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anarquismo, como doctrina, generalmente se caracterizó, en confrontación
con otras corrientes socialistas, por su énfasis en la transformación
personal del individuo. Pues el individuo, singular y concreto, con el
objeto de alcanzar una relación consigo mismo y con los otros individuos
acorde con los fundamentos que inspiran la vida individual y colectiva
en la Anarquía, debe poseer unas características personales precisas.
Asimismo, el anarquista, en su militancia, ha de tener en cuenta siempre
este principio. En este artículo indago someramente en este axioma,
defendiendo su necesidad contra una visión reduccionista y miope del
anarquismo y del anarcosindicalismo, disipada actualmente por el
Movimiento Libertario, que minimiza el anarquismo al ser militante o
pertenecer a alguna de las organizaciones anarquistas actuales, y el
anarcosindicalismo a pura lucha laboral.
Dentro de la racionalidad
interna de la tradición libertaria se encuentra la idea de que es
necesaria una conciencia de la opresión social por parte de los
oprimidos que pretenda la transformación de todas las esferas de la vida
individual y colectiva. Pero además una asunción práctica de las
creencias libertarias, contenidas en tal conciencia, en las vidas
individuales, como transición hacia la revolución social. Y esta
asunción práctica de las creencias libertarias debe entenderse en toda
su importancia: como un fundamento existencial y científico del cambio
social anarquista. Si bien este idealismo practicado lleva
presupuestos conceptos, que no son sino la llave de entrada a su
práctica, la mera cognición o el simple idealismo, es algo necesario
pero no suficiente. El individuo, como señaló hace más de un siglo
Bakunin, está atravesado en su totalidad por la forma de vida dominada y
dominadora de la sociedad burguesa. Los individuos se ven sometidos a un
proceso de socialización en donde todas sus capacidades e impulsos
vitales son absorbidos y desarrollados, organizados y dirigidos, en aras
de una funcionalización de su pensamiento, voluntad y conducta que
satisfaga los intereses sociales de los propietarios de los medios de
producción de los bienes sociales, y de los ejecutores políticos de los
intereses de tal clase. El Estado, y cualquier forma sociopolítica
autoritaria, no es más que ideas y mecanismos de comportamiento
interiorizados por los individuos, quienes, a su vez, sustentan la
estructura social, en un círculo vicioso -coronado por los varios
centralismos y jerarquías políticas y económicas- por el cual los
individuos se producen a sí mismos -.
Intrincados en el carácter
individual de los oprimidos, existen factores de tipo comportamental,
intelectual y volitivo, que resultan de la adecuación de éste al
engranaje del sistema social opresivo y de dominio. En la sociedad
burguesa se moldea al individuo a través del hábito y desde sus primeros
pasos, para que sea un ser sumiso, dependiente y egoísta, atando con
fuertes lazos todas sus capacidades e impulsos vitales, alienándolas a
aquéllas y satisfaciendo o reprimiendo a éstos a fin de mantener el
dominio del individuo. La subjetividad de los individuos queda así
configurada a merced de las clases sociales opresoras. El sistema social
dominador socaba los pensamientos, la moralidad de las acciones
sociales, y lo que la gente practica y considera una buena vida.
Transformar al individuo, en este contexto, quiere decir que éste ha de
realizar un proceso práctico de deconstrucción y construcción de la
organización interna y dirección de las capacidades e impulsos vitales,
que culminaría en la autonomía y en la moralidad -durante el período
prerrevolucionario del cambio social cualitativo. A través de esta
emancipación y moralización prácticas, practicando el "modo
individual y social de vida anarquista" -léase Malatesta-, la sociedad
dominadora y opresiva es invertida desde dentro, desde el interior de
los individuos. Reestructurando y reorientando los impulsos vitales y
capacidades por los cuales la sociedad dominadora y opresiva -presente y
futura- se nutre.
