La "anarquía" no es
para los anarquistas
Ser o no ser de la
CNT
José Manuel Rodríguez Casanueva
Es
increíble lo que puede hacer el poder de la autosugestión y lo peligroso
que puede acabar siendo el hecho de mirarnos continuamente nuestros
elitistas ombligos "revolucionarios", actuando, para mayor vergüenza de
la ética anarquista, como si ya lo hubiéramos conseguido todo,
autoexcluyéndonos de la sociedad a la que pertenecemos -a la que
pertenece el ser humano- y encerrándonos en nuestros apacibles locales
sin intención de salir, igual que el oso lo hace para pasar el crudo
invierno que le espera, satisfecho de saber que está bien alimentado
hasta la llegada de la primavera próxima. Pero podría ser que esta vez
la primavera no llegue nunca y el oso acabe sepultado en su propia
cueva.
Desde que Fanelli pisó
suelo ibero, mucho ha llovido. Tanto que muchísimo/as anarquistas y
anarcosindicalistas se han ahogado en su propia sangre, derramada por
los asesinatos y las innumerables represiones y torturas que les han
infligido sus verdugos y que, en general, ha sufrido el movimiento
obrero revolucionario desde los albores de su historia. Por ello, cuando
me pongo a comparar el trabajo que desarrollaron lo/as anarquistas y
anarcosindicalistas en un pasado para difundir la "idea" -incluso a
riesgo de perder sus propias vidas- con el que se hace hoy en día, con
unos medios que ya hubieran querido para sí nuestro/as abuelo/as, no
puedo hacer otra cosa que lamentarme profundamente por la escasa
incidencia y aceptación que, hoy día, tienen el anarquismo y el
anarcosindicalismo en la sociedad, y, mucho menos, entre el proletariado
del siglo XXI, si es que se puede utilizar el término, pues no son pocos
lo/as "anarquistas" de salón (o de local) que van propagando la falsa
idea de la inexistencia de la clase obrera y van encasillando al resto
del movimiento anarquista organizado, e incluso al anarcosindicalismo
como algo extemporáneo y anticuado. Eso sí, lo hacen armados de la
mejores armas de destrucción masiva que ha creado el capitalismo para
las asambleas de los "anarcoprogres" de salón y "buen rollo": el porrito
y la litrona (por favor, que nadie confunda esto con el debate de la
legalización de las drogas y con el de la libertad de cada individuo a
consumirlas; eso es otro capítulo que habrá que tratar con más
profundidad y desde otra perspectiva).
Así, hoy en día,
podemos observar fácilmente cómo no pocas personas que se reconocen como
anarquistas están más por la labor antianarquista de realizar
actividades endogámicas que hacen que muchos locales se conviertan en
una especie de clubs selectos para "auténticos" anarquistas y
"verdaderos" anarcosindicalistas, o en una peña de amigos y amigas de la
anarquía, la "birra" y la "maría", en vez de ser centros de información,
divulgación y formación del ideal anarquista y de su expresión obrera
revolucionaria , el anarcosindicalismo, que, como su nombre indica, es
algo más que el sindicalismo estricto que entienden alguno/as
compañero/as, equivocadamente, o bien, desviados hacia un peligroso
reformismo tan dañino para la emancipación de la clase obrera como
cualquier otra influencia burguesa creada por el Capital.
Por todo ello, no es
muy complicado llegar a la conclusión de que lo/as anarquistas y
anarcosindicalistas no estamos a la altura que las circunstancias
actuales requieren de nosotros, y, por tanto, somos incapaces de cumplir
nuestra misión histórica. Porque, eso sí, quienes piensen que no tenemos
ninguna misión que realizar en el mundo se equivocan y, por este motivo,
estaría mejor que siguieran en las faldas de sus respectivas madres o en
los pantalones de sus "papás" -si es que no empiezan a plantearse mejor
el ser compañeros o compañeras de Méndez o de Fidalgo- antes que seguir
estorbando. Por supuesto que, enfrentados a estos planteamientos, no
podemos encontrar otro resultado que una auténtica falta de actividad
anarquista no endogámica, empeorada por un alarmante descenso de la
militancia y una creciente desconfianza y desencanto entre lo/as
activistas que aún tienen fuerzas para seguir adelante. Porque, cuando
entre supuesto/as compañero/as, en vez de existir unos lazos de
hermandad, prima el egoísmo, el afán de protagonismo, la envidia, los
personalismos infantiles y la más absoluta falta de respeto hacia
otro/as compañero/as, podemos afirmar, categóricamente y sin temor a
equivocarnos, que hemos asesinado el anarquismo; lo hemos barrido de
nuestro entorno y lo hemos arrinconado en las estanterías, que son,
quizá, los únicos lugares donde quisieran verlos tanto el Sistema como
su aliado, el Reformismo, ambos unidos de la mano, como en los mejores
tiempos de la escisión y de la creación de la CGT.
