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Redacción
Sólo
que Hamlet merodea ahora por España, y la podre que huele procede de
estos mismos andurriales. No son pajas ni humo, no. Ya Shakespeare
demostró meridianamente que la nariz del dubitante príncipe es certera,
y es una garantía de verdad que tan sensible pituitaria nos informe
acerca de los vernáculos hedores. Claro que, frente a esto, suenan y más
resuenan por doquier las palabras..."nosotros, los demócratas"..."el
constitucionalismo exige..."..."la ley, en un estado de
derecho..."..."esto no es una república bananera..." y expresiones de
ralea semejante, que, en su machacona repetitividad, dan valor a ese
dicho del pueblo que reza "dime de lo que alardeas y te diré lo que no
eres". Por ejemplo, se procede contra alguien porque ha utilizado "un
subterfugio legal", pero ¿qué es un "subterfugio legal"?. ¿Acaso que
alguien, para defenderse de una acusación o eludir una imposición
judicial se ampare en una ley o norma? Uno está hecho un lío y piensa
que, aunque los textos de la "justicia" y la jurisprudencia siempre
fueron dechados de piruetas, distingos, alambicamientos, saltos mortales
y letras menudas, a partir de ahora, los juristas lo van a tener muy
crudo, cuando se vean en el trance de redactar sus códigos y sentencias.
"Democracia es soberanía
del pueblo..." suelen rezar las definiciones de los manuales de
política. Sin embargo, en esta "democracia" se puede privar a 200.000
ciudadanos del derecho a expresarse en los comicios...: "A ti no te dejo
votar, porque tu voto va en contra de lo que yo propongo...y es así,
porque, aunque te llames Pedro, en realidad, eres Juan, porque lo digo
yo, y así lo hice pasar a una ley".... Lo que está ocurriendo en País
Vasco es escandaloso: Si alguien no lo viera así, habría que proponer
que esta palabra fuera eliminada del Diccionario de la Lengua, por ser
una palabra sin sentido alguno. O sea, que está claro que eso del
"estado de derecho" es una pura y simple cuestión de fuerza y de poder.
Porque te llamas "tal", habiéndote llamado "cual", te trato como a tal,
sea EGIN-GARA, EGUNKARIA-lo que sea, y así sucesivamente. O sea, que no
hay remedio, como quiera que te pongas te veo el dengue..., aunque seáis
una inmensa mayoría, os sigo viendo el dengue y punto. Ya no se trata
aquí de si un medio sí y el otro no. Se trata de programas, de
perspectivas políticas. Se trata, por parte gobernante, de imponer por
activa o por pasiva o por ambas juntas, un concepto de "nación", y, en
este caso, un concepto de "España", que estiman definitivamente acuñado
por los levantiscos actuantes del "36", o sea, cuestión de intereses.
Sin embargo, con
anterioridad a 1839, el País Vasco gozaba de una soberanía compartida
con el Monarca español, y, en un análisis autorizado de la vigente
Constitución, se nos dice: "Se pide la restitución de los fueros
precedentes a 1839...Por otro lado, lo que en 1839 se dejó a las tres
provincias vascongadas es un concierto económico, es decir, un trato
especial respecto al resto de España por lo que se refiere al pago de
impuestos. Franco, tras la Guerra Civil, deroga ese concierto a Vizcaya
y Guipúzcoa, que se han opuesto a su invasión, mientras que lo sigue
permitiendo en Álava que ha adherido inmediatamente al alzamiento". Es
decir, que se trata de intereses políticos pura y simplemente, y el
especial trato actual de favor a Navarra no es ajeno al hecho de que los
"requetés" de esa región apoyaron a Franco, y, con el título de
tradicionalistas, fueron unidos a la Falange, en abril de 1937 (F.E.T. y
de las J.O.N.S.).
