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tiempos, a los soldados de los ejércitos vencidos se les mataba en masa,
simplemente, o bien, para evitar el trabajo de los enterramientos, se
les sacaban los ojos o se les seccionaban los tendones de las corvas,
también masivamente, de forma que se volvieran inservibles para el
combate, a la vez que ejemplos vivientes para el escarmiento, es decir,
cuadros de propaganda viva. Todo ello, claro, reservando, siempre que
fuera necesario, el porcentaje que, en régimen de esclavitud o
servidumbre, tuviera por destino el allegar o procurar los bienes de la
economía y los servicios.
Hoy, por medio de bombas atómicas o derivados, se
mata a medio millón de personas de una tacada, ensañándose, más que
nada, sobre las poblaciones por aquello de que el terror civil es más
operativo, pero, sin descartar la muerte masiva de prisioneros,
declarada y comunicada, tanto cuantitativa como cualitativamente, tan
sólo en la medida en que pueda, a la vez, ser afirmada y desmentida por
igual (el juego simultáneo del destape y la ocultación sirve, a las mil
maravillas, a la manipulación psicológica, pues, a la vez que produce el
terror deseado, impide también la utilización política del hecho).
Antaño, la mujer era forzada a someterse a vejámenes
sexuales por el derecho feudal de pernada, frente al cual, fue apenas
una anécdota sin transcendencia el gesto de la revuelta de Fuenteobejuna.
Hoy, bajo el imperio del Dios-dinero, los objetos de la sexualidad, del
género que fueren, son la materia prima de crematísticas redes de
especuladores de la miseria y la necesidad.
Ayer, los siervos de la gleba, forzosamente adscritos
al terruño de por vida, traían argolla al cuello. Hoy en día, dejan de
llevar tal distintivo y ya no están adscritos a la tierra, por el
contrario, se los exilia de los campos al hambre y los azares
ciudadanos, haciéndolos volver, con mecánica contumacia temporera y de
forma siempre muy malpagada, tan sólo para recoger los frutos de cosecha
que los dineros del hacendado engorden.
En el anteayer griego o romano e incluso en el de las
ciudades medievales, al inmigrante, en forma de meteco, proletario o de
simple evadido de la gleba, se le vetaban ciertos derechos vernáculos,
pero no se le negaba el derecho al trabajo y a la subsistencia. Al día
de hoy, a individuos de esa condición no sólo se les niegan derechos
sociales o políticos comunes, sino que se les niega el puro y básico
derecho a trabajar y subsistir y hasta el derecho mismo de entrada,
convirtiendo los aledaños del acceso en gigantescos cementerios
submarinos.
Se podría seguir con otras comparaciones por el
estilo de las situaciones citadas, para llegar a la conclusión de que,
mutatis mutandis, el mundo sigue yendo por los caminos de antaño,
algo cambiado el piso y el paisaje, pero, en sustancia, por el camino
mismo. Un camino de muerte, de explotación, de injusticia, de opresión,
de dominio, de abuso y sometimiento, de indignidades y vejámenes, un
mundo de mentira y falsedad. Pero un número muy importante y creciente
de gentes, por entre la pasividad mayoritaria, vienen pensando, ya de
mucho atrás, que es ya hora de cambiar no ya los engañosos aspectos del
piso y el paisaje del camino, sino el camino mismo. Que es hora de
marchar de otra manera.
La situación conjunta, político-social, definida por
todos esos caminos recorridos sin solución de continuidad viene
llamándose «sistema». Sus alteraciones , aparente y engañosamente
profundas, pero inesenciales en el fondo, porque no alteran el hecho del
dominio, sino sólo el sujeto del mismo, vienen diferenciándose unas de
otras con el nombre de «régimen» (ancien/nouveau régime).
Dado que todas esas situaciones sólo se originan y mantienen por la
razón de la fuerza, se constata que no hay posibilidad de paso de un
régimen a otro sin la intervención opuesta de una fuerza superior. Eso
es lo que la historia enseña, y a tal histórico fenómeno, en las
crónicas, se le viene denominando «revolución»..
Desde cierta óptica de cambio revolucionario, se
entiende que el paso de un régimen a otro no viene alterando
esencialmente el camino, porque se trata de la sustitución del poder de
una clase por el de otra, y que de lo que se trata es de anular el hecho
mismo del poder, o sea, no de sustituir una clase pudiente por otra,
sino de anular el sistema de clases. La diferencia entre los que
pretenden esa finalidad se establece en la matización y valoración de la
génesis y modalidades de la fuerza necesaria para el cambio y de las
formas de su aplicación . Se estima por ciertas esferas como válido el
carácter individual del acto violento, tanto desde la consideración del
sujeto como desde la del objeto de la violencia. Tal acción pretendería
llevarse sobre personas tenidas por responsables de grandes calamidades
y crímenes sobre los pueblos, y sus ejecutores pasarían ante éstos como
«héroes vengadores» de los mismos. En este capítulo, podría encuadrarse
el nihilismo ruso de la Zemliá i Svoboda («Tierra y Libertad») o
de la Naródnaia Volia («Voluntad del pueblo»), o también
la consigna de «la propaganda por el hecho» surgida del Congreso
anarquista de Londres de 1881. No lejos de esta valoración del hecho
violento, estaría no ya la concepción de éste como acto individual, sino
de grupos de individuos organizados según modelos, tácticas y
estrategias de carácter más o menos militar. Éstas serían, por poner
algunos ejemplos, las formas de adopción de la guerrilla campesina,
típica de Latinoamérica (Bolivia, Colombia, Nicaragua, Guatemala...), o
la de carácter urbano, también allí (tupamaros, montoneros...).
