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Del indigenismo en el Brasil

 

 

Crónica de un desprecio

Sergi Tarín Galán

"Los blancos proclaman: «Nosotros descubrimos la tierra de Brasil». Pero nuestros antepasados han conocido esta tierra desde siempre. «Nosotros descubrimos esta tierra. Nosotros tenemos libros y por eso somos importantes», dicen los blancos. Pero eso son mentiras. Lo único que hicieron los blancos fue robar las tierras a los pueblos de la selva y destruirlas. Yo soy hijo de los antiguos yanomami y vivo en la selva, donde mi pueblo vivía cuando nací, y no voy a ponerme a contarles a los blancos que la descubrí yo. Yo no digo que he descubierto esta tierra, porque haya puesto los ojos en ella y entonces es mía. Siempre estuvo aquí, antes de mí. Yo no digo: «He descubierto el cielo». Ni proclamo: «¡He descubierto los peces y los animales!» Siempre han estado ahí, desde el principio de los tiempos."

(Davi Yanomami, 1999)

Exterminio

Esta es la palabra que más se acerca a la realidad de los pueblos indígenas latinoamericanos desde hace más de cinco siglos. Con la llegada de los colonizadores se inició un proceso de holocausto humano y cultural que hoy en día aún continua con su inercia. Durante esos primeros años de contacto con los europeos, la sumisión comienza a convertirse en una soga alrededor del cuello de los pueblos indígenas. En nombre de Dios, de la Cristiandad y del Rey, les son arrebatadas sus tierras, prohibidas sus leyes y creencias, silenciadas sus lenguas y suprimidas sus libertades. Antiguos adoradores del cielo y sus astros, muchos murieron bajo la oscuridad subterránea de las minas. Era la esclavitud: precio que pagaban los indígenas por ser indígenas. Otros se suicidaron o cayeron corroídos por enfermedades que no conocían y que exportaron los europeos como primera pauta de intercambio comercial. Los menos se resistieron al expolio. Se organizaron y se refugiaron en las selvas y en los páramos, entre las cavidades nevadas de la montañas y en medio de los infranqueables desiertos. Los herederos de aquellos supervivientes han continuado muriendo, luchando y conservando la sabiduría antigua de sus antepasados. Ahora, no son los sables los encargados de traspasarlos, sino las leyes. No son los ejércitos quienes les hacen huir de sus tierras, sino las empresas trasnacionales. No son los curas con perfume de jabón elemental e incienso quienes les obligan a renunciar a su cultura, sino la terrible globalización del pensamiento. Mientras les hablan de caridad, de deuda externa, de cooperación o de desarrollo, ellos permanecen silenciosos. Y en ese silencio, crece un ritmo ancestral donde sigue fluyendo el secreto íntimo de la tierra, el azar de los mares y el pálpito de las montañas. Nosotros, sordos, no sabemos escucharlo.

Tierras mutiladas

En el momento en el que los primeros europeos desembarcaron en Brasil, existían por lo menos 5 millones de indígenas. Ahora, apenas si sobreviven 350.000. Durante todo este periodo aproximado de cinco siglos, han sido borradas de la faz de la tierra cientos de tribus sin que sus sofisticados asesinos dejaran huella alguna. Con ellas han muerto lenguas e historias, filosofías antiguas en torno a la vida y a la muerte.

Los que quedan conforman, pese a todo, un interesante amalgama de pueblos que habitan selvas tropicales, sabanas, bosques y desiertos. Muchos de ellos también malviven en las ciudades compartiendo estatus y penurias con las masas de pobres brasileños. También existen otros indígenas que, enclavados quién sabe si en la profundidad de su suelo o de su sueño, no han tenido nunca contacto alguno con no-indígenas. De hecho, Brasil esconde, con toda probabilidad, el mayor número de pueblos no-contactados (no descubiertos, según la jerga colonizadora).

Esta diversidad otorga al Brasil una serie de contradictorias peculiaridades. Por ejemplo, la de ser el único país latinoamericano que cuenta en su Administración con un departamento de asuntos indígenas: la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), que funciona desde los años sesenta y que tiene su embrión en el antiguo Servicio de Protección al Indígena (SPI). El FUNAI se ha mostrado incapaz de atender las demandas indígenas. De hecho, se ha convertido en un auténtico enemigo en casa para los más antiguos pobladores del Brasil. Este departamento siempre ha estado bajo la tutela de los depredadores más aviesos de la nación, por tanto de los políticos más corruptos o de los terratenientes más superlativos. La Fundación del Indio ha sido en verdad la fundición del indio y ni tan siquiera los esfuerzos de aquellos individuos dentro del FUNAI que simpatizan con la causa indígena han podido evitar el goteo incesante del genocidio aborigen.

De hecho, se podría afirmar, sin miedo a equivocarse, que el FUNAI representa una auténtica tapadera económica. Gran cantidad de dinero brasileño se destina para proyectos en pueblos indígenas. Los mismo sucede con la mayoría de la ayuda internacional que llega al país. No obstante, muchos políticos desvían ese dinero en dirección a sus cuentas particulares. La mismas que luego sirven para comprar votos, medios de comunicación que los fabriquen o armas que asesinen a los indígenas para dejar libre el camino a las empresas madereras y mineras.

Arriba callan, abajo mueren

Los gobiernos brasileños han tenido durante los últimos cincuenta años una actitud tibia frente a los pueblos indígenas. Por un lado, ha existido una conducta asistencial con el propósito de disimular, ante la comunidad internacional, su verdadero desinterés. Eso les ha llevado a demarcar una parte de los territorios indígenas estableciendo los remotos límites de sus antiguos pobladores. Lo cierto es que la compactación del mapa indígena a modo de reservas tan sólo sirve para que los encargados de su cuidado o gestión se enriquezcan a fuerza de ser humanitarios de piel para afuera y depredadores de piel para adentro. Todo ello, evidentemente, con el mutismo cómplice de los gobiernos que miran, callan y hacen hueco en los bolsillos.

Los indígenas, por su parte, siguen muriendo de injusticia. Quizá la parte más elocuente del exterminio ha finalizado (envenenamiento de comunidades, esterilización de las mujeres, bombardeo de casas comunales...), pero los niños siguen suicidándose por desnutrición de futuro y las enfermedades continúan dejando exhaustos sus volúmenes poblacionales.

Con todo, en los últimos tiempos se ha podido observar un mayor grado de sensibilidad en torno a los problemas que afectan al mundo indígena latinoamericano y brasileño. El racismo nacional ha ido mermando lentamente y la respuesta de la población civil al comportamiento aniquilador de los gobiernos ha pasado de la sutilidad a la algazara. Algo que se añade al surgimiento de un movimiento de base indígena que ha gestado decenas de organizaciones mentalizadas en la reivindicación de sus derechos por sí mismas De todos modos, nada será equiparable a un verdadero paso adelante mientras la administración brasileña no asuma la legislación internacional y garantice el derecho territorial de la propiedad indígena. Un hecho, quizá, quien sabe, que podría consumarse en medio de ese huracán de pan, esperanza y azar que Lula Da Silva promete traer en sus manos para todo el Brasil

Fuentes consultadas: WATSON, F; CORRY, S; PEARCE, C. Los Desheredados. Indígenas de Brasil. Survival.

Extraído de CERAI

 Arriba. ¡LUCHA ANTIFASCISTA!

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