mediados de los cincuenta estaba entre el público en la proyección para
la prensa de la película La Strada, de Federico Fellini, allí
conocí a un sagaz periodista italiano, Riccardo Aragna, en aquel tiempo
corresponsal en Londres del periódico turinés La Stampa. «Londres
es una ciudad», me dijo, «donde los ricos hacen cola para ver buenas
películas sobre los pobres, mientras en el el East End los pobres hacen
cola para ver malas y feas películas sobre los ricos.»
Esta observación me ha vuelto en mente hace algún
tiempo, cuando Amartya Sen sacó a la luz una paradoja similar: «En los
países pobres, los pobres están delgados y los ricos están gordos; en
los países ricos, están delgados los ricos y los pobres están gordos.»
Amartya Sen es autor de un célebre ensayo sobre los que comen y los que
sufren hambre, su libro Poverty and Famines ilustra la -doña de
la «titularidad» que, según su definición, es «un conjunto de bienes de
consumo alternativos que una persona puede controlar». Su observación
nos recuerda que en toda sociedad existen distintas culturas de
alimentación que, en última instancia, están condicionadas por el nivel
de riqueza o de pobreza. En los países pobres, aquellos que detentan el
poder y la riqueza, y la élite militar aliada a ellos, campan en la
abundancia, mientras los pobres están malnutridos y a veces
subalimentados. En los países ricos, una minoría no despreciable se
alimenta de productos ricos en grasas y en azúcares que los más
acaudalados se pueden permitir rechazar. En Inglaterra, el número de
niños pobres con sobrepeso se ha triplicado en los últimos treinta años.
Malnutridos en la abundancia
Cualquier razonamiento sobre la comida debe partir
del hecho de que existe la malnutrición en un mundo de abundancia y,
después, proceder a considerar el elevado costo de los alimentos de poca
calidad. La cuestión está muy bien ilustrada por Tim Lang en un ensayo
contenido en el libro de Ken Worpole, Richer Futures: Fashioning a
New Politics:
Los escaparates de los supermercados pueden rebosar
de comida pero el costo para el ambiente es considerable y todavía un
número entre el 10 y el 20 por ciento de los ingleses no pueden
permitirse seguir una dieta sana... Pero la agricultura intensiva, más o
menos mantenida con subvenciones, ha supuesto una especie de nirvana
para la comida más pobre y de mala calidad. es cierto: el gasto en
alimentación se ha reducido en un cuarto del gasto medio de una familia
inglesa, con respecto a 1950, a una décima parte con respecto a 1990
Entonces ¿ dónde está el problema? Más allá de la cuestión de los nuevos
pobres, para 1os que el gasto en productos alimenticios es todavía
prohibitiva hay un ulterior problema relativo a los costes que
soportamos colectivamente todos nosotros, contribuyentes y consumidores.
Lang demuestra en el análisis de los detalles corno
los productos alimenticios menos preciados no son los más económicos:
cada ciudadano los paga a un alto precio, aunque la compra termine bajo
otros términos. Una de estas se refiere a los enormes costes del
servicio sanitario público que debe hacer frente a toda una serie de
patologías relacionadas con la alimentación, otra es relativa al coste
que pagamos, en cuanto consumidores de agua potable, para reducir la
presencia de pesticidas en el agua a niveles aceptables, otra, todavía,
se refiere a los inmensos costes de los transportes que hacen falta para
rellenar los escaparates de los supermercados con productos que
provienen de cualquier punto de la Tierra y para llevar a la clientela a
los hipermercados Así argumenta el fenómeno:
Los sistemas de distribución de los supermercados
dependen completamente de la energía de bajo coste. Los hipermercados
son cualquier cosa menos convenientes: en realidad nos obligan a viajar
más, y no menos, para hacer la compra. El número medio de viajes para
comprar ha aumentado en un 28 por ciento de 1978 a 1991. Además de eso
los consumidores están obligados a desplazamientos más largos, en el
período citado, la distancia media ha aumentado en un 60 por ciento
(...) El elemento unificador de este fenómeno es el recurso a sistemas
de distribución centralizados por parte de los vendedores al por menor
de productos alimenticios. Todos los productos confluyen antes en un
censo de clasificación y de allí terminan después, en las tiendas. El
resultado es que la comida realiza viajes mucho más largos.
