¿Por qué en su libro habla de antipoder y no de contrapoder?
R.: Porque el contrapoder puede entenderse como una
imagen de espejo del poder: nuestro poder en contra del poder de los otros, el
poder del capital. El de los otros, de ellos, es un poder que separa, que divide
al sujeto del objeto. Nuestro poder, en cambio, es la capacidad de hacer, y esa
capacidad es siempre una capacidad social. Junta a la gente. Implica cierta
organización del hacer humano.
P.: El capitalismo también lo es.
R.: Claro. Y les arranca a los hacedores lo que ellos
mismos han hecho, lo cual fragmenta nuestra existencia y separa cada uno de
nuestros aspectos. No es cuestión de reemplazar solo unos individuos con otros
sino en constituir otra forma de organizar y pensar el hacer social.
P.: ¿Y cuál es la escala de ese cambio? ¿La nacional?
R.: Es global. Por ejemplo, usted me acaba de hablar por
teléfono para esta entrevista. Y de ese hacer global participan, entre otros,
los mexicanos que instalaron el teléfono, los maestros de escuela que me
educaron, los que fabricaron el escritorio donde está apoyado el aparato...
Pensar en términos exclusivamente nacionales implica un empobrecimiento material
e intelectual. El hacer nuestro de todos los días es una interacción con gente
de todo el mundo.
P.: Pero, ¿dónde se mejora nuestra vida?
R.: En el contexto del capital cualquier mejora es solo
individual. En términos sociales la organización capitalista implica una
inseguridad constante, la destrucción de los recursos mundiales y de la
humanidad. La cuestión es cómo construir un hacer diferente, alternativo.
P.: ¿Cómo se empieza?
R.: La gente empieza todo el tiempo cuando trata de
construir relaciones sociales no basadas en el capital. La idea de la amistad y
el amor implica una lucha para que podamos establecer esas relaciones en
términos que nosotros consideramos humanos. Yo planteo la pregunta, no hay una
respuesta fácil, dada. Por eso la experiencia actual de la Argentina es muy
importante. Si bien por necesidad, se dan otras formas de sobrevivir y tomar
decisiones sociales. Por ejemplo a través de las asambleas barriales, los
piqueteros y el trueque.
P.: Ese plano es microsocial.
R.: Es micro y no tan micro. Micro sí, porque cualquier
noción de cambio social o cualquier entendimiento de lo que está pasando tiene
que estar basada en la experiencia cotidiana. Pero también es una experiencia
que compartimos.
P.: ¿Para usted ésta es una alternativa a los partidos?
R.: Sí. El partido político es una forma de organización
orientada hacia el Estado y hacia la toma del poder estatal o hacia la
influencia estatal. Ahora, el Estado y su existencia implican ciertas formas de
relación, cierta jerarquía, cierta jerarquización incluso del descontento, y una
forma de integración en el mundo de las relaciones sociales capitalistas.
P.: ¿Y para usted se puede cambiar algo sin el Estado?
R.: En el último siglo, los intentos de transformar las
relaciones sociales a través del Estado fracasaron. Cien años atrás, Rosa
Luxemburgo discutía con Edward Bernstein cómo tomar el poder estatal, si por la
revolución o por la reforma. Bueno, ambos fracasaron. Los revolucionarios en
Rusia no lograron cambiar la sociedad en la forma en que ellos querían. No
lograron instalar una sociedad más vivible. Pero tampoco los reformistas.
P.: El domingo que viene habrá elecciones en Brasil.
¿Habría que ser indiferentes ante un triunfo de Lula?
R.: No. Una victoria sería excelente, pero suponiendo que
gane Lula lo que él haga en el gobierno dependerá no del gobierno mismo sino de
la fuerza de las luchas sociales y del modo en que las luchas sociales estén
arraigadas en la cotidianidad de la existencia. Enfocar todo hacia el Estado
implica normalmente un debilitamiento de estos movimientos sociales y sus
luchas. En casi todos los casos una elección de un gobierno de izquierda termina
en fracaso: trata de conciliar las presiones sociales y las demandas del capital
global.
P.: Entonces no importa.
R.: Sí importa. Ojalá ganen Lula y la izquierda en la
Argentina. Pero en general elegir a un gobierno de izquierda es ineficaz porque
subordina las luchas sociales a los fines electorales.
P.: ¿Las luchas sociales solas no pueden ser una gimnasia
ineficaz?
R.: No. Luchas importantes como la zapatista en Chiapas y
la de los piqueteros y la de los Sin Tierra en Brasil están transformando las
condiciones de vida de la gente involucrada. Y no solo materialmente. También en
autoconfianza, dignidad, participación en la lucha por otro mundo. Obviamente en
ningún caso eso ha conducido a un cambio radical de la sociedad. Todavía estamos
viviendo dentro de una sociedad capitalista. Pero me parece que la única forma
de lograr un cambio de esa sociedad es a través de luchas para construir otras
formas de sociabilidad, ya dentro del marco de una sociedad capitalista.
P.: ¿Puede entenderse el zapatismo fuera de Chiapas?
R.: Sí. Tuvo un impacto nacional e internacional. Impactó
sobre el movimiento indígena en México, y sobre el mundo mucho más. Dio
autoconfianza a toda la izquierda porque el zapatismo planteó la política de
izquierda separando revolución y Estado.
P.: El fin del leninismo.
R.: Sí. Los zapatistas dijeron: queremos cambiar el mundo
pero no tomar el poder. La idea misma de revolución implica un respeto a la
dignidad de otros. Mientras el capital camina dictando el zapatismo avanza
preguntando.
P.: Los Verdes alemanes empezaron como un movimiento
social, se convirtieron en partido y ahora son partido de gobierno. ¿Está mal?
R.: Sí, está mal. Apoyaron la guerra en Afganistán a
pesar de su postura antimilitar inicial.
P.: Pero desde el Estado consiguieron la eliminación de
las centrales nucleares.
R.: Mire, decir que uno se involucra en el Estado para
lograr cambios es no entender al Estado. Uno se incorpora sí o sí a una red de
relaciones sociales capitalistas. Si uno quiere cambiar la educación
orientándose más a los niños que a la rentabilidad del capital, muy pronto el
capital se irá a otro país porque usted no está produciendo el tipo de gente
considerada como un buen trabajador, como un tipo disciplinado.
P.: ¿Qué diferencia su planteamiento del anarquismo
tradicional?
R.: No sé. A mí me parece que antes se hacía una
distinción muy clara entre el comunismo, por un lado, y el anarquismo por otro
lado. Esa distinción me parece que es parte de la tradición leninista o
soviética del comunismo. En la situación actual esta distinción no debería
existir con la misma fuerza que antes. Se trata, más bien, de pensar cómo
podemos avanzar.
P.: ¿Sin esperar el momento instantáneo de la revolución?
R.: Claro. Eso es tratar de cambiar el mundo sin tomar el
poder. Porque pensar en la toma del poder implica posponer la revolución hasta
el día mágico. Y el problema es que tal día mágico no existe. Por eso es
postergar la revolución hasta quién sabe cuando.
Extraído de ACP Sindominio