George
W. Bush es un incompetente desde el punto de vista geopolítico: ha
permitido que una camarilla de halcones le indujera a adoptar una
decisión, la invasión de Iraq, de la que no puede desdecirse y que tendrá
consecuencias negativas para todos pero en primer lugar para Estados
Unidos. De ahí saldrá malherido políticamente, quizá sin remedio. Va a
debilitar con rapidez el poder ya declinante de Estados Unidos en el mundo
y contribuirá dramáticamente a la destrucción del estado de Israel
alentando la locura suicida de los halcones israelíes. Por supuesto, habrá
muchas personas en el mundo que se alegren de esas consecuencias
negativas; el problema es que, en ese proceso, Bush va a llevar a cabo una
guerra que destruirá muchas vidas inmediatamente y conducirá a un grado de
turbulencia en el mundo árabe-islámico de un tipo y a un nivel
hasta ahora no imaginado, y quizá desencadene
el uso de armas nucleares, tras lo cual será difícil considerar ilegítimo
su uso. ¿Cómo nos hemos metido en ese callejón sin salida?
Parece razonablemente seguro que una acción militar
contra Iraq ya no es una cuestión de quizá sino de cuándo. ¿Por qué está
sucediendo eso? Si se pregunta al portavoz del gobierno estadounidense, la
razón es que Iraq ha venido desafiando las resoluciones de Naciones Unidas
y representa un peligro inminente para el mundo en general, y quizá para
Estados Unidos en particular.
La explicación de la esperada acción militar es tan
poco convincente que no se puede tomar en serio. Desafiar las resoluciones
de la ONU u otros mandatos internacionales ha sido algo casi cotidiano
durante los últimos 50 años. No necesito recordar a nadie que Estados
Unidos se negó a comparecer ante un tribunal internacional sobre Nicaragua
que condenó su intervención en ese país. Y el presidente Bush ha dejado
suficientemente claro que no respetará ningún tratado que considere dañino
para los intereses nacionales estadounidenses. Israel también ha venido
desafiando las resoluciones de Naciones Unidas durante más de treinta
años, y lo está haciendo de nuevo cuando escribo este comentario; y el
expediente de otros miembros de Naciones Unidas no es mucho mejor. Así
pues, si Saddam Hussein ha desafiado resoluciones muy explícitas de la
ONU, ¿que hay de nuevo en ello?
¿Es Saddam Hussein una amenaza inminente para alguien?
En agosto de 1990, Iraq invadió Kuwait. Esa acción, al menos, significaba
una amenaza inminente. La respuesta fue la llamada guerra del Golfo
Pérsico. En esa guerra, Estados Unidos desalojó a los iraquíes de Kuwait y
decidió contentarse con eso; Saddam Hussein permaneció en el poder. La ONU
aprobó varias resoluciones exigiendo a Iraq el abandono de armas
nucleares, químicas y bacteriológicas y designó equipos de inspección para
verificarlo. La ONU también embargó a Iraq en varios ámbitos. Por lo que
sabemos, en la década que ha pasado desde entonces, la situación de facto
ha cambiado, y el sistema de restricciones sobre Iraq establecido por esas
resoluciones de la ONU se ha debilitado considerablemente, aunque no del
todo.
El 28 de marzo de 2002 Iraq y Kuwait han firmado un
acuerdo en el que Iraq se compromete a respetar la soberanía de Kuwait. El
ministro de asuntos exteriores de Kuwait, Sabah al-Ahmad Al-Sabah, ha
afirmado que su país está ahora "100% satisfecho". Al preguntarle un
periodista si Kuwait estaba satisfecho con todas y cada una de las
cláusulas del acuerdo, respondió: "las he escrito yo mismo". El portavoz
de Estados Unidos, sin embargo, se mostró escéptico. Estados Unidos no va
a desviarse de su camino simplemente porque Kuwait quede "satisfecho".
¿Quién es Kuwait para participar en tal decisión?