De esta manera, se termina por hablar del problema
comida-kilómetros, que alcanza dimensiones estratosféricas después de la
política de los colosos de la distribución alimentaria que buscan en
cualquier esquina perdida del mundo los proveedores baratos. En la
pequeña ciudad de Suffolk, cerca de mi casa, puedo comprar zanahorias
mejicanas, judías africanas y espárragos del Perú. John Houghton,
presidente de la Royal Commission on Environmental pollution y de
la comisión consultiva de la ONU para el cambio climático, nos recuerda
que hay algo de absurdamente equivocado en el hecho de que en septiembre
haya podido comer exquisitas patatas nuevas cultivadas en Egipto. Las
patatas habían llegado con un Tir de 40 toneladas al hipermercado
cercano, después de haber sido transportadas en un superjet de Egipto a
Inglaterra. «Hubiera podido cultivármelas solo», comentó, «en la huerta
detrás de casa».
Las tres revoluciones inglesas
Una reflexión análoga debe haber hecho Derek Cooper,
el presentador de la transmisión radiofónica de la BBC food Programme
que hizo una reseña de las principales tendencias que se habían
manifestado en los últimos veinte años. Nos ha recordado que, a partir
de los primeros años de los ochenta ha habido tres grandes revoluciones
en Inglaterra: el crecimiento de los hipermercados, la difusión de los
establecimientos de comida rápida en franquicia y el aumento del consumo
de productos congelados y de precocinados. Cooper lo explicó así: «Tesco
ha sido un fenómeno, pero lo de McDonald´s ha sido una conquista global,
a niveles ni siquiera imaginables por un Gengis Khan o por un Napoleón.
En 1979 existían sólo 38 en Inglaterra, hoy son casi un millar».
Por no hablar de la difusión del uso de comer fuera
de casa y del colosal aumento de la variedad de comidas «étnicas» que
han entrado a formar para de nuestra dieta. Una persona entrevistada por
él declaraba: «Nosotros en Nueva York no comemos en casa. Cuesta mucho
menos comer o cenar fuera». Cooper ha sacado a la luz la revolución que
ha trastornado los hábitos domésticos a través de la comida rápida y del
horno microondas:
Lo que ha sucedido entre las paredes de todas las
cocinas se ha verificado en una escala mucho mayor en la industria
alimenticia, con alimentos congelados que abastecen a los bares,
restaurantes y pub. Los camiones de suministro recorren las veredas del
campo de Cornualles, llegan hasta las remotos eriales de las Highlands.
Todo el país puede servirse con el mismo «plato del día», con la misma
tarta de arándanos, preparada en una fábrica que está a muchos
kilómetros. Así ya no sólo no hace falta personal de cocina, sino que se
asegura un grado infalible en la seguridad de los alimentos.
El presentador se esforzaba en explicar cómo, según
las expectativas del consumidor de hoy, la comida rápida ya fuera una
necesidad tanto en el plano doméstico como en el plano del catering
comercial. El acogedor pub cercano a casa depende de este menú
importado. Vivo en mitad del campo y aquí hay una neta distinción entre
los pub que ofrecen comidas regulares y las que sirven comidas
preparadas allí mismo, donde nosotros no podremos nunca permitirnos
comer. Del mismo modo Derek Cooper intentaba demostrar que para la
familia típica de hoy, con dos personas que trabajan, «los productos
congelados o precocinados son una liberación agradecida por las
hornillas y por el lavado de platos». En las familias pobres, en las que
nadie tiene un trabajo fijo, se encuentra difundida una cultura del
take-a-way, de lo que se llama despectivamente junkfood, perritos
calientes, patatas fritas, snack ricos en grasas y azúcares, de
alimentos confeccionados con la fecha de caducidad superada, de
productos rechazados de los hipermercados y revendidos en las tiendas de
descuento.
Las oposiciones se coaligan contra la cultura
alimenticia que domina de manera preponderante, caracterizada por la
competencia entre hipermercados, de cuyos productos son esclavos y cuyos
precios al por mayor se contratan cada vez más a la baja, y
caracterizada también por la preparación industrial de comida rápida.
En el frente opositor se pueden reconocer varios
grupos. En primera línea el lobby de los vegetarianos con todas sus
variantes, que ha sabido resistir durante más de un siglo a los
escarnios y ahora está desarrollándose de prisa, gracias a todos los
escándalos relacionados con los intentos de reducir los costes de
producción de la carne.
