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La Canción del Pirata.-
J. Rams
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El imperio americano, los valores y la comida griega
Germinal
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Germinal
L os valores
culturales suelen acompañar al poder económico de los imperios. Desde la
revolución industrial, la construcción de los estados-nación y el
imperialismo decimonónico, ha sido la llamada cultura occidental la que
ha marcado la pauta de los valores "positivos" y "negativos", entre lo
civilizado y lo primitivo, y últimamente entre lo políticamente correcto
e incorrecto. No se piense que esas diferencias se hacían exclusivamente
con los valores de los "otros", de los extraños, o de los enemigos. No,
también se hacían y se hacen con los que, supuestamente, pertenecen a
ese mismo "mundo" occidental.
¿Quién no se ha sentido acomplejado por no tener
asumida hasta la médula la ética anglosajona del trabajo?, ¿quién no
cambió el dañino aceite de oliva por el sano aceite de girasol o la
mantequilla de cacahuetes que promocionaban las multinacionales
norteamericanas?, ¿quién no está seguro de que los musulmanes son todos
unas cafres que practican la ablación y son seguidores de Ben Laden?
Aunque no hace falta poner ejemplos tan lejanos y genéricos ¿acaso
alguien ha dudado del síntoma de vagancia que suponía dormir la siesta?
O del atraso que era no seguir el frenético ritmo que cada vez marca la
sociedad y que se puede resumir en no tengo tiempo para nada, salvo para
trabajar.
Bueno, pues, poco a poco, como cuando la antigua
Grecia y el Imperio Romano, hasta en la metrópolis del Imperio empiezan
a dudar del valor absoluto de sus valores. Hace algún tiempo ya empezó a
verse un anuncio de uno de los tótems de la cultura imperial americana,
el whisky "Jack Daniels", en el que se glorificaba el tiempo que "sin
hacer nada", mientras envejecía el licor, pasaban los trabajadores
esperando que alcanzara la madurez que le convertía en algo "especial".
Después, llegaron los primeros informes médicos sobre las benéficas
consecuencias de descabezar un sueñecito, aunque fuera en el sillón de
la oficina y ahora, nos llega una película, producida en el propio
corazón imperial, aunque el guionista y las localizaciones sean
canadienses, en la que el mensaje positivo no es el del activo y
productivo varón blanco, anglosajón, y protestante, sino el de la
morena, casi negra, mediterránea, es decir vaga, inútil y antigua,
familia de origen griego que ha mantenido parte de sus señas de
identidad en el solar yanki.
Resulta que esta Mi gran boda griega, comedia
de consumo interno, como podían ser la de los hermanos Ozores en los
años setenta ene este país, no basa su "aquel" en el mito de Doris Day y
el estofado casero de Tu a Boston y yo a California, sino en que
ese ruidosa, conservadora y atorrante familia griega puede tener valores
tan positivos, o incluso más, según la mirada del director, que la del
WASP (white, anglo saxon and protestant). Resulta que, tras más
de doscientos años de superioridad calvinista, a la vez que se ha
regresado a la música étnica y al tam-tam en las plazas públicas, se
descubren los valores subyacentes en la ruidosa (¡qué horror! en una
sociedad que utiliza el televisor como sucedáneo de contertulio),
numerosa (algo tan antieconómico como el fumar) y machista sociedad
griega que nos presenta la película. Esa que dice, según un personaje,
que en la vida de las griegas sólo hay tres cosas decentes que hacer:
casarse con griegos, traer al mundo griegos y darles, a todos ellos, de
comer hasta su muerte.
Como dirían por ahí, ni tanto ni tan calvo. Siempre
será un avance que la sociedad imperial se plantee sus "sólidos"
principios. Más aun en estos momentos de ardor guerrero que, quizás, no
haga sino ocultar el comienzo de su debilidad. Incluso, es gratificante
ver, en formatos propios, que se ponga en cuestión la validez de algunos
de sus principios más sólidamente asentados. Desde el otro extremo,
también se han dado cuenta de que la evolución del propio capitalismo ha
dejado en la cuneta valores que se consideran propiedad de sus
defensores. Verbigracia, la honradez o la virtud cívica.
De todas formas, si el querido lector decide ir a ver
esta película, quizás le quede en las neuronas una terrible incógnita:
¿Por qué ha sido producida por Tom Hanks? Sí, el mismo, Forrest Gump. |
Dirección:
Joel Zwick.
País:
USA.
Año:
2002.
Duración:
96 min.
Interpretación:
Nia Vardalos (Fotoula 'Toula' Portokalos), John Corbett (Ian
Miller), Michael Constantine (Gus Portokalos), Lainie Kazan
(Maria Portokalos), Andrea Martin (Voula), Joey Fatone (Angelo),
Louis Mandylor (Nicolas 'Nick' Portokalos), Stavroula
Logothettis (Athena Portokalos), Christina Eleusiniotis, Marita
Zouravlioff.
Guión:
Nia Vardalos.
Producción:
Gary Goetzman, Tom Hanks y Rita Wilson.
Música:
Xandy Janko y
Chris Wilson.
Fotografía:
Jeffery Jur.
Montaje:
Mia Goldman.
Diseño de producción:
Gregory P. Keen.
Dirección artística:
Kei Ng.
Vestuario:
Michael Clancy.
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