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La tropelía de la explotación salarial

 

En términos absolutos, ya el concepto de salario en sí es un signo inequívoco de dominio, de explotación y de abuso, pero, en el campo de la comparación relativa representa manifiestamente un expresivo dato del grado de explotación y abuso a que, en el momento concreto que se analiza, está siendo sometida la clase obrera por obra del empresariado y el Estado. Es por eso por lo que la consideración de la estructura del salario no puede ni debe ser perdida de vista en ningún momento para poder analizar objetivamente las causas y condiciones determinantes de los diversos fenómenos que se van dando en el campo del trabajo. Por ejemplo, no es cierto que el criminal montante de accidentes y muertes que se producen en el transcurso de las jornadas (España a la cabeza de Europa, con diferencia de muchos enteros) sean, simplemente, la consecuencia de un modo impropio, técnicamente, de llevar a cabo la tarea. Es decir, que sean el resultado de negligencias del trabajador o de simples faltas de medios de seguridad. El planteamiento del problema en estos términos es una manera de echar tierra a los ojos de algunos y de buscarse una coartada por parte de otros que sí tienen una gran responsabilidad en los hechos. El hecho es que el común de los trabajadores, en una jornada normal, no gana ni mucho menos lo suficiente para la cobertura de sus necesidades, teniendo que someterse a la multiplicación de horas por jornada, a destajos exhaustivos y a incentivaciones de productividad de toda índole, con un resultado de agotamiento y estrés que borran u obnubilan de su cerebro los necesarios signos de las llamadas a la prudencia de autoconservación. Cualquier psicólogo honesto puede certificar este diagnóstico. Pero tal diagnóstico real pone de relieve el carácter criminal y leonino de las leyes laborales y por lo tanto la responsabilidad en el tema de políticos y empresarios, por una parte, y, por otro lado, la responsabilidad, también en primer término, de los sindicatos intervinientes en la confección de la estructura del salario.

El grado de deterioro progresivo y creciente en el que se está desenvolviendo el mundo del trabajo es algo tan espeluznante que hasta los medios de comunicación ordinarios, en general tan proclives a mirar para otro lado, no pueden dejar de certificar, al menos en términos numéricos, la diferencia comparativa con una situación anterior que, por otro lado, tampoco tenía en sí misma nada de bonancible. Un estudio de la Tesorería General muestra que, en el 2001, las bases de cotización (directamente relacionadas con el salario) se situaban, para los nuevos empleados, en 868 euros mensuales, cuando la base media para los cotizantes anteriores era de 1.387 euros, o sea que la nueva es más de un 30% inferior a la preexistente, y, en el caso de las personas que acceden al primer empleo, este porcentaje negativo oscila entre un 42 y un 37%, según los casos. Los contratos fijos son prácticamente inexistentes, y de los nuevos contratados acogidos al sistema público de protección el 76,62% está constituido por personas con contratos temporales a jornada completa o parcial.

La precariedad del mercado de trabajo y sus efectos negativos en la Seguridad Social no es ya, como se dice en EL PAÏS (28-09-02), paulatina sino vertiginosa, pues la usura y el abuso no parecen tener muro de contención ninguno, y, en el caso de las mujeres trabajadoras, la situación es incluso más sangrante, ya que su base de cotización, derivada de la cuantía salarial, es un 13,35 % inferior a la de los hombres, en cualquier modalidad de contratación y categoría. La inestabilidad en la contratación campa por sus fueros, haciendo que sólo un 12% del total de contratados tenga carácter indefinido. De los nuevos cotizantes a la Seguridad Social el 77% del total son eventuales, de jornada completa el 50% y de jornada parcial el 27%, acusando el estudio comparativo un significativo y progresivo aumento de la parcialidad.

Los sistemas de retribución fija, que daban al trabajador más seguridad, confianza y dominio de su propia disponibilidad para sus planes personales, familiares o sociales, están siendo eliminados por los empresarios como inservibles e incluso nocivos para los actuales fines del capitalismo, que entiende como muy peligrosa para sí mismo esa libre disponibilidad del tiempo extralaboral por parte de los trabajadores, ya que, dedicado ese tiempo a la reflexión sobre la esencia del Sistema y a la asociación y lucha para el cambio cualitativo del mismo, la economía de mercado y el sistema de empresariado capitalista se verían muy razonablemente amenazados. Es esto lo que, aleccionado por la historia, el capitalismo quiere evitar, y, para ello, está disponiendo, a marchas forzadas, una reestructuración de su sistema productivo, con el fin de incardinar al factor trabajador en sus mecanismos de forma total, hasta el extremo de que la vieja finalidad obrera de "trabajar para vivir" se convierta en "vivir para trabajar", y rubricando la maniobra de enajenar todo residuo de tiempo libremente libre del elemento obrero por medio del consumismo visceral de productos y telebasura.

Los medios para conseguir ese dominio total del trabajador por el patrono son el mantener el mínimo fijo garantizado de salario en una cantidad ridículamente insuficiente para la satisfacción de las necesidades igualmente mínimas del trabajador, y obligarle, en razón de ello, a obtener el resto necesario por la aceptación forzada de los mecanismos capitalistas de incentivación y participación en los objetivos y finalidades de la empresa. Ahí juegan su papel las comisiones, los bonus, la productividad, etc., con los que se busca la motivación personal y el estímulo a esfuerzos superiores al desempeño ordinario de la actividad, en una palabra, la integración del individuo en el engranaje de la empresa, con el fin de que llegue a considerarla como algo "propio". El resultado de esta mezcla de coacción lacerante y engañifa es el obrero convertido en más "cosa" que nunca, utensilio manipulado por el patrón, robot programado en la empresa, y en lo "privado" (es un decir), algunos gramos de pasión con que moverse en el ámbito del futbol y regüeldos soñolientos en el sopor de la telebasura. Tal es el programa del capitalismo para los trabajadores.

Redacción

Arriba lucha antifascista

 

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