Eliseo Reclus, entre otros,
hablaba de la necesidad de una evolución social del "corazón y la
cabeza" -paulatina y permanente- previa a la revolución social como
condición sine qua non para lograr por y para los oprimidos la
forma de vida individual y colectiva emancipada. En el mismo sentido
Malatesta proclamaba la necesidad de una coherencia de la acción social
de los oprimidos encaminada a la instauración de la Anarquía, con estos
sus fines, y Severino Campos, demostraba la exigencia de promover la
cultura, encaminada a la consecución de la autonomía y la moralidad en
los individuos, a la par que la lucha social por el control de los
medios de producción. ¿Y de dónde podría explayarse en la población un
discurso que pretendiera la íntegra transformación de los individuos
sino desde individuos que ya se han puesto a ello? El anarquista se hace
desde la práctica vital del modo individual y social de vida anarquista,
asumiendo práctica y vitalmente las creencias libertarias, y, de esta
forma se hallaría inmerso en la aptitud indispensable para
llevar a cabo la concienciación social. El anarquista, como exigió de
nuevo Bakunin, ha de manifestar en la vida privada, además de en la
pública, su condición. Éste seria el campo adecuado para discernirla al
ser donde se muestra de forma más veraz, inmediata y concisa, las
creencias practicadas en la vida por parte de los individuos.
Es obvio que el individuo que
no se muestre en su práctica vital como una encarnación de las
creencias libertarias, poseerá una mentalidad contaminada de
pensamientos pertenecientes al modo de vida de la sociedad burguesa que
ha asumido, estará guiado en sus relaciones interpersonales por un
‘instinto de poder’ que interferiría cotidianamente en la actividad de
un grupo libertario, o tendrá una actitud sumisa en la cotidianidad
militante, por lo que la asociación con éste no tendría sentido, y
además su pertenencia al grupo fomentaría su carácter sumiso y
dependiente. En su vida privada, deformaría el discurso libertario o
deslegitimaría la veracidad de los anarquistas, al actuar en
contradicción con su supuesto pensar.
El cultivo de la moralidad, y
la autorrealización de las capacidades individuales, así como la lucha
interior contra nuestro alter ego, forjado por la sociedad
burguesa, ese "extranjero en nosotros" -como lo llamó Freud-, que,
escondido en cualquier recóndito lugar de nuestra personalidad, retiene
la vida libre y mina la moral, acechando siempre el momento en que las
circunstancias sean propicias para proceder en favor del dominio y la
opresión, constituyen los principios normativos hacia los cuales la
sociedad, lenta, pero firmemente, ha de ir aproximándose hacia la
Anarquía, y a la luz de los cuales debe ser juzgada la actitud de un
individuo como anarquista. Únicamente sabiendo de la práctica vital
individual, de lo que hace o no hace cada individuo en su vida, podrá
saberse en qué medida un individuo se acerca realmente a las creencias
libertarias, y la calidad libertaria de un militante.
En este marco individual y
social, la motivación que llevará a la rebelión social debería ser fruto
de la experiencia de la opresión al respecto de la realización
particular del modus vivendi anarquista por parte de los
individuos -garantizando así esta experiencia espiritual del modo de
vida dominador y opresivo la puesta en práctica de las creencias
anarquistas.
Como anarquistas, hemos de
tener presente en todo momento, que el hito de una revolución social,
verdaderamente emancipadora de todos y cada uno de los oprimidos, debe
ir precedido de un período de concienciación y reaprendizaje que
provoque la ruptura con los juicios infundados que el sistema de dominio
ha insertado en la racionalidad de los oprimidos, y enmascaran y
justifican el sistema social dominador y opresivo; que genere el estudio
o adquisición de conocimientos, tanto teóricos como prácticos, a fin de
conseguir la independencia racional; que haga innecesaria la dirección
de la reorganización social y del saber, por parte de una élite, así
como una moralidad de los individuos que se base en la libertad
individual y colectiva. Y respecto a la felicidad, hemos de conseguir la
autorrealización de las capacidades, talentos y aptitudes de cada
individuo, que emancipe a éstos de las prácticas ilusorias de felicidad,
combatiendo así la sumisión y la dependencia conativas.
Es éste, pienso, el camino que
nosotros, como anarquistas, debemos estar en condiciones de narrar…así
como el que hemos de procurar que la sociedad siga. Evidentemente,
dentro de la sociedad burguesa esta evolución está limitada, pero no por
ello esta vía dejará de ser la única que nos llevará a la Anarquía.