Los halcones estadounidenses creen, como he escrito en
otros comentarios anteriores, que sólo el uso de la fuerza, de una fuerza
muy significativa, restaurará incuestionablemente la hegemonía de Estados
Unidos en el sistema-mundo. Es sin duda correcto que el uso de una fuerza
abrumadora sirve para establecer la hegemonía. Eso ocurrió en 1945, y
Estados Unidos se convirtió en la potencia hegemónica. Pero el uso de esa
fuerza cuando las condiciones de la hegemonía se han visto ya socavadas es
un signo de debilidad más que de fuerza, y debilita a quien la emplea.
Está claro que, en este momento, nadie apoya la invasión estadounidense de
Iraq: ni un solo Estado árabe, ni Turquía, Irán o Pakistán, ni una sola
potencia europea.
Hay no obstante una excepción notable: Gran Bretaña, o
más bien Tony Blair. Sin embargo, éste se encuentra con dos importantes
problemas: Hay una incipiente revuelta en el partido laborista, y lo que
es más importante, The Observer informaba el 17 de marzo de que "Los
dirigentes militares británicos han advertido muy seriamente a Tony Blair
la pasada noche en el sentido de que cualquier guerra contra Iraq está
condenada a fracasar y conducirá a la pérdida de vidas a cambio de pocos
beneficios políticos". No puedo creer que los líderes militares
estadounidenses estén haciendo realmente una valoración distinta, aunque
quizá no se atrevan a decírselo así al presidente Bush. Kenneth Pollack,
el entendido sobre Iraq en el Consejo de Seguridad de Clinton, dice que
habrá que enviar entre 200 y 300.000 soldados estadounidenses,
presumiblemente desde las bases en Arabia Saudí y Kuwait, y algunos más
para defender a los kurdos en el norte de Iraq. Esos soldados llegarán
presumiblemente desde o a través de Turquía.
Estados Unidos parece contar con intimidar a todos sus
"aliados" para seguir en esa vía. Tras la ocupación de Ramallah por Sharon,
la remota esperanza de que las bases saudíes (o al menos las kuwaitíes)
estén disponibles probablemente ha desaparecido. Es evidente que Turquía
no quiere defender a los kurdos iraquíes, ya que la consecuencia principal
sería reforzar al movimiento kurdo en Turquía, algo contra lo que el
gobierno turco centra todos sus esfuerzos. En cuanto a Israel, Sharon
parece resuelto a llevar a cabo tan rápidamente como sea posible la
recuperación de Cisjordania y Gaza y la destrucción de la autoridad
palestina, y Bush le apoya en un 99%.
Si es así, habrá efectivamente una invasión, que será
difícil si no imposible de ganar, se perderán muchas vidas (en particular
vidas estadounidenses), y finalmente una casi-retirada de Estados Unidos.
Un segundo Vietnam. ¿Es que en la Administración Bush nadie puede ver eso?
Quizá algunos, pero no cuentan. ¿Por qué? Porque Bush se ha metido él
mismo en un dilema insoluble. Si sigue adelante con la invasión de Iraq se
hundirá, como Lyndon Johnson, o será humillado como Richard Nixon. Y el
fracaso estadounidense dará finalmente a los europeos valor para ser
europeos y no atlánticos. Así pues, ¿por qué hacerlo? Porque Bush prometió
a la población estadounidense "una guerra contra el terrorismo que
ciertamente ganaremos".
Hasta ahora, todo lo que ha conseguido es la derrota de
los talibanes. No ha capturado a Ben Laden. Pakistán está convulso. Arabia
Saudí se está echando atrás. Si no invade Iraq, caerá en el ridículo en lo
que más le importa, a ojos de los votantes estadounidenses. Y eso es lo
que se le están diciendo, en términos más que indudables, sus consejeros
en política interior. El respaldo increíblemente alto de Bush es el de un
"presidente de guerra". En el momento en que se convierta en un presidente
de paz, se verá en graves problemas, sobre todo a causa de las promesas de
guerra incumplidas.
Así pues, no tiene elección; invadirá Iraq y todos
nosotros pagaremos las consecuencias.
(Publicado en la Red Vasca Roja el 1 de abril de 2002)