El fondo de la contienda
pivota sobre algunos aspectos de dos planteamientos antagónicos en
política: centralismo y descentralización. Y la apuesta del centralismo
ahora es más fuerte aun que la de los Reyes Católicos o los Austrias,
incluso que el de los Borbones, pues, aunque éstos trajeron de su
Francia un espíritu más férreo de centralización, hasta 1839, por lo que
se refiere a País Vasco, no rompieron con una tradición
descentralizadora en aquellos parajes, y se ve que fue Franco el que dio
la puntilla última a aquella situación a la que mordicus sigue
habiendo hoy fiero empeño en seguir manteniendo. Y no se trata,
por nuestra parte, de tomar posición entre isabelinos y carlistas como
formas políticas. Lo que nos interesa es saber de qué modo se respetaron
o no las voluntades de los pueblos. Y, a este respecto, nos viene bien
contraponer las opiniones de dos hombres, externamente, muy unidos, pero
separados, en lo interno. Me refiero a Marx y Engels, ocupándose de
cosas de España, como puede verse en el libro Revolución en
España, editado por Ariel, en 1960, y traducido, prologado y anotado
por Manuel Sacristán. Recogemos de él algunos párrafos de Carlos Marx,
quien, hablando de lo mal que se conocen y se juzgan en Europa las cosas
españolas, y en parte las de Turquía, nos dice: "La explicación de esta
falacia reside en la sencilla razón de que los historiadores, en vez de
descubrir los recursos y la fuerza de esos países en su organización
provincial y local, se han limitado a tomar sus materiales de los
almanaques de la corte. Los movimientos de aquello que solemos llamar
estado han afectado tan escasamente al pueblo español que éste se ha
desentendido muy gustosamente de este estanco dominio de alternas
pasiones y de intrigas de los guapos de corte, de militares, aventureros
y del puñado de sedicentes estadistas, y no han tenido razones
importantes para arrepentirse de su indiferencia" (Karl Marx, como
corresponsal, en New York Daily Tribune, 21 de julio de 1854). Y
sigue hablando de esa fuerza local y popular: "Prevalece en las
provincias una saludable anarquía. Se han constituido juntas que actúan
en todo el país, dictando decretos en interés de cada localidad,
aboliendo la una el monopolio del tabaco, y la otra el gravamen de la
sal. Los contrabandistas operan en gran escala y con la mayor eficacia,
pues son la única fuerza que nunca se ha desorganizado en España. En
Barcelona, las fuerzas militares chocan entre sí o con los obreros. Este
anárquico estado de las provincias es de gran utilidad para la causa de
la revolución, pues impide que ésta sea ahogada en la capital" (K. Marx,
idem, 1 de septiembre de 1854). Y, abundando en esa raigambre
autonomista y local, nos dice: "La verdad es que la Constitución de 1812
es una reproducción de los antiguos fueros, pero leídos a la luz de la
Revolución Francesa y adaptados a la sociedad moderna. El derecho de
resistencia, por ejemplo, es generalmente considerado como una de las
más audaces innovaciones de la Constitución jacobina de 1793, pero el
mismo derecho lo encontramos en los antiguos fueros de Sobrarbe, donde
recibe el nombre de Privilegio de la Unión" (K. Marx, idem,
24 de noviembre de 1854). Y continúa aún: "Hasta qué punto los reyes
españoles temían los antiguos fueros, queda ilustrado por el hecho de
que, al hacerse necesaria una nueva recopilación de las leyes españolas,
una ordenanza real dispuso, en 1805, que se eliminaran de la colección
todos los restos de feudalismo contenidos en la anterior, propios de una
época en que la debilidad de la monarquía obligaba a los reyes a entrar
con sus vasallos en compromisos atentatorios al poder soberano" (K. Marx,
ibidem).
Al final de la obra
citada, Revolución en España, se presenta el texto de Friedrich
Engels, Los Bakuninistas en acción, publicado en Der Volkstaat,
a propósito del comportamiento de la AIT durante la sublevación
cantonalista española del verano de 1873, y se echa de ver, en ellos, la
distancia astronómica de sensibilidad revolucionaria que media entre él
y Marx. Lo que en éste, en esta obra, era todo comprensión de la causa y
modos populares y locales y distanciamiento de las posiciones políticas
institucionales, es, en Engels, el planteamiento descarado de un pequeño
burgués que aspira y promueve el poder central frente a cualquier
instancia de autonomismo popular, con el sobado argumento de lo político
como instrumento: "Al proclamarse la República, en febrero de 1873, los
aliancistas españoles se encontraron en una situación difícil. España es
un país tan atrasado desde el punto de vista industrial que es imposible
hablar siquiera en ella de una emancipación inmediata de la clase
obrera. Antes de que pueda llegarse a ello, tiene que atravesar España
un desarrollo de varios estadios y superar una serie de obstáculos. La
República ofrecía la posibilidad de comprimir ese proceso en el lapso de
tiempo mínimo posible, así como la de eliminar rápidamente los
obstáculos aludidos. Pero esa oportunidad sólo podía aprovecharse
mediante la intervención política activa de la clase obrera española" (Rev.
en España, p. 225). Engels, a diferencia de Marx, no podía tener
ninguna comprensión para el movimiento cantonalista español de 1873-74,
por dos motivos, por el prejuicio político estatalista y, mucho menos,
en la dimensión obrerista, por su condición de propietario industrial,
como puede verse en el siguiente texto, que ningún revolucionario, ni
dormido, podría suscribir: "Los trabajadores de Barcelona, la ciudad
industrial mayor de España, ciudad cuya historia registra más luchas de
barricadas que ninguna otra villa del mundo, se vieron, pues, exhortados
a oponerse al poder armado del gobierno, no coherentemente con las armas
que estuvieran en sus manos, sino con el abandono general del trabajo,
esto es, con una medida que sólo afecta directamente a cada burgués
individual, pero no al representante colectivo de toda la burguesía, que
es el poder estatal"(Rev en España, pág. 231).
Se nos ocurrió evocar
estos viejos textos por lo que puedan tener de actualidad en la más
clara comprensión de los vigentes avatares de la lucha obrera,
concatenados en su dirección, indisolublemente, con la necesidad de
arranque básico local autodeterminadamente federado a otras entidades
similares en el irrenunciable proceso de liberación universal. Se nos
ocurrió también porque contribuyen, meridianamente, a poner al desnudo
la hipocresía de toda clase de centralismos. |
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