ristemente,
con la apatía de los vencidos, culmina sus caóticas páginas el libro de moda
entre la pequeña-burguesía bienpensante y culposa: ¿"Entonces, cómo
cambiamos el mundo sin tomar el poder"? se pregunta, "Al final del libro
como al comienzo, no lo sabemos". Se responde, faltaba más.
Empalagosamente John Holloway abrió su exposición en
Rosario: "El capitalismo es una mierda", dijo, y una claque de alegres
anticapitalistas lo ovacionó. ¿Qué duda cabe? No por sabido el dicho deja de
ser efectivo. Queda bien decirlo, y - sobre todo - no jode a nadie,
principalmente a los capitalistas, quienes ocultan pudorosamente los
potentes orgasmos que les sobrevienen cuando escuchan las críticas éticas al
capitalismo. Nada suena mejor a los oídos del capital como una crítica de
este tipo: el capitalismo corrompe, el capitalismo mata, el capitalismo es
una mierda. Tamaña acusación resbala sobre las curtidas conciencias de
quienes efectivamente corrompen y matan. Los asemeja a una fuerza de la
naturaleza, y los empareja con cualquier otra forma de organización social:
ciertamente el esclavismo no fue (es) mucho mejor.
Previsiblemente Holloway calló (no por ignorancia,
afirmo) que el capitalismo frena el desarrollo de las fuerzas productivas,
que expulsa trabajadores, condenándolos a no a ser separados de su
producción, sino lisa y llanamente a retroceder a formas pre-capitalistas de
producción, y - last, but not least - que el capitalismo está
destruyendo las condiciones materiales de reproducción de la existencia de
la humanidad, serruchando la rama en la cual estamos todos alojados: el
planeta Tierra.
Posiblemente Holloway descalifique esta forma de
presentar las cosas: se sabe, demostrar con el rigor de los números que la
irracional forma de producción y apropiación del excedente lleva a la
barbarie es muy largo, tedioso, y requiere de complejos estudios en
disciplinas áridas como la economía y otras igualmente aburridas. Mucho más
rápido y efectista es revelarnos que "El estado no baila, el estado no ríe".
Se refería, claro, a que los hombres sí podemos hacerlo. Notable
comprobación, solamente tras largos años de estudios en venerables
universidades europeas se llega a tales extremos de sabiduría. O tal vez
después de escuchar las profundas reflexiones del sub-comandante Marcos,
quién convenció a Holloway de que "preguntando caminamos". Nada en contra
tendríamos que decir a esto. Lamentablemente el docto irlandés, quizás bajo
los efectos de una sobredosis de mezcal, escuchó al sub-comandante, pero no
miró alrededor. Marcos - cuya producción teórica es, cuando menos, bastante
superficial - opera como el sumo sacerdote de la "nueva revolución", y -
como todo sacerdote - intenta salvar almas, aún a costa de la propia. De tal
modo que postula el viejo principio del "Haz lo que yo digo, pero no lo que
yo hago": ¿Qué otra cosa, sino construir un aparato estatal, están haciendo
en Chiapas? Con las particularidades que cada situación propone, pero
tratando de dar respuesta al par de preguntas fundamentales que debe
contestar quién pretenda construir poder, contrapoder, o antipoder: ¿Quién,
y cómo, organizará la producción, circulación y distribución de bienes y
servicios en una sociedad?
A estas cuestiones el irlandés las ignora, lo que de por
sí es malo, o las desprecia, lo cual es peor. Para Holloway todo se reduce a
que los revolucionarios del siglo XX - todos - estaban equivocados. Porque
perdieron. También alguna inferencia sobre su escala de valores podría
hacerse, pero no es el objetivo de esta nota. Es olímpico el desprecio que
siente el irlandés por la fuerza descargada por el capitalismo sobre todas
las experiencias revolucionarias, sin ocultar sus falacias, Dios nos libre.
Para mitigar el dolor que el fracaso de las revoluciones del siglo pasado le
produce, Holloway ensaya explicaciones históricas capciosas. No otra cosa es
sugerir un posible paralelismo entre las transiciones del feudalismo al
capitalismo, y una hipotética construcción del socialismo entre los
"intersticios" del modo de producción capitalista. Estas "grietas" del
sistema serían así susceptibles de ensancharse, y convertirse en las grandes
alamedas, dónde - más temprano que tarde - pasará el hombre nuevo, redimido
de las lacras individualistas. ¿Será esta la "vía hollowayniana al
socialismo"?
Es ciertamente tierno, suena hasta bucólico: una nueva
Arcadia nos espera, en la que yacerá el león junto al cordero.
