os blancos
proclaman: «Nosotros descubrimos la tierra de Brasil». Pero nuestros
antepasados han conocido esta tierra desde siempre. «Nosotros descubrimos
esta tierra. Nosotros tenemos libros y por eso somos importantes», dicen
los blancos. Pero eso son mentiras. Lo único que hicieron los blancos fue
robar las tierras a los pueblos de la selva y destruirlas. Yo soy hijo de
los antiguos yanomami y vivo en la selva, donde mi pueblo vivía cuando
nací, y no voy a ponerme a contarles a los blancos que la descubrí yo. Yo
no digo que he descubierto esta tierra, porque haya puesto los ojos en
ella y entonces es mía. Siempre estuvo aquí, antes de mí. Yo no digo: «He
descubierto el cielo». Ni proclamo: «¡He descubierto los peces y los
animales!» Siempre han estado ahí, desde el principio de los tiempos."
(Davi Yanomami, 1999)
Exterminio
Esta es la palabra que más se acerca a la realidad de
los pueblos indígenas latinoamericanos desde hace más de cinco siglos. Con
la llegada de los colonizadores se inició un proceso de holocausto humano
y cultural que hoy en día aún continua con su inercia. Durante esos
primeros años de contacto con los europeos, la sumisión comienza a
convertirse en una soga alrededor del cuello de los pueblos indígenas. En
nombre de Dios, de la Cristiandad y del Rey, les son arrebatadas sus
tierras, prohibidas sus leyes y creencias, silenciadas sus lenguas y
suprimidas sus libertades. Antiguos adoradores del cielo y sus astros,
muchos murieron bajo la oscuridad subterránea de las minas. Era la
esclavitud: precio que pagaban los indígenas por ser indígenas. Otros se
suicidaron o cayeron corroídos por enfermedades que no conocían y que
exportaron los europeos como primera pauta de intercambio comercial. Los
menos se resistieron al expolio. Se organizaron y se refugiaron en las
selvas y en los páramos, entre las cavidades nevadas de la montañas y en
medio de los infranqueables desiertos. Los herederos de aquellos
supervivientes han continuado muriendo, luchando y conservando la
sabiduría antigua de sus antepasados. Ahora, no son los sables los
encargados de traspasarlos, sino las leyes. No son los ejércitos quienes
les hacen huir de sus tierras, sino las empresas trasnacionales. No son
los curas con perfume de jabón elemental e incienso quienes les obligan a
renunciar a su cultura, sino la terrible globalización del pensamiento.
Mientras les hablan de caridad, de deuda externa, de cooperación o de
desarrollo, ellos permanecen silenciosos. Y en ese silencio, crece un
ritmo ancestral donde sigue fluyendo el secreto íntimo de la tierra, el
azar de los mares y el pálpito de las montañas. Nosotros, sordos, no
sabemos escucharlo.
Tierras mutiladas
En el momento en el que los primeros europeos
desembarcaron en Brasil, existían por lo menos 5 millones de indígenas.
Ahora, apenas si sobreviven 350.000. Durante todo este periodo aproximado
de cinco siglos, han sido borradas de la faz de la tierra cientos de
tribus sin que sus sofisticados asesinos dejaran huella alguna. Con ellas
han muerto lenguas e historias, filosofías antiguas en torno a la vida y a
la muerte.
Los que quedan conforman, pese a todo, un interesante
amalgama de pueblos que habitan selvas tropicales, sabanas, bosques y
desiertos. Muchos de ellos también malviven en las ciudades compartiendo
estatus y penurias con las masas de pobres brasileños. También existen
otros indígenas que, enclavados quién sabe si en la profundidad de su
suelo o de su sueño, no han tenido nunca contacto alguno con no-indígenas.
De hecho, Brasil esconde, con toda probabilidad, el mayor número de
pueblos no-contactados (no descubiertos, según la jerga colonizadora).
Esta diversidad otorga al Brasil una serie de
contradictorias peculiaridades. Por ejemplo, la de ser el único país
latinoamericano que cuenta en su Administración con un departamento de
asuntos indígenas: la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), que funciona
desde los años sesenta y que tiene su embrión en el antiguo Servicio de
Protección al Indígena (SPI). El FUNAI se ha mostrado incapaz de atender
las demandas indígenas. De hecho, se ha convertido en un auténtico enemigo
en casa para los más antiguos pobladores del Brasil. Este departamento
siempre ha estado bajo la tutela de los depredadores más aviesos de la
nación, por tanto de los políticos más corruptos o de los terratenientes
más superlativos. La Fundación del Indio ha sido en verdad la fundición
del indio y ni tan siquiera los esfuerzos de aquellos individuos dentro
del FUNAI que simpatizan con la causa indígena han podido evitar el goteo
incesante del genocidio aborigen.
De hecho, se podría afirmar, sin miedo a equivocarse,
que el FUNAI representa una auténtica tapadera económica. Gran cantidad de
dinero brasileño se destina para proyectos en pueblos indígenas. Los mismo
sucede con la mayoría de la ayuda internacional que llega al país. No
obstante, muchos políticos desvían ese dinero en dirección a sus cuentas
particulares. La mismas que luego sirven para comprar votos, medios de
comunicación que los fabriquen o armas que asesinen a los indígenas para
dejar libre el camino a las empresas madereras y mineras.
Arriba callan, abajo mueren
Los gobiernos brasileños han tenido durante los últimos
cincuenta años una actitud tibia frente a los pueblos indígenas. Por un
lado, ha existido una conducta asistencial con el propósito de disimular,
ante la comunidad internacional, su verdadero desinterés. Eso les ha
llevado a demarcar una parte de los territorios indígenas estableciendo
los remotos límites de sus antiguos pobladores. Lo cierto es que la
compactación del mapa indígena a modo de reservas tan sólo sirve para que
los encargados de su cuidado o gestión se enriquezcan a fuerza de ser
humanitarios de piel para afuera y depredadores de piel para adentro. Todo
ello, evidentemente, con el mutismo cómplice de los gobiernos que miran,
callan y hacen hueco en los bolsillos.
Los indígenas, por su parte, siguen muriendo de
injusticia. Quizá la parte más elocuente del exterminio ha finalizado
(envenenamiento de comunidades, esterilización de las mujeres, bombardeo
de casas comunales...), pero los niños siguen suicidándose por
desnutrición de futuro y las enfermedades continúan dejando exhaustos sus
volúmenes poblacionales.
Con todo, en los últimos tiempos se ha podido observar
un mayor grado de sensibilidad en torno a los problemas que afectan al
mundo indígena latinoamericano y brasileño. El racismo nacional ha ido
mermando lentamente y la respuesta de la población civil al comportamiento
aniquilador de los gobiernos ha pasado de la sutilidad a la algazara. Algo
que se añade al surgimiento de un movimiento de base indígena que ha
gestado decenas de organizaciones mentalizadas en la reivindicación de sus
derechos por sí mismas De todos modos, nada será equiparable a un
verdadero paso adelante mientras la administración brasileña no asuma la
legislación internacional y garantice el derecho territorial de la
propiedad indígena. Un hecho, quizá, quien sabe, que podría consumarse en
medio de ese huracán de pan, esperanza y azar que Lula Da Silva promete
traer en sus manos para todo el Brasil
Fuentes consultadas: WATSON, F; CORRY, S; PEARCE, C.
Los Desheredados. Indígenas de Brasil. Survival.
Extraído de CERAI