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Grita Sintel. Grita Libertad

 

 

Parece que en los últimos tiempos se está hablando en España demasiado acerca de la censura. Lo que significa, en primer lugar, que existe, y en segundo, que muchos ciudadanos nos hemos dado cuenta, demasiado tarde quizás, de su existencia.

En la gala de los últimos Premios Goya, algunos españoles relacionados con la industria del cine osaron ponerla a prueba haciendo uso de un derecho, el de la libertad de expresión que, nada dice la Constitución al respecto, puede ejercitarse en cualquier momento y lugar del territorio español. La actriz Aitana Sánchez-Gijón ha tenido el valor, además de hacerlo en el Parlamento, de decirlo con todas la letras en el festival de cine de Berlín: "El Gobierno debe respetar la libertad de expresión. No se puede censurar. En España se hace".

Imagino la imagen, valga la redundancia, que estarán formándose en estos momentos en Europa de nuestra consolidada Democracia con este par de insignificantes salidas de tono. A lo que no habrá contribuido demasiado la represiva actitud de un torpe productor y la aparente tranquilidad de una Ministra de Cultura acorralada. Mala señal, cuando un Gobierno tiene que repetir por activa y por pasiva que en esta España hay Libertad y que cualquiera puede decir lo que quiera, dentro los límites de la Constitución, que se suponen, en teoría, amplios. Pero: ¿Dónde están los límites reales y quién los pone en la práctica?. ¿El Tribunal Constitucional?.

La censura que sostiene el sistema democrático y la Constitución del 1978 que disfrutamos, - no ha sido frecuente, por ejemplo, escuchar las opiniones a favor de la independencia de los extremistas vascos antes de su ilegalización -es muy diferente a la que padecieron nuestros padres y abuelos en el Franquismo. Nuestros democráticos gobernantes entendieron con presteza que no hace falta tener la cara y el talante de tipos como Fraga Iribarne, para conseguir un sistema censor eficaz y generalizado. Ahora la censura es en exclusiva y de color rosa.

No creo necesario apuntar que escasamente libre es una Democracia que necesita este mecanismo represivo para mantenerse. Y tampoco que toda la culpa de que se cuestione "el mejor de los sistemas posibles" la tenga el terrorismo de ETA. Si hay censura, los ciudadanos no tenemos Libertad. Si nos hacen creer a todos que no existe, estaremos convencidos de vivir bajo la más amplia de las libertades, pero no seremos más que las inocentes víctimas de una gran mentira que condicionará hasta límites insospechados nuestras vidas. Como en el Franquismo.

La censura democrática, por diferenciarla de la que no lo es, no se caracteriza por el miedo a ir a la cárcel por enseñar un par de tetas o a perder la vida por mantener unos ideales, sino por condenarte a vivir en la más profunda de las indiferencias. En dejar de ocupar un espacio propio, intransferible, en la faceta que sea. Si no se existe, no se es. Si nadie sabe que existes, sencillamente, no existes. El mecanismo es muy simple y efectivo, gracias al sincronizado funcionamiento de gran parte de los medios de comunicación, al servicio, no ya de ideas, sino de resultados empresariales que en muchas ocasiones van unidos a ideas muy poco éticas. Ya nadie muere en España por ser comunista, ni tampoco por ser un antiglobalización. En todo caso, te matarían si pusieras en peligro la estabilidad de una gran empresa y, claro está, no aceptarás una oferta que no pudieras rechazar. El sistema funciona a toda costa. Y no se estila -ya sabemos que no se estila- eso de mancharse las manos de sangre.

Los "enemigos" de los que se supone se tiene que proteger el sistema, son todos aquellos que lo cuestionan, poniéndolo, con una simple interrogación, en serio peligro. En este sentido, habría que aclarar que son infinitas las maneras de hacer olas en el mar de la tranquilidad que lo cobija. Y que, en consonancia, son infinitas las de hacer que se rompan antes de llegar a buen puerto. Pero, a veces, en muy contadas ocasiones, el rompeolas del sistema, la censura, falla por la parte más débil. Que, en realidad, no sé cual es, pero que, y esto alimenta mi esperanza, existe. Quizás hayan reducido demasiado los gastos de personal de mantenimiento o lo hayan puesto en manos de una contrata.

La odisea que padecen los trabajadores de Sintel para recuperar sus puestos de trabajo ha sido lo más revolucionario que ha sucedido en este país desde la muerte de Franco. De eso nos daremos cuenta dentro de algunos años. No tanto porque montaran un Campamento de la Esperanza en el paseo de la Castellana de Madrid, con todo lo que esa aventura de 187 días y noches supuso. Ni siquiera porque fueran capaces cuestionar la honestidad de un par de presidentes, como González o Aznar, o al mismísimo Parlamento Español. Tampoco, por poner contra las cuerdas - ya se verá en los tribunales - a los jerifaltes de la poderosísima Telefónica. Ni muchísimo menos, por desestabilizar la consensuada trayectoria de los sindicatos mayoritarios de este país. No.

Las olas que trajeron y traen los trabajadores, - con toda seguridad sin ser conscientes de su altura -, que turban la calmachicha de esta sociedad y que amenazan en convertirse en tempestades, se hacen presentes y calan en nuestro pensamiento cuando menos te lo esperas: al nombrar Sintel en una conversación en un bar, al escribir un artículo periodístico por puro interés informativo que nos recuerde que estos perjudicados de la sociedad vuelven a la carga, al auto-publicar y auto-distribuir un libro como el mío, con el vacío de los grandes medios de comunicación, al producir un documental improducible de Sintel, "El efecto Iguazú", y ganar (¿?) con él un merecido Goya, al simple pronunciar Sintel: Sin-tel.

El peligro para los que "defienden" nuestra Libertad está en que, a pesar de toda la batería de rompeolas, todavía sigan existiendo y resistiendo "los de Sintel". Y que haya artículos como éste que los relacionen con la censura y con la ausencia de Libertad.

Grita Sintel. Gritarás Libertad.

Carlos Blanco Jiménez

 Arriba. ¡LUCHA ANTIFASCISTA!

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