Farga Pellicer y los representantes españoles que
asistieron al mencionado Congreso de Londres de 1881, entendieron, y así
lo trasladaron a España, que la «propaganda por el hecho» no debía tener
un carácter individual, sino de acción de masas, lo que equivalía a
cambiar la acción sobre las personas por la acción sobre las diferentes
estructuras materiales e ideológicas del sistema. Se trataba, pues, de
hacer de la clase obrera como tal el sujeto revolucionario. Fue así como
se decidió, en febrero de 1881, la liquidación de la estructura
clandestina de la FRE y la constitución en septiembre del mismo año de
la FTRE que habría de resistir la acción represiva de los gobiernos
hasta 1888, multiplicando grandemente los efectivos de la clase obrera y
campesina y haciéndose tan eficiente en estas luchas que el Estado se
vio obligado a inventar contra ella el escandaloso y criminal montaje de
la Mano Negra, sin poder impedir el crecimiento y la tensión de la
fuerza proletaria, según se hizo visible en los sucesos de Jerez de 1892
y en las acciones que, bajo las arengas de Fermín Salvochea, se hicieron
sucesivamente en favor de las vindicaciones horarias de los «héroes de
Chicago». Conocido es de sobra el desarrollo posterior de esta línea
estratégica, en la que se trata, fundamentalmente, de mantener a la
clase obrera al margen de toda forma de integración en el sistema, de
mantener viva la conciencia revolucionaria por medio de la crítica
racional permanente y de la acción práctica consecuente con ella, así
como de constituir, permanentemente, el factor dialéctico-negativo del
sistema mismo, lo que, dentro y por encima de los altibajos de la lucha
y del juego mecánico de acción/reacción, y mediando las oportunas
circunstancias subjetivas de la clase trabajadora, así como las
objetivas de carácter histórico, no podrá dejar de terminar por poner al
sistema ante su crítica, crucial, flagrante y mortal contradicción
interna, frente a un enemigo con todas las capacidades de organizar un
mundo nuevo, un enemigo al que, en el momento de la confrontación
crucial, no podrá superar ni en fuerza física, ni en tensión moral ni en
capacidad de creación.
Sucintamente contemplada, la situación actual del
sistema capitalista aparece como una situación que se debate en el seno
de una crisis estructural profunda, de la que el mismo sistema es
consciente. El fenómeno de mundialización, al que el capitalismo estaba,
de antemano, estructuralmente abocado, le hace exhibir dos facetas de sí
mismo contradictorias entre sí: de un lado, su inimaginable dominio
tecnológico de artefactos para construir y destruir, y, de otro lado, su
profunda debilidad en lo que respecta a las bases últimas de la
economía, a la sustentación político-social y a los fundamentos
ideológicos básicos en que pretende basarse, a saber, libertades e
igualdad de derechos. A los enemigos básicamente internos en origen se
suman todas las víctimas externas acumuladas en su etapa imperialista.
Demasiados enemigos para una situación de crisis inédita en su historia.
El capitalismo se siente en peligro y decide huir hacia adelante: guerra
permanente en el exterior, persecución social permanente en el interior.
Se ve obligado a mostrar la violencia interna que esencialmente lo
constituye. La democracia actúa, de hecho, como dictadura. Excusa: razón
de Estado, necesidad de pervivencia. Pero una contradicción crucial, en
democracia, debe ser siempre disfrazada ante los ojos de los
bienpensantes. Aquí es donde juega su papel el terrorismo y su corolario
anti. Las diferentes estrategias armadas fueron siempre tratadas por el
capitalismo según conveniencia y oportunidad política: los resistentes
kosovares son patriotas armados hasta que la necesidad de negociar con
Macedonia convierte aquella primera calificación en la de «terroristas»
peligrosos. Los luchadores por la independencia de Chechenia fueron
siempre, para los rusos, criminales, y, para los occidentales, valientes
guerrilleros, hasta que hubo necesidad de atraerse a Rusia en la lucha
«antiterrorista» contra Afganistán e Irak. Los miembros de ETA fueron,
para los norteamericanos, «independentistas vascos» hasta que Bush
necesitó de Aznar manos libres en el manejo de sus bases en España. Lo
mismo, así o de otro modo, ocurre en el tratamiento de los
kurdos....Pero la prueba fundamental de que el antiterrorismo sólo es el
alibí,la excusa o coartada de la acción defensiva a ultranza de
los privilegios del capitalismo, a costa y por encima de sus
«principios» de libertad, es que sus acciones represivas con miras de
disolución, van fundamentalmente dirigidas contra organizaciones y
movimientos que no participan de estrategias armadas, pero que, en el
ejercicio de su libertad, aspiran y luchan, sin compromiso alguno con el
sistema, por un cambio cualitativo de la sociedad, por hacer un camino
nuevo andando de otra manera. Tal es el caso de la acción gubernamental
contra las organizaciones o movimientos anarquistas que se vienen dando,
en los últimos tiempos, en Cataluña, Valencia, Málaga y en diversos
puntos de la geografía española. Y mucho más grave y sintomático el
proceso mediático concertado de satanización de esos mismos movimientos
que se viene observando. Se trata por parte del gobierno, y por el
procedimiento de deformación figurativa y de ocultación de causas y
razones, de crear en las mentes de los ciudadanos las imágenes previas
necesarias para que el hachazo fatal disolutivo sea contemplado y
juzgado por las gentes como algo normal que está, sin más, en la
naturaleza de los hechos. Goebbels, maestro de Franco, sigue, al
parecer, siendo maestro también de los poderes imperantes hoy.