Lamentablemente, la experiencia, sin pretensiones de análisis marxista,
indica que por lo general el león se come al cordero, y, si en algún momento
demuestra cierta vacilación es simplemente por que está eligiendo con qué
salsa lo va a adobar. Al respecto, quizás convendría recordarle a Holloway
la fábula del escorpión y la rana: "está en mi naturaleza", dijo el
escorpión, mientras se hundía en el río, después de picar al crédulo
batracio. Tampoco estaría de más que reflexionen sobre esto ciertos líderes
políticos sudamericanos prontos a triunfar en elecciones organizadas por el
sistema para encontrar una salida al rendimiento decreciente de la tasa de
ganancia.
Tal vez en la imaginación de Holloway subyace una forma
de organización social de pequeñas comunidades, autosuficientes, que trocan
productos con otras similares en pie de igualdad. La poderosa irradiación de
su ejemplo obraría como excitante para que más y más grupos humanos se
organicen de esta forma, y al final del proceso nos encontraríamos en un
mundo cambiado, sin haber "tomado" el poder. Para Holloway nada ha pasado
desde Saint-Simón hasta nuestros días, pero en esto hay que reconocer que no
está sin compañías: a fuerza de ser tan pos-modernos algunos filósofos, por
lo general franceses, han logrado ser pre-modernos, y a fuerza de discursos
herméticos - cuánto más inentendible mejor - la emprenden contra la ciencia
y su, por otra parte, solapada ideologización. Rompiendo lanzas contra el
neo-positivismo propician el retorno de los brujos. Buena manera de arrojar
al bebé junto con el agua sucia.
Muchas cosas oculta, o disfraza, el irlandés devenido
chiapaneco. Pero entre ellas ninguna menos disimulable que su toma de
postura en el debate "Reforma o revolución". Mientras nos dice que la
cuestión ha quedado superada, por que ambas estaban equivocadas, toma
partido por la primera. Está en su derecho a hacerlo - qué duda cabe - pero
el muy pillo lo escamotea, y se dice revolucionario de nuevo cuño, pero no
pasa de ser un triste reformista de segunda, si le concedemos la honestidad,
cosa que también es discutible.
No contento con "desmitificar" el saber revolucionario,
la emprende Holloway contra el fetichismo del capital, nos recuerda la
separación del productor de su producto, la enajenación que supone para el
trabajador no dominar los medios de producción, y describe para nosotros la
alienación que este forzado divorcio supone para la psique humana: ¡Gracias!
O no tanto, pues las conclusiones que infiere Holloway
son perversas: supone que es en los espacios que el modo de producción
capitalista deja libres dónde podremos resolver la tensión intrínseca entre
la forma de producción - social - y la apropiación del excedente,
individual. Si algo nos dejó en claro el iracundo filósofo de Tréveris es la
contundencia de sus argumentos, libre de medias tintas: la humanidad tiene
la oportunidad de reemplazar un modo de producción irracional y
anticientífico por otro en el que la planificación nos evite el bochornoso
espectáculo de hambre, guerra, enfermedades y otras lacras evitables, ya que
no son fenómenos de la naturaleza, y esto desde el punto de vista
científico. Pero esta posibilidad sólo la brinda el colosal desarrollo de
las fuerzas productivas que provocó la globalización capitalista iniciada en
el siglo XVI. Sólo desde la formidable acumulación de riqueza que el
capitalismo produjo se puede pensar en la construcción de un modo de
producción racional. ¿O acaso alguien cree que el creador del ejército rojo
apostaba al triunfo de la revolución en Alemania por simpatía personal con
los espartaquistas? Indudablemente que el capitalismo ha demostrado una
capacidad de supervivencia mayor a la esperada en tiempos de Marx, y que
experiencias de construcción del socialismo han fracasado. Pues bien: ¡Tanto
peor! Será más difícil el camino, y más dulce la recompensa, a despecho de
aquellos que no se han recuperado de la conmoción cerebral producida por los
trozos de mampostería caídos del muro de Berlín, pero que durante años se
negaron a ver que la existencia del muro, y no su caída, era la aberración
del pensamiento revolucionario. El capitalismo no caerá porque alguien lo
afirme, y menos estas líneas, pero muchísimo menos porque alguien proponga
organizar carnavales que reivindiquen el hedonismo.
Nada positivo saldrá del puro voluntarismo, sino del
estudio de las condiciones objetivas de la formación económico social que
nos ocupe, de la correcta apreciación de la correlación de fuerzas de cada
momento, de la fuerza que apliquemos en los eslabones podridos del sistema,
y - fundamentalmente - de que podamos federar todas las luchas
antisistémicas y apropiarnos de la riqueza que el desarrollo actual de las
fuerzas productivas permite generar. Para eso deberán aunar esfuerzos todos
los actores sociales involucrados contra el capital, articular las alianzas
de clase necesarias, y - críticamente - dictar un programa de organización
de la producción y distribución de bienes a toda la sociedad.
Salvo que alguien crea que el capitalismo permitirá que
la propiedad de los medios de producción cambie de manos sin lucha, o que la
creación de "falansterios" siglo XXI terminará por derrumbar un sistema que
corrompe, degrada y mata.