Las tesis morales y estéticas encuentran ahora el apoyo de un argumento
concreto en la explotación eficaz de la tierra: se produce más comida
destinando la tierra al cultivo que al pasto.
En segunda línea está el lobby de los productores
naturales. Las estadísticas dicen que si la tasa de crecimiento se
mantiene en Europa, en el 2010 130 por ciento de los terrenos serán
cultivados con sistemas naturales. Mientras sólo el 1,3 por ciento del
suelo agrícola inglés se cultiva hoy con sistemas naturales que
responden a las normas de la Soil Association Una investigación llevada
a cabo por Mori para la Soil Association ha puesto en evidencia que en
1999 «la campaña extendida para hacer de los alimentos orgánicos una
parte preponderante de la compra y de los hábitos alimenticios había
sido obstaculizada por los costes más elevados de estos productos».
En tercer lugar encontramos a los opositores de las manipulaciones
genéticas de las fuentes alimentarias.
Después están los grupos que luchan por la justicia
social, conscientes del hecho de que las empresas alimenticias, si no
continúan en la reducción de sus propios costes, se arriesgan a perder a
los comisionistas. Los trabajos peor pagados en Inglaterra y en todo el
mundo son los de los recogedores de fruta y verdura y los que se ocupan
del cuidado del ganado.
En último lugar están los ambientalistas que se dan
cuenta del hecho (como ha explicado George Monbiot) de que los super
almacenes descargan sus propios costes en la colectividad y «haciendo
viajar a los camiones distancias extraordinarias por el país, arriba y
abajo, para mantener vivo un sistema de distribución demencial, terminan
por secar enormes recursos sociales y ambientales».
Incontenible McDonald´s
No todos estos temas encuentran un idéntico
compromiso: cada persona, cada grupo tiene sus prioridades. Un hecho que
ha sabido hacer converger muchas adhesiones ha sido el largo proceso que
ha enfrentado a MacDonald´s con Helen Steel y Dave Morris que había
rechazado excusarse con la multinacional de la hamburguesa La causa
puede haber contribuido al desastre de las relaciones públicas de
MacDonald´s pero no ha tenido ningún efecto en la «conquista global» de
la empresa descrita por Derek Cooper.
Las principales cadenas de hipermercados son, en
apariencia, tan invulnerables como las de comida rápida. Una de ellas te
ido absorbida por un coloso americano y George Monbiot está convencido
de que «cuando la Wal-Mart desembarque en Inglaterra estará en disposición
de ejercitar una presión financiera mayor que la de todos los super
almacenes nacionales juntos. Estamos asistiendo a una operación de
pulimento de la economía inglesa».
Los cambios en el sector de la preparación y de la
distribución de productos alimenticios hacen que fruta y verdura ya no
tienen un período estacional y que en todo el país esté disponible una
increíble variedad de alimentos y bebidas que provienen de todo el
mundo. Esta elección hipertrófica se corrompe y hay que preguntarse si
nuestros conciudadanos nunca estarán dispuestos a restringir
voluntariamente su menú. Se lo pregunta también Toby Belch: «¿Piensas
quizá, que porque eres virtuoso no deben existir tartas y cervezas?»
Cuando le confesé avergonzándome un poco, a la dueña
de la tienda de productos orgánicos, que había comprado aceite de oliva
en un gran supermercado de la ciudad vecina, porque en el pueblo de al
lado lo vende sólo en botellitas, me hizo la pregunta esencial «¿Cuánto
has ahorrado?» Yo, claramente, no le respondí. Ella y su compañero son
ejemplos vivientes de ese tipo de personas (que ganan poquísimo) que
comen bien y con gusto a pesar de rechazar la sociedad de consumo, y no
sólo en teoría.
Hace veinte años oí en la radio la intervención de
uno de los verdes, Henry Skolimowskui, en La tierra y sus amigos.
Según él «la sociedad tecnológica ha cultivado intencionadamente un ser
humano insensible, egoísta, derrochador y vago. La sociedad frugal ...
deberá partir reorientado nuestras actitudes y reeducándonos en nuevos
valores... »
Pienso que tiene razón, pena el compromiso para
profundizar será enorme.
Traducción del italiano E.G.W.