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Isla Perejil

Cojos y mentirosos

Ciberpunk

Crecí en Ogigia, por eso mi otro nombre, el oculto, es Ulises. Cuando era niño Taura, la Isla Perejil, tan cerca de mi casa, era el confín del universo. Una isla apenas entrevista desde el mar un poco más allá de las cuevas de Calipso. Lugar de iniciaciones para adolescentes que, desnudos y risueños, se adentraban a cazar morenas con el poniente en ceñida.

Esa islita, peñasco desolado para los de la península, es pura mitología. Parte del mito homérico, territorio de mis miradas infantiles.

Y aunque no dejan de tener cierto encanto sus ocupaciones: contrabandistas, soldados ingleses, carboneros americanos, regulares... lo cierto es que a nadie más que a nosotros, los señores del mito y el pasado, nos corresponde su soberanía y nos importan sus magras laderas. Porque, ¿por qué la prensa marroquí le llama ile du persil, o Layla, su traducción literal, en vez de Taura, su nombre árabe? ¿Por qué la prensa española ha confeccionado las noticias con la info de un libro y una web? ¿Por qué? Porque no la han visto en su vida, los periodistas españoles insisten en su supuesto carácter desolado?

A nadie más que a nosotros, los señores del mito y el pasado, nos corresponde su soberanía y nos importan sus magras laderas

Yo se que los estados tienen horror vacui, que una islita perdida, propiedad de una ninfa abandonada, no podía sino acabar de nuevo siendo ocupada. Por quien fuera. Esta vez se adelantaron los soldados del tirano marroquí. Pero hay una opción: véndannosla y dejennos tener un dominio local propio. Ni .es ni .ma: .ip, libre y barato (se lo daremos a Piensa Solutions)

A nosotros no nos hace falta mandar soldados, ni que nadie duerma allí, ni que monte tienda de campaña. No necesitamos humillar a nadie forzándole a llevar un DNI. No violamos el territorio de las ninfas ni necesitamos apenas ocupar espacio. Y dado que somos los últimos creyentes en el individuo y los derechos civiles (sobre la LSSICE ya os mandaré una carta completita), no sería ilógico que nos dieran un territorio sin ciudadanos.

Un lugar donde empezar de nuevo. El último territorio libre (pequeño pero asumible). Un último islote en el que dejar que de nuevo se acerquen en las mañanas de poniente, cuando cambia la marea, jóvenes buceadores.

Arriba lucha antifascista

Moncho Alpuente

Mariano Rajoy, vicepresidente, vicedelfín y vicetiple del gabinete, habló a los nuevos responsables, irresponsables de la información y de la comunicación públicas, privatizadas al servicio de su gobierno, y les exhortó a decir la verdad casi siempre, siempre que la verdad no entrase en contradicción con los intereses de los suyos. Decid la verdad, añadió, porque si mentís corréis el riesgo de ser descubiertos, y si la verdad no resulta conveniente, no digáis nada y mirad para otro lado.

Conmueve hasta la náusea el ingenuo cinismo del vicevicario del gobierno, ingenuo por exponer en público tan aberrante pensamiento, cojo y mentiroso, pensamiento que todos sus congéneres, del género político, comparten, pero se guardan de expresar, y cínico por la raíz misma de una argumentación que es todo un canto a la hipocresía.

Para empezar resulta sorprendente que alguien tenga que recordar a los profesionales de la información, dedignados por el índice presidencial, su compromiso con la verdad, premisa básica de su presunta ética profesional , pero aún sorprende más el consejo de que sean veraces no por amor o compromiso con la verdad y la ética mismas, sino por miedo al castigo y a la denuncia que pudieran derivarse de su mendacidad. El colofón de tan impúdica y vergonzosa exhortación tampoco tiene desperdicio, es puro desperdicio. Aconsejar a un supuesto periodista que mire para otro lado cuando la noticia no sea del agrado de sus empleadores y mentores es vulnerar todas las normas y preceptos de un oficio en vías de extinción, es una injuria y una provocación ante la que cabría esperar una fulminante reacción a cargo de los ofendidos, asociaciones y empresas periodísticas.

Pero está claro que el código ético de Mariano Rajoy se impone en los medios de comunicación, públicos, semipúblicos y privados. Las declaraciones del vicesicario del gobierno aparecieron sin comentarios en las páginas de agosto de algunos diarios y no han sido piedra de escándalo ni motivo de querella, ni siquiera materia para un editorial o un artículo de opinión. Los periodistas, siguiendo a rajatabla los consejos de Mariano han mirado hacia otra parte, hay mucha precariedad en el empleo y mucho miedo a esa verdad, incómoda que explota todos los días ante nuestros ojos.

 

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