Por otro lado, la CNT,
la única organización anarcosindicalista en el Estado español, también
tiene su propia misión histórica, alejada por cierto de cualquier
intento reformista de hacer neosindicalismo al estilo cegetero. La ética
anarcosindicalista que emana de la CNT permite que su militancia deba
saber que el anarcosindicalismo tiene la misión de subvertir al
proletariado rural y urbano; formarlo e integrarlo en su seno, con el
fin de sembrar los vientos revolucionarios que, en un futuro, darían su
fruto en forma de sociedad libre, sin clases y organizada en forma de
comunismo libertario. Tal es el papel de la CNT, y no el de contentarse
con aceptar el lugar al que lo/as reformistas y lo/as pseudoanarquistas
antiorganización quieren relegarla por diferentes motivos, que bien
podrían ser explotados por el Sistema -con sus servicios secretos o su
Ministerio del Interior- para dividirnos y crear guerras intestinas,
cuyo resultado lógico sería la desaparición de la única organización
anarcosindicalista, y, por tanto, revolucionaria del estado español.
Por lo tanto y desde
una óptica que yo definiría lógica o científica, resulta sencillo
entender que, si un planteamiento, una idea, una acción o un hecho
determinados nos resultan perjudiciales, por ser ajenos a nuestros
principios o, simplemente, opuestos a nuestra forma de entender las
cosas, la respuesta más razonable que deberíamos dar no sería otra que
la de evitar tomar esos hechos como modelo a seguir o, si ya se han dado
los primeros pasos erróneos encaminados hacia una perniciosa inflexión
que nos dirigiría al suicidio colectivo, la de cambiar honestamente de
posición y retomar el testigo de nuestras bases ideológicas originales,
aplicando nuestras propias tácticas y no las de los advenedizos del club
del buen rollito o los del reformismo temeroso de la praxis anarquista o
anarcosindicalista.
Todo lo anteriormente
expuesto hace necesario el debate interno, un debate sincero, sin
prejuicios, sin cesuras, sin tabúes ni tapujos. Del mismo modo, este
supuesto debate no sería comprensible si no se le diera respuesta
coherente a unas preguntas que, creo, que deberían ser consideradas
claves para llegar a alcanzar siquiera un mínimo grado de entendimiento
de la cuestión.
¿Por qué existen
colectivos que se autodenominan anarquistas y que, al mismo tiempo,
realizan comentarios o críticas destructivas con la clara
intencionalidad de desprestigiar a la CNT, al anarcosindicalismo, en
general, y al anarquismo organizado, en particular? ¿Por qué, sabiendo
el daño que hacen o pueden hacer, se permiten las relaciones tan
alegremente con estos grupúsculos que, incluso, se les ha dejado
utilizar parte de las infraestructuras confederales y, por este mismo
motivo, se ha terminado por adoptar, por parte de éstos, una actitud de
relación parasitaria respecto de la CNT? ¿Qué favor le hacemos al
anarcosindicalismo ibérico, yendo de la mano con la
antianarcosindicalista CGT, o secundando huelgas "generales" destinadas
a fracasar, como la pasada del día 10 de abril contra la guerra de
ocupación de Iraq? ¿A qué estamos jugando, cuando, desde nuestra
organización anarcosindicalista, se plantea el hecho de participar en
las elecciones sindicales -aunque sean propuestas minoritarias-,
sabiendo perfectamente qué son los comités de empresa y conociendo
también cómo están de desacreditados entre la mismísima clase
trabajadora no organizada (al parecer, son lo/as trabajador/as quienes
conocen mejor a quiénes sirven los comités de empresa, más que alguno/as
compañero/as de la CNT)?. ¿Acaso tiene que venir la CNT a dignificar a
los comités de empresa, en contra de lo que pueda pensar el resto de los
trabajadores y en contra de nuestros propios principios? ¿Por qué, desde
la CNT, salen algunas voces posicionándose a favor de ir junto a
organizaciones políticas y reformistas en pro de una pretendida causa
"común", y a modo de "plataformas", sabiendo cómo son sus métodos de
instrumentalización de las cosas y cuáles son sus fines y objetivos?
¿Por qué no hacemos causa "común" toda la militancia de la CNT, a favor
de luchar por el anarcosindicalismo de la única manera que cabe en una
organización sindical revolucionaria con fines anarquistas como la
nuestra? ¿Por qué, en esta última cuestión, no toda la militancia lo
tiene claro o no lo quiere tener claro?
La única conclusión a
la que podemos llegar, por ahora, es la de saber con certeza que, si el
anarquismo organizado y su expresión sindical revolucionaria no ha
llegado a calar en la sociedad civil actual ha sido porque,
evidentemente, no se ha sabido llegar a esa sociedad a la que se debería
subvertir contra el sistema capitalista. Sí, es verdad que,
históricamente, ha habido muchos complots del Estado y de sus servicios
secretos - y seguirá habiéndolos cada vez que volvamos a levantar
cabeza- que nos han partido en mil pedazos, pero siempre estará en
nosotro/as el saber dar la respuesta adecuada en cada momento. Por ello,
no debemos obviar que, ahora, es el momento de la UNIDAD, pero no de la
unidad con otras organizaciones, sino la de nosotro/as mismo/as, para,
de esta manera, mantenernos como un cuerpo compacto de ideas claras con
el doble objetivo de detectar-marginar cualquier atisbo reformista que,
a la larga, (o a la corta), pueda contribuir a la desaparición de la CNT
como la hemos conocido hasta el presente.
