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Antiversos terroristas.- Josu Arteaga

Ilusión .-José Luis Dolores Barroso

Aspirar.- Jorge Maíz Chacón

De los terribles tiempos de desolación

Germinal

No corren buenos tiempos, es algo sabido. Los síntomas se acumulan uno detrás de otro. Hoy es un nuevo privilegio a la Iglesia y mañana es un alarde del Estado. Así que cuando se anunció la salida a las pantallas de la última película de Basilio Martín Patino los presagios más agoreros acudieron a mi mente. Daba por descontado la fría acogida del público en general, aún más comprensible tras ver la película. Como también la de la crítica, algo más tibia. El resultado ha sido el esperado: apenas unas semanas en cartel y, donde continua, relegada a unas cuantas sesiones o a la "golfa".

Una vez más ha funcionado en este país tan casposo como siempre, en estas últimas cinco décadas, la consigna del ninguneo. Si algo no se atiene a las estructuras consideradas correctas, si no se entiende o se es capaz de encuadrar en los esquemas habituales, se le critica, destroza si es posible, o si ello no es posible, como en este caso, simplemente se le ignora. Los máximos elogios que ha recibido Octavia han sido que es una película extraña, de una peculiar belleza que, seguramente, curándose en salud, recibiría grandes alabanzas en un futuro. Le faltó a quien escribió este comentario que sería cuando Martín Patino se muriera.

Afortunadamente ese augurio no se ha cumplido, aunque sí ha corrido la desdichada noticia para el cine español en particular, y la cultura en general, de que con esta película el director consideraba completada su obra y que no volvería a dirigir. De esta manera Salamanca se convertía en la protagonista inicial y final de la obra de quien mejor ha sido capaz de describir, por ejemplo, a Andalucía -recordemos otro ninguneo: el de la serie para televisión "Andalucía: un siglo de fascinación"- o Madrid, con una peculiar visión de una ciudad en la que la realidad se transformaba en ficción a partir de una heterodoxa propuesta en la que falsificación e historia marchaban juntas. Con Octavia se cerraba un largo camino iniciado con Nueve cartas a Berta cuatro décadas antes.

Quien, dentro del color grisáceo, por tantos motivos, de la dictadura tenía pretextos para ser optimistas, hoy, con el color entre rosáceo y azulado, por idénticas numerosas causas, de la monarquía parlamentaria en la que vivimos se nos muestra terriblemente desolado. Porque Octavia es la película más terriblemente desoladora vista en estos últimos años. La desolación de quien habiendo querido cambiar todo, se encuentra con que no sólo no ha cambiado nada sino que, además, ha cerrado los caminos a su posible relevo. Relevo que no existirá porque se auto-inmolará.

La desoladora conclusión de uno de los más destacados representantes de la generación que denunció al cine de su juventud como ineficaz, nulo y raquítico, como tan profusamente se ha recordado con motivo del fallecimiento de Juan Antonio Bardem. Quizás del más interesante de todos ellos, tanto por su independencia social y por capacidad para ir incorporando a su quehacer todos y cada uno de los cambios que se iban produciendo en su profesión. Recordemos Caudillo o La seducción del caos.

Octavia es una película que no se puede ver, en mi opinión, fuera del contexto de la obra de Patino. No es la historia de un hijo pródigo que regresa a los muros de una Vetusta fascista, admirablemente fotografiada por sólo quien la conoce tan bien que puede hacerlo así; como tampoco es la de la inadaptada joven mestiza que, como gallina en corral ajeno, termina ahogada, tras recorrer el tortuoso camino de la llamada inadaptación; como tampoco es la historia de una madre de vida devastada; ni siquiera, simplemente, el retrato de una sociedad que sigue paseando por la rúa Mayor, como siempre; como tampoco es solo una reflexión sobre un tema tan querido por el director, como es el del poder, el de la falsificación.

Octavia es todo ello y mucho más. Es el testamento, si es verdad, que esperemos que no, que es su última película, de quien tiene la suficiente lucidez y capacidad para volcar en algo más de hora y media, la vida de la sociedad española de estos últimos cincuenta años. Una fábula que, salvo el momento de satisfacción personal en la que el protagonista hace suyas las palabras de la nieta muerta y se despide violentamente de sus coetáneos borrachos de autosuficiencia y placer, no tiene más síntesis posible que el tema musical elegido, el "Stábat mater", el canto al dolor y la desolación de la madre ante la muerte del hijo.

Hacía tiempo que no se me saltaban las lágrimas. Una noche, en un cine de progres de Barcelona, me pasó. Quizás, me sentía reflejado en esos anónimos salmantinos que, junto al protagonista, paseaban a saltos, con imágenes congeladas, por las viejas piedras de siempre.

No dejéis de ver Octavia. Al menos, podréis decir, cuando en su momento la canonicen que vosotros fuisteis de quienes la vieron en su momento y no, como Alfonso Guerra ahora con los exiliados, la quieren como mero formulismo de progre bien. Además, así ayudaréis a reducir el mayor o menor descalabro económico que, seguro, le ocasionará esta película a Basilio Martín Patino, uno de los mayores valores sociales con los que cuenta este país de Almodóvares y Chiquitos de la Calzada, con perdón.

 

Dirección y guión: Basilio Martín Patino.
Año: 2002.
País: España.
Duración: 130 min.
Interpretación: Miguel Ángel Solá, Margarita Lozano, Antonia San Juan, Menth-Wai Trinh, Blanca Oteyza, Mónica Cervera, Javier Batanero, Jaime Losada, Paul Naschy.
Producción: Carmen Gullón.
Fotografía: José Luis López Linares.
Montaje: Martín Eller.
Vestuario: Patricia Monné.

 

Arriba. ¡LUCHA ANTIFASCISTA!

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