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Eso hace pensar, supongo…
Juan Lázpita, camarero
Hablando con un amigo
de esos que a uno le quiere de verdad, lo cual no quiere sino decir que
siente la irresistible, inquietante y un tanto mórbida necesidad de
mostrarme todos mis defectos de uno en uno, de delante a atrás, de atrás a
delante, me dio a entender que todos los que con gusto nos dedicamos al ya
no indispensable, al ya lúdico ejercicio de la filosofía hemos perdido lo
más saludable de la tradición socrática, de buscar la verdad en nosotros por
medio de los demás, en el diálogo, y que lo único que de aquello nos queda
es un monólogo vestido de retórica; que formulamos preguntas sin querer de
otros la respuesta, pues esa respuesta está en nosotros mismos, ya definida
incluso antes de que la pregunta fuera formulada; que todo quedó en un mero
culto al ego y la autosuficiencia, desde la persistente insatisfacción que
nos produce el saber que ya a nadie le interesa, desde la insatisfacción de
querer ser individuos dentro de una colectividad de individuos que han
aprendido a ser individuos sin los demás. Se acabaron los tiempos de
reclamar el valor de la individualidad. Esto sólo tenían sentido cuando el
individuo aspiraba a ser un individuo ético dentro de una colectividad que
se esforzaba en maltratar su conciencia, pero, finiquitada la conciencia,
finiquitados los sueños.
Supongo, que como me decía mi
amigo, sin más remedio me dedico al monólogo, pero no me satisface, y no
siempre tengo respuesta para las preguntas que me formulo, más bien meras y
confusas intuiciones que deseo contrastar en diálogo con los demás. La
pregunta que en esta ocasión me formulo, ¿es lícito enfrentarse a las
fuerzas de seguridad del estado?, tiene una primera respuesta clara y
evidente, no. El término lícito hace referencia a uno de los varios sistemas
que vertebran la estructura del estado, en este caso el judicial, y los
sistemas, por desgracia, nunca preveen dentro de sí la posibilidad de la
autoeliminación (esto siempre hay que hacerlo desde fuera), todo lo
contrario, se arman de todas las posibles disposiciones que aseguren su
supervivencia, aunque esto pueda suponer una contradicción de los principios
que los generaron; pero el saber cuál es la respuesta que el sistema le da
al sistema no agota posibles perspectivas de solución, no niega otras formas
de intentar plantear la cuestión.
Hace unos cuantos años,
cuando descubrí que ningún ejército defiende la paz, decidí declararme
insumiso al antaño servicio militar obligatorio, pero no sólo eso, llegué
hasta pensar que lo correcto era manifestar esa actitud vital y mis ideas
públicamente, supongo que necesitaba que aquello que yo entendía como
importante fuese compartido por más personas, y ni corto ni perezoso eso
hice; fueron muchas las veces que por gritar "no al ejército" fui por las
calles perseguido y en alguna ocasión apaleado por las tan precisamente
denominadas fuerzas de seguridad del estado (pues sólo de la seguridad del
estado se encargan por encima de cualquier otro ente, incluida la
ciudadanía), pero nunca me dolieron tanto los palos como la expresión de
aprobación en hombres y mujeres mayores que yo, trabajadores, que parecían
decir que, sin nos pegaban, bien estaba, pues alguna buena razón habría.
Nunca se ha dibujado en mi rostro esa expresión de aprobación al ver que
esos mismos hombres y mujeres, manifestándose por cualquier otra razón, por
una reivindicación laboral quizás, eran los perseguidos y apaleados por la
policía (mi mujer siempre que ve imágenes así se dice a sí misma: "pero cómo
se atreven, si son padres", jienense ella, vivió padeciendo con el conflicto
de Santana Motors), nunca se dibujó en mi rostro esa expresión, pero sí que
pude ver en los suyos la de la incomprensión, la incapacidad de entender por
qué eran maltratados por reclamar sus derechos, su futuro. Eso hace pensar,
supongo…
Hace escasas semanas este
país se manifestó contra la invasión de otro país, quizás sin antes
reflexionar que el invadido era este mismo país, por fuerzas pertrechadas y
dispuesta a acallar cualquier cosa que, siquiera por asomo, pareciera
producto de la conciencia. Todos pudimos ver en televisión cómo una mujer
imprecaba a un policía solicitándole que llamara a una ambulancia que
auxiliara a una persona que permanecía en el suelo herida junto a ella;
ignoro si accedió y llamó a la ambulancia, pero supongo que pensó que, ya
que tenía que llamarla, era tontería que acudiera por una sola persona y, ni
corto ni perezoso, golpeó brutalmente con su porra la cabeza de la mujer que
le pedía que llamase la ambulancia. Algún miembro del gobierno dijo que la
actuación de la policía fue justa y proporcionada. Eso hace pensar, supongo…
Quizás ese miembro del gobierno tenga razón, quizás la actuación de la
policía fue justa y proporcionada, dentro del esquema que estructura que las
disposiciones de cualquier gobierno han de predominar sobre la opinión del
pueblo, aunque parece ser que no se nos niega la posibilidad de, en el plazo
establecido, elegir otro gobierno que igualmente ignore la soberanía popular
hecha voz en la calle y al que igualmente podremos volver a castigar
negándoles nuestro voto. Eso hace pensar, supongo… Se puede leer en un
ensayo de Thoreau, "todos los hombres reconocen el derecho a la revolución;
esto es, el derecho a resistirse y negarle lealtad al gobierno cuando su
tiranía e ineficacia sean grandes e insoportables". No sé si es verdad que
todos los hombres reconocen ese derecho, pero cierto es que el gobierno sí
que prevee esa posibilidad, por eso se crean las fuerzas de seguridad del
estado, para mantener la paz social en condiciones de guerra.