Del mismo modo y para
no romper con los lazos históricos que tradicionalmente nos han
identificado, ahora también es el momento de difundir nuestra "idea"
entre la clase trabajadora, y no sólo mediante la creación de Secciones
Sindicales (que está muy bien, y como algo más que hay que hacer, sólo
entre las plantillas de trabajadores fijos), sino también saliendo a la
calle, yendo a los barrios obreros y realizando actividades que nos
acerquen a la tan alejada clase obrera; preocupándonos un poco más de
los problemas que verdaderamente afectan al proletariado del siglo XXI
-el paro estructural, la vivienda, la pobreza, la marginación y la
exclusión social-, sin olvidarnos de otros temas sociales y económicos
(machismo, racismo, inmigración, militarismo, imperialismo, especulación
capitalista etc...); difundiendo cultura anarquista; predicando con el
ejemplo y siendo coherentes o, al menos, intentando serlo, con las ideas
que defendemos, mediante una praxis libertaria aceptable, teniendo en
cuenta las continuas contradicciones a las que nos enfrentamos desde
dentro del modelo de vida capitalista que el sistema nos impone
diariamente. En definitiva, la única vía permisible dentro de nuestro
anarco-sindicato y desde un punto de vista completamente objetivo, es la
que hace que no seamos sólo una estructura estrictamente sindical, como
reivindican algunas voces, tímidamente, desde dentro de entre nosotros y
con clara intención de querer influir sobre una parte importante de
nuestra militancia. Eso, al menos, es lo que se puede llegar a deducir,
teniendo en cuenta la defensa reiterativa de sus tímidos planteamientos
y la veteranía de algunos de sus paladines, que se apoyan, por cierto,
en parte de una juventud inexperta pero, paradójicamente, coincidente en
este aspecto; factores todos ellos que nos hacen pensar que pueden
obedecer a una especie de estrategia para acallar la conciencia y la voz
anarquistas de la CNT, o lo que es lo mismo, el sindicalismo
revolucionario o anarcosindicalismo.
Hoy, más que nunca,
necesitamos tener los pies y la cabeza en tierra, para recordar a
quienes lo hayan olvidado que la revolución no es otra cosa que el
producto de una actitud en la vida: la del pensamiento revolucionario
aplicado a las fórmulas de organización y de acción, unido a otros
elementos o factores externos que, por motivos de espacio, no vamos a
analizar en el presente trabajo. También necesitamos ser una militancia
no hipócrita; que no nos escabullamos ante cualquier contratiempo -o,
simplemente, por comodidad-, y que no traicionemos el compromiso, que
nuestra militancia requiere, en base a un concepto falso y/o equivocado
de lo que es la libertad y de lo que supone la disciplina anarquista.
Del mismo modo, necesitamos bajar de esa nube aparentemente
revolucionaria que nos hemos construido mentalmente, una especie de "paraiso"
de la revolución, de cielo anarquista, que no podremos disfrutar porque
sólo es un espejismo creado como un pasatiempo para el deleite elitista
de la "quinta del porro", al menos, esa es la impresión que dan, desde
fuera, ciertas actitudes muy generalizadas que emanan desde parte del
ambiente ácrata. Asimismo y para quienes todavía se crean que el
anarquismo es una cuestión exclusiva de lo/as que se reconocen como
anarquistas, como si se tratara de una propiedad privada para el goce de
una aristocracia revolucionaria, o de una secta mesiánica elegida por un
dedo divino que sólo sería visible con una buena dosis de THC,
tendríamos que recordarles que el "paraíso" al que aspiramos tendríamos
que construirlo en la tierra y demostrar nuestro nivel revolucionario en
la calle y no en los locales; acercarnos al proletariado y no
convertirnos en ninguna casta sacerdotal con claras pretensiones de
mantenerse impoluta y de no corromperse con el resto de los mortales.
Mientras sigamos
manteniendo una postura endogámica, mientras no hagamos una tarea
auténticamente revolucionaria y sin apartarnos de las aspiraciones
históricas del proletariado, jamás podremos desembarazarnos de esas
ligaduras puramente burguesas que nos alejan, cada día más, de la
anarquía y del comunismo libertario, aunque luego, en los pasillos y en
los locales, sigamos recurriendo a ese maravilloso poder de
autosugestión que nos caracteriza y, a base de entonar cansinas letanías
de autocomplacencia que se repetirían hasta el infinito, terminemos
convencido/as de que nuestro trabajo lo estamos desarrollando
inmejorablemente y que sólo faltaría abrirle la cabeza al policía de
turno y romper el primer escaparate que veamos para sentirnos mejor que
nunca. Esto último bien podría ser, en un momento dado, un acto de
justicia necesaria, pero nunca definiría a la acción revolucionaria.
Los hielos se están
derritiendo, pero el letargo del oso se está prolongando... demasiado.
Jerez de la Frontera a
15 de mayo de 2003