principios, al mismo tiempo que sean la manifestación de una
voluntad de crear condiciones de vida que permitan la expresión de la
libertad humana. Nuestra crítica tanto en palabras como en actos debe
ser la afirmación de nuestros valores. Ponemos siempre la experiencia
por encima de cualquier ideología. Obrando así, intentaremos restablecer
la verdadera relación dialéctica entre las necesidades reales de la vida
y la libertad, la relación entre naturaleza (a la que es claro que no
hay que idealizar ni divinizar) y la humanidad.
Esta sociedad no tiene nada de
necesaria en sí. No solamente es posible salir de ella, sino que incluso
es necesario salir de ella, si queremos permanecer libres y escapar al
desastre que lleva en su seno. La única esperanza residirá a
continuación en la capacidad y la voluntad de los dominados de hacerse
cargo de todo eso.
F.F. en A trop courber l´échine… nº 6