penas
dos semanas antes, adelantándose al 19 y 20 de diciembre de 2001, las
Madres de Plaza de mayo habían organizado la Marcha de la Resistencia y
piquetera. Allí se había planteado un camino para salir de la crisis: la
rebelión popular.
Un año después, las "viejas locas" vuelven a insistir
en que no se trata de cambiar el modelo sino el sistema. Y para ello
eligen como consigna de la 22ª. Marcha de la Resistencia el no pago de la
deuda externa.
Esta nueva marcha, realizada el 11 y 12 de diciembre,
congregó al sector políticamente más avanzado del movimiento popular
argentino: los obreros de las fábricas ocupadas, los piqueteros
antiburocráticos, las asambleas barriales y una masa importantísima de
jóvenes combativos. Si la Marcha de la Resistencia del 2001 se había
abierto a la emergencia del movimiento piquetero, esta vez, ese sitio fue
ampliado para incluir "la novedad" del 2002: las empresas recuperadas por
sus trabajadores (Zanón, Brukman, Supermercado Tigre, Grissinópoli, etc.)
y las nacientes asambleas barriales.
Este hecho marca un salto histórico cualitativo. Pone
en evidencia que un sector de la clase obrera argentina deja de estar
maniatado por la burocracia sindical peronista –partícipe durante todo el
menemismo de las privatizaciones neoliberales-. Además, consolida una
tendencia por la que venían bregando las Madres de Plaza de Mayo: la
vinculación de la lucha por los derechos humanos con la lucha de clases y
los conflictos de la clase trabajadora.
Esta tendencia, que se profundizó en el acto de cierre
de la Marcha de la Resistencia, marca distancia frente a la política de
derechos humanos que los circunscribe y limita a tímidos reclamos como
"igualdad de los ciudadanos ante la ley", "división de poderes", "justicia
transparente y jueces honestos", etc, etc. Con la presencia multitudinaria
de obreros fabriles y piqueteros combativos, esta marcha termina de romper
amarras con aquella vieja idea de que los derechos humanos son un
patrimonio que pertenece a la clase media.
Esa ruptura vino acompañada por la crisis ideológica
del liberalismo democrático, doctrina muda y sorda del progresismo oficial
argentino que las Madres de Plaza de Mayo vienen cuestionando sin piedad.
Ya no se trata de pedirle al Estado "que se reforme" y "que respete la
Constitución". Ya no se trata de defender los derechos humanos dialogando
con el poder "para hacerlo entrar en razón". Ya no se trata de marchar a
la sede de los Tribunales para reclamar "que se cumpla la ley"...
Quizás por ello, cientos de policías e infantería
-portando armas largas, cascos, palos y acompañados por perros y carros de
asalto- intentaron la noche anterior a la marcha (10 de diciembre)
amedrentar a los asistentes. Para lograrlo, siguiendo órdenes del
Intendente "progresista" Ibarra y la Superintendencia de Seguridad,
rodearon a las Madres y a quienes estaban organizando la plaza y
desarmaron el escenario central. Fue una típica "apretada" que casi
termina con una represión contra las Madres como la del 20 de diciembre.
A pesar de ello, el efecto de la represión fue inverso.
La marcha de las Madres fue multitudinaria. Decenas de banderas de las
asambleas barriales fueron colgadas en la valla que la Infantería
interpuso para que las Madres no pudieran hablar donde siempre lo hacen,
frente a la casa Rosada. Junto a estas banderas, la plaza también contó
con la presencia de puestos con publicaciones de diversas organizaciones
políticas, además de la hoy ya clásica muestra fotográfica del colectivo
de contrainformación Argentina Arde que acompaña todas las manifestaciones
populares de los últimos tiempos.
El acto culminó de la mano del Movimiento Teresa
Rodríguez (MTR), del MTD Aníbal Verón, del grupo de apoyo a las Madres de
Barcelona y de los obreros de Zanón. Entretejiendo y sintetizando las
diversas posiciones que estos oradores plantearon, Hebe de Bonafini cerró
el acto sosteniendo que: "somos piqueteras, asambleístas, nos encanta
estar dentro de la fábrica, no hay nada mejor que compartir con nuestra
clase, con la clase de nuestros padres, de nuestros viejos, y defenderla a
muerte, esta clase de los trabajadores, de los que estamos en la base, de
los que estamos ocupando aquí la Plaza. No es poco, compañeros; defendamos
nuestra clase, con la vida si es necesario". Más adelante agregó: "la
única salida es la revolución socialista".
Justo enfrente del escenario, treinta mil rostros de
desaparecidos que rodeaban la pirámide de la plaza, escuchaban esas
palabras. Hubo aplausos, hubo cantos, pero sobre todo hubo mucha emoción.
Néstor Kohan
www.lafogata.org