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n°293 septiembre 2003
Cultura
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Javier Vallet Burguillos
A
veces nos sorprenden muchos aspectos de la vida.
Pero no siempre somos capaces de indagar en su
sentido verdadero. Sabemos que las situaciones se
suceden sin aparente causalidad. Hay cosas que
pasan y no son advertidas. Pero es que hay cosas
que pasan, son advertidas, pero no son lo suficientemente
explicadas. ¿Entienden lo que les digo?
Yo espero que sí, porque me va la vida en ello. Vengo a inte-
rrogarme con ustedes sobre las condiciones actuales en que
se encuentran ciertas posturas ante el esperpento y la vida.
Pretendo hacerles ver que la sobredosis no debe ser letal. No
debe desanimar nuestra conciencia. Pretendo que comprendan
que las sobredosis son evitables, y necesariamente deben ser
brillantemente destruidas.
Empecemos por la vida
La eyaculación es el origen de la vida (y de la viuda). De ella
no se salva nadie, absolutamente nadie. Entonces ya me atre-
vo a decir que el principio de todo es la eyaculación. Pero evi-
dentemente no es el principio primerizo de todo (como lo
puede ser el movimiento, el aire o el agua), aunque sí el prin-
cipio motor que motoriza la vida.
Sin eyaculación, pues, no hay vida. Es algo cuya existen-
cia es obligatoria.
Ahí le toca el turno a la vida.
Después de la vida viene el esperpento
Cuando el ser humano es engendrado gracias a unas cuantas
gotitas de un fluido genital, empieza el esperpento.
Vemos que el mundo empieza a constituirse gracias a la
suma de todas las gotitas del mundo. El esperpento se uni-
versaliza. Se convierte en la norma común general de la exis-
tencia, sin la cual nada ni nadie puede pisar un centímetro
cuadrado de planeta.
Esperpentizados venimos a este mundo, y esperpentizados
nos vamos de él.
Y así surgen los fenómenos normales
El principio del esperpento provoca que la normalidad se
extienda: es decir, que lo que más se da, se desarrolla y se
extiende sea lo normal. Muere así la variedad y la diferencia.
Todo lo variopinto que puede existir en la Tierra es amal-
gamado como una miserable esterilla para pasar a ser un núme-
ro del esperpento mundial.
Los salones, el cuero y otros entes
Una vez que ya es proclamado en todo el mundo el esper-
pento, y que la vida ya está reducida a una serie perfectamente
definida, comienza a configurarse una telaraña de espantajos,
espantapájaros y toda clase de malos bufones que hacen reír
de la pena que dan.
Se ubican en salones, visten de cuero y normalmente pase-
an mesurados sus brillantes culos manchados de zotal.
El triunfo
Así consiguen engalanarse para parecer lo que no son. No
hace falta describir bien a estos malos (repito: malos) bufo-
nes, ya que todo el mundo va a lograr identificarlos, es decir,
matarlos, en el curso de esta narración.
Y cuando se engalanan, es cuando se puede decir con
rotundidad que han triunfado. Es una ecuación matemática.
Jamás falla. Sí, se puede decir: han triunfado.
Actitudes y aptitudes
Hay quien se enfrenta decididamente a estos malos bufones.
Suele ser un espermatozoide decidido, valiente y persuasivo. Pero
también puede ser que destaque por su apatía, su timidez y su
nula capacidad para convencer.
Se toman rápidamente actitudes y aptitudes. Los que con-
testan a los malos bufones, es decir, los espermatozoides que
osan plantar cara al esperpento, son aglutinados para no ser múl-
tiples. Porque es evidente que los contestatarios también han
sido engendrados gracias al proceso eyaculatorio, y por tanto
también hacen creer al resto de espermatozoides que disienten
y no quieren ser meros espermatozoides que la única forma de
hospedaje es el salón y la única ropa idónea es el cuero.
Vigilemos nuestras venas
¡Que viene la sobredosis!
Tápense todos los orificios a la vista. Intenten ahuyentar
a los espermatozoides que dicen ser diferentes de los malos
bufones. Empecemos usando sus armas: ¡vamos a definirlos!
Lista de espermatozoides que definen y matan
Número uno.- Es un espermatozoide que dice ser bonda-
doso, que sonríe ante cualquier declaración y que mantiene
unas formas refinadas en el andar.
Número dos.- A éste lo podemos caracterizar por su cor-
pulencia, su amplitud de torso y su cara de impresionante
maldad, de la que alardea constantemente y con la que, dice,
combate más contundentemente a los malos bufones.
Número tres.- Destacaría de él que mantiene una labia
impecable, digna del espermatozoide más subversivo, y que
suele derrochar bastantes energías a la hora de atacar verbal-
mente a algún mal bufón, pero escatimar bastantes cuando
se trata de enfrentarse a él directamente.
