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República Democrática del Congo |
¿Por fin la Paz? |
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P or fin, tras
casi cinco años de guerra y tras incontables intentos fallidos de
materializar distintos procesos de Paz, se firmó en Sudáfrica, el pasado
17 de Diciembre, un acuerdo de paz entre el gobierno de la R. D. Congo y
sus aliados (Zimbabwe y Angola entre otros) y el gobierno de Ruanda
secundado por guerrillas congoleñas como el RCD, RCD-ML, y que, en todo
momento, contó con el apoyo directo e indirecto de los gobiernos de Uganda
– con el que también tuvo enfrentamientos directos- o Burundi, pero no por
ello menos activos a lo largo de un proceso bélico de marcado carácter
internacional. Desde aquí, como es lógico, no podemos sino recibir los
acuerdos de Paz con enorme esperanza, sobre todo en lo que respecta al
cese del sufrimiento de una población civil congoleña, que ha dejado a lo
largo y ancho de un tortuoso camino la escalofriante cifra de más de dos
millones y medio de muertes (tres millones señalan unas fuentes, cuatro
millones señalan otras), cifra a la que siempre habrá que añadir los
cientos de miles de refugiados hutus masacrados, perdidos y volatilizados
en los primeros meses de la guerra a manos del ejército ruandés, elementos
de la armada ugandesa y de la propia AFDL de Laurent Desirée Kabila en
territorio congoleño, en tanto todos eran aliados contra el régimen
mobutista.
Efectivamente, ahora se impone la paz, una paz que
tiene un enorme y largo camino por delante, una paz que sólo será tal, que
sólo conseguirá llenarse de contenido, si se conjugan reconciliación y
justicia, reconstrucción y democracia, perdón y resolución y, sobre todo,
si esa paz es capaz de llegar al corazón mismo de Uganda, de Ruanda, de
Burundi, de Angola, etc., pues de lo contrario la misma República
Democrática del Congo o cualquier otro país de su entorno geográfico
inmediato serán el escenario forzosamente cruel de una nueva deflagración
bélica, de nuevas masacres, de nuevas riadas atormentadas de refugiados
que nos mostrarán la televisión y algunos diarios sin saber muy bien ni a
dónde ni porqué miramos. De hecho, el acuerdo de paz firmado en Pretoria,
ha visto al día siguiente de su firma (17-12-2002) su primera violación
cuando grupos de Mai-Mai se han vuelto a batir contra las tropas de las
facciones del RCD en el este del país. Ciertamente, este grupo (o grupos
más bien) mai-mai que no etnia ni etnias, desde el primer momento,
protestaron por verse postergados en las negociaciones que han desembocado
en este acuerdo de paz. He ahí ya una de las fallas de estos acuerdos,
tanto en cuanto los Mai-Mai a lo largo de todo el conflicto han sido
también punta de lanza en el mismo contra las tropas ruandesas y rebeldes
aliadas, precisamente, al eje Ruanda-Uganda-Burundi. Además, en sus
últimas declaraciones los Mai-Mai (que poco a poco y a lo largo de los
años han visto cómo se les iban sumando elementos de lo más heterogéneo),
llevados, tal vez, por la impotencia de verse relegados en esas
negociaciones han ido poniendo el acento en argumentos cada vez más "etnicistas"
de un marcado sesgo antitutsi para legitimar su lucha, cuando, realmente,
tal no era ni es el camino, aun reconociendo el hecho de que la armada
ruandesa - sobre todo tras la toma de poder por parte del FPR en Ruanda en
1994 - así como sus aliados banyamulenges (tutsis congoleños) son de
mayoría tutsi.
Vemos, pues, un primer escollo para la paz. Pero hay
otros escollos, que no escapan a un mínimo análisis. La situación interna
de Ruanda, en donde el FPR de Paul Kagame ejerce un poder prácticamente
dictatorial sobre una población hutu-tutsi y en donde la reconciliación,
sobre todo tras el genocidio de 1994, ha de ser el satisfactor sine qua
non para la convivencia y, sobre todo, para el desarrollo armónico en
todos los sentidos de una comunidad (cuyas similitudes culturales y
sociales, a pesar de esas diferencias étnicas forzadas y hasta agudizadas
por un colonialismo del divide et impera y más tarde por una clase
política que, durante años, no vio más allá de su propio beneficio íntimo
y particular, son y han sido un hecho constante y continuo) que lo va
necesitando de manera cada vez más perentoria, fundamentalmente en lo que
a la prevención de nuevos estallidos sociales se refiere cuyas
consecuencias, al menos hasta la fecha, han sido las desafortunadas
masacres –aquí se podría aplicar el término genocidio- de tutsis y de
hutus, los exilios masivos, así como la existencia de un creciente número
de refugiados y de desplazados que bien pudieran ser el origen de nuevos
brotes de inestabilidad y de violencia (léase guerra). Desde este mismo
punto de vista, la situación de Burundi (y los fracasos de los acuerdos de
paz entre gobierno y oposición armada, ésta de mayoría hutu), marcada
también por un poder central prácticamente dictatorial, por un número
extremadamente alto de desplazados y de refugiados en los países vecinos,
así como por un alto índice de violencia estructural y cultural, acentuada
tras las masacres de hutus y de tutsis del año 1993 – hecho del que,