En el transcurso de nuestra
historia personal, son muchas las personas que pasan por entre nuestra vida,
algunos permanecen y otros según llegan se van. Cuando era más joven,
algunos de mis amigos cegados por el tándem comodidad-seguridad del
funcionariado decidieron opositar a los cuerpos de seguridad; ya no son mis
amigos y no sé lo que pasó, eran gente que quería, pero, al volver de su
estancia en las distintas academias de policía, guardia civil, …, ya no eran
ellos. El estado me robó unos amigos y me devolvió gente que yo no conocía;
no sé lo que sucedió en ese periodo de doctrina de la brutalidad, pero sí
que recuerdo una de las últimas conversaciones que tuve con uno de ellos. Él
me decía, "siempre que te pare la policía, tú haz caso de todo lo que te
digan sin que se te ocurra protestar y compórtate con mucho respeto, tienes
que saber que cualquier policía es más chorizo que la mayoría de los
delincuentes". Se quedó grabado en mi memoria, claro. Y yo sigo sin entender
casi nada; quizás un día de éstos salga a la calle, no a reivindicar nuevos
derechos laborales sino más bien, hoy en día y tal como están las cosas, a
exigir que no se me retiren los tan duramente conseguidos por mis
antepasados; quizás un día de éstos no me quede más remedio que lanzarme a
la calle a exigir lo mío y lo de los demás, y es posible que en frente,
entre las filas de hombres pertrechados con escudos, cascos, porras,… es
posible que alguno de ellos sea un antiguo amigo mío, de los que llegaron a
mi vida y después se fueron. Y creo que no entiendo nada, y eso me hace
pensar, y recuerdo la imagen que vi por la televisión, ese hombre se acercó
firme y decidido a la mujer, alzó la porra y la golpeó salvajemente en la
cabeza, y no lo entiendo, porque creo que yo no sería capaz de hacer algo
así, y trato de buscar una situación hipotética en la que yo pudiera
comportarme tan brutalmente, y pienso que quizás eso fuera posible en la
instintiva violencia del miedo a la agresión, en la respuesta meramente
animal, pero ese hombre no luchaba por su vida, no se defendía de ninguna
agresión, no actuó por miedo, y pienso que entonces la única solución que se
me ocurre es la de que actuó por odio, por un odio fortísimo anclado en su
cerebro y su corazón, el odio que se revive al reconocer al enemigo, y no me
explico el por qué de ese odio, pero supongo que se debe a que, si el común
de los ciudadanos no lo tenemos muy claro, a él sí le han hecho aprenderse
bien la lección. Somos el enemigo y no hay que dejarse engañar por los
periodos de calma, hay que estar preparados para la lucha, hay que estar
siempre preparado para defender al estado del pueblo, hay que estar contra
el pueblo; el estado ya no tiene perros guardianes, sino lobos que acechan y
nosotros sólo somos niños expósitos. Creemos que son personas, amigos,
vecinos,… pero se comportan como máquinas y, como decía Thoreau, bien
podrían ser hombres de madera; podríamos engañarnos y pensar que son como
nosotros, el problema es que el sentido de su existencia es el que nosotros
no seamos. Y no sé como actuar, sé que, ante ellos, puedo sentir miedo, que
no respeto. El padre de un amigo, asfixiado por la pobreza, opositó y entró
en la policía. A la semana, dimitió de su puesto, su respuesta es que no
tenía estómago; entró en la policía siendo todavía un ser humano y, claro,
no lo pudo soportar. Es triste, pero es cierto que eso es lo que nos
amenaza; que el ejército que invade este país está formado por personas que
antes eran como nosotros, con más penalidades que alegrías, en continua
lucha por su vida, por su futuro y por su familia, y, para asegurarlo, nos
vendieron, a nosotros, a los que éramos como ellos; ahora, se ganan el pan
con el sudor y la sangre de nuestras frentes, enseñándonos a dejar las cosas
como están, a que es mejor no tener conciencia. Se me hace mal decirlo, pero
con la posición del gobierno español en la guerra de Iraq sentí una
insatisfecha alegría, lo único que saqué de aquello fue la satisfacción de
que la gente que habita en este país comprobase que, en democracia, la
opinión del gobierno prevalece siempre sobre la opinión, en ese caso, de
todo un pueblo; podemos gritar cuanto queramos, sus oídos son inmunes a las
exigencias de aquellos a quienes dicen representar, y, si al caso llegamos a
molestarlos demasiado, a no dejarlos dormir, ellos tienen a quienes hagan
acallar nuestras voces. Y no lo entiendo, porque a mí, mi padre, me enseñó
que los policías eran unos hombres buenos que nos protegían de los
delincuentes, y resulta que según esa afirmación parece ser que estoy en el
bando de los delincuentes, y eso era algo en lo que nunca había pensado.
Hablando con mi amigo llegamos a la siguiente conclusión: es mejor que,
cuando queramos reclamar contratos laborales dignos y estables, lo hagamos
vestidos con camisa a rayas y antifaz, como los cacos que antiguamente
salían en los tebeos, y la promesa de no olvidar nunca que lo que unos
llaman agresión otros, simplemente, autodefensa. |