Número cuatro.- No menos hilarante que el otro, a éste le
sobran dotes y poses y le faltan realidades y actitudes.
Número cinco.- Suele ser el espermatozoide que dice estar
en primera fila, que conoce mejor que nadie el arte de enga-
ñar de los malos bufones, y que acude siempre arrojado y pun-
tual a todas las citas en las que los espermatozoides
contestatarios discuten acerca del buen arte de la subversión.
Descansemos un momento
Ya los hemos definido. Ya están perfectamente acotados y limi-
tados. Sabemos cómo van a moverse y cómo van a reaccionar
ante determinadas circunstancias. Aunque siguen muy vivos,
ya los hemos matado. Porque ya sabemos reconocerlos, y a
partir de ahora sólo es cuestión de segundos, minutos, horas,
días, meses o años el que estos espermatozoides amigos de los
malos bufones estén bajo tierra: al menos metafóricamente
hablando.
Se trata de que sepamos quiénes son, para que no sigan per-
petuando el esperpento con sus amigos los malos bufones.
Me temo que ya hemos descansado lo suficiente.
Cómo no ser un espermatozoide bastardo y farsante
Espero que me den su permiso para decir lo que voy a decir
ahora. Sí, es que es muy difícil exponer una cosa tan seria, deli-
cada y poco terrenal.
Esto que viene ahora forma parte de un arriesgado ejerci-
cio cargado de consejos modestos de alguien que tiene poca
experiencia, es algo inocente pero que pocas veces desconoce
que le engañan. Y no es porque sea un espermatozoide ilumi-
nado, sabio y extremadamente combativo, sino porque no
entro en el macabro juego de los malos bufones. Como a éstos
ya los conocemos perfectamente, sólo me gustaría ayudarles
e intentar hacerles ver (para los que quieran ver) de qué forma
uno puede mantenerse alejado de los malos bufones, de los
espermatozoides falsamente contestatarios, del esperpento
mundial y, en última instancia, poder derrumbar ese saco de
insolencias sucias y fútiles para hacer de la eyaculación un
proceso mágico y terrenal.
Empecemos, si les parece, con una serie de anticonsejos, es
decir, con un puñado de ideas indefinibles que buscan la no-
definición.
No busquen allá donde no hay: no hay por qué creer que
lo que un espermatozoide diga en sus maravillosos proverbios
y tratados sobre rebeldía va a llevarlo a la práctica. Tienen que
saber que los espermatozoides farsantes son unos muy buenos
parlanchines y embusteros.
Menos aún busquen donde ni siquiera se ve: mover la cabe-
za para esconder la cola es su mejor forma de relacionarse.
Tengan cuidado con los que andan catalogando: éstos sue-
len ser muy "cultos" (y culteranos, casi), despilfarran siste-
máticos teoremas sobre la vida, los espermatozoides y el
esperpento, con una certeza y una puntería a veces envidia-
ble, pero que por una extraña razón pasan por alto que sus cabe-
zas y sus colas también están contaminadas y necesitar
auto-limpiárselas más a menudo.
Conozcan muchos óvulos, muchos espermatozoides y muchas
formas de esperpento: parece ser la única forma de empezar
a cuestionar el esperpento. Conocer, conocer, conocer.
Pero no se queden ahí: bucear hasta el fondo para no explo-
rar el submarino es muy triste.
Intenten extender el optimismo, o al menos el pesimismo
constructivo: no se parezcan a esos espermatozoides que se
dicen subversivos y que sólo lloran, patalean y gimotean sin
ir acompañados de un hacha contra-esperpéntica.
Ocupen, ocupen, ocupen: intenten hacerse un hueco en
todos los óvulos que pueda, aunque aparentemente no sea
posible introducirse en ellos, para así poder articular y ampliar
la red de espermatozoides respondones.
Acuérdense de que el cántaro vacío es el que más suena:
no por gritar más alto, más fuerte y más repetidamente van
a lograr que las ideas calen. Las mentes de los espermatozoi-
des son muy complejas. El secreto, créanme, está en auto-
explorarnos, y los otros se explorarán a sí mismos contemplando
lo bello de la desobediencia al ciego de dominio.
No se engañen
Esto no es una receta; ni siquiera una serie de consejos.
Tampoco se asusten: no trato de adoctrinarles con monsergas
baratas.
Sí es un manifiesto, ya que el espermatozoide que escribe
intenta exponer y expresar un sentir que se revuelve en su ser,
y en el ser de muchos otros espermatozoides. Por ello, les digo:
léanlo, si sus redondas cabezas quieren; cuestiónenlo, si sus
colitas se lo permiten; y, sobre todo, recuerden que la mejor
forma de caminar no es preguntando, sino preguntándonos.
Manifiesto surrealista sobre el esperpento
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