curiosamente, poco o nada se ha hablado y que determinó, en cierta medida,
el genocidio de Ruanda en 1994, que, a su vez, va a influir muy
negativamente en la situación interna de Burundi -, supone una bomba de
efectos retardados en la región, pero no por ello de consecuencias menos
trágicas. También hemos de señalar la situación de Uganda, en donde el
poder presidencialista de Yoweri Museveni (y su partido MRN) se enfrenta a
problemas políticos internos graves, así como a varios frentes
guerrilleros, además de unas relaciones con el régimen islamita de Jartum
nada armónicas: ambos países dan soporte a sendos movimientos guerrilleros
que actúan contra uno y otro país. Todo esto, a pesar de la posible
"consistencia" de Kampala y de haberse convertido en pieza fundamental de
las estrategias anglo-norteamericanas en la región (estrategias muy
amigas, por cierto, del mineral fácil y de muy feroces lobbys), también
hace del camino hacia la paz un proceso extremadamente complejo, frágil y
delicado. En cuanto a Angola y Zimbabwe (aliados de la R.D. Congo a lo
largo de todo el conflicto), ambos países –notando previamente las
diferencias existentes entre uno y otro, así como sus aspiraciones
regionales- sí podrían mostrarse como garantes de una cierta estabilidad
regional, al igual que Zambia y Tanzania, en tanto en cuanto sus políticas
interiores se marcaran la apertura y consolidación de procesos
deliberativos, que entrañen el reconocimiento de una población duramente
castigada, excluida y hasta invisibilizada durante decenios, así como la
posibilidad, cada vez más perentoria y necesaria, de abrir las
instituciones políticas y económicas al consenso y a la transparencia, es
decir al debate y a la negociación, frente a la opacidad, el nepotismo y
el patrimonialismo.
En cuanto a la propia R. D. Congo, el mismo proceso que
ha llevado a firmar los acuerdos de Paz de Pretoria ya es un índice
alentador en términos prospectivos y es necesario estimarlos en el sentido
de que podemos estar cerca de una nueva dimensionalización en el
tratamiento de los conflictos, ya que, siendo muchos los actores y los
intereses implicados, ha existido la capacidad de sentarse y, sobre todo,
de dialogar, lo cual, sin duda, revela muchas posibilidades de
comunicación y, tal vez, por ello mismo de reconciliación. Ahora bien, los
líderes o representantes que han estampado su firma en tales acuerdos, los
gestores –muchos- que van a ocupar cargos en la Administración, los
ministerios, las empresas, etc., no pueden olvidar, bajo ningún concepto,
que son parte integrante del pueblo congoleño, y que, tras más de treinta
y muchos años de expolio, de conflictos que han conllevado víctimas
contantes y sonantes, de cleptomanías y de ambiciones varias que han
hundido a ese pueblo en el más humillante arrabal de las miserias, han de
girar su mirada hacia ese mismo pueblo, reparar en su existencia, de
manera que las decisiones, antes de materializarse, reparen, a su vez, en
ciertas formas de consenso, de respeto y de bien común. Efectivamente, la
experiencia demuestra que la existencia de enormes bolsas de pobreza y de
marginación colabora "positivamente" en la explosión de conflictos
intraestatales (basados en la mayoría de los casos en falsas ideaciones de
identidad y de raza), desde el momento en que los llamados "señores de la
guerra" disponen de un ejército fácil, barato y pronto a cambiar exclusión
por armas o violencia. Por otro lado, dada la fragilidad del proceso
abierto, es necesario el soporte y el apoyo de organismos tales que
Naciones Unidas y otras organizaciones de carácter supranacional que
puedan garantizar sin excusas y sin doble moral la puesta en marcha de
este proceso de paz, prestando especial atención a los movimientos de
países terceros (tal que USA, Francia, Sudáfrica), así como a ciertas
multinacionales dedicadas a la explotación de recursos mineros para las
que únicamente cuenta el beneficio y que, en sus orientaciones cada vez
más autónomas y endogámicas, han tenido y pueden seguir teniendo una
enorme responsabilidad – sobre todo en el actual contexto de globalismo-
en lo que se refiere, precisamente, al fracaso o al éxito de esta recién
estrenada y muy, muy frágil maquinaria de Paz.
Por último, simplemente mencionaremos el handicap
fronterizo. Efectivamente, las zonas fronterizas de la R.D.Congo han sido
utilizadas por varios movimientos guerrilleros para desestabilizar
regímenes de países vecinos como Ruanda, Uganda, Congo-Brazza, Angola,
Burundi, que han convertido a la región en un auténtico polvorín y que,
finalmente, dieron argumentos de mucho peso a los gobernantes de países
como Angola, Ruanda o Uganda para intervenir en esa guerra internacional
iniciada en 1998 y, que, de paso, les "autolegitimó" para robar y expoliar
todo tipo de bienes y riquezas en los territorios congoleños ocupados,
sobre todo en las regiones del este en manos de Ruanda y de Uganda,
regiones, por cierto, cuyas poblaciones han asistido, desde la más pura
impotencia, a la violación sistemática y encarnizada de sus derechos
humanos más elementales.
Cristóbal Moya Martínez
(Ex-cooperante en la R.D.Congo |
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