España, Navidad y el stock. Por Julián Sánchez
|
Cine |
Poteemos juntos en navidad Germinal Cada cierto tiempo la industria cinematográfica necesita inundar el mercado con un producto, que no película, que haga las delicias de mayores y pequeños, mantenga la primacía de los modos culturales anglosajones y, como en esta ocasión, demuestre la tradicional amistad anglo-norteamericana en todos los campos. En Afganistán en defensa de los valores universales del imperio y en Harry Potter en la mercancía cultural. Estrenada con motivo de las próximas fiestas navideñas. En competencia con la disneydiana Atlantis o con el último ataque, a cualquier memoria literaria o histórica, que son estos nuevos mosqueteros. Este año, la pottermanía será la punta de lanza de la recuperación, mediante el consumo, máxima práctica religiosa en la sociedad del dios-Dinero, de la alicaída sociedad estadounidense tras el primer ataque sufrido en su territorio continental desde el incendio, a comienzos del siglo XIX, de Washington por sus hoy aliados británicos. Salvo ciertos reparos sobre su duración, casi dos horas y media, que se juzga excesiva para unos espectadores habituados a los treinta segundos de las noticias televisivas o a los noventa minutos de las películas de acción, la película de Chris Columbus ha recibido buenas críticas. "Una gozada, una aventura en estado químicamente puro" o "cine de aventuras de calidad" son algunos de los comentarios escritos. Además, estos días nos han inundado con artículos y reportajes sobre el extraordinario caso de la autora de las novelas del nuevo pequeño héroe. El caso de J. K. Rowling que pasó de recibir la pensión asistencial de la Seguridad Social británica a convertirse en multimillonaria gracias a las aventuras del aprendiz de mago. Una muestra más que en la sociedad capitalista todo es posible: de la nada a clásico literario o de la mediocridad burguesa a César del imperio. Harry Potter no es sino una amalgama de viejas historias, desde los cuentos tradicionales –como Cenicienta- pasando por fórmulas de variada aplicación como la de los centros educativos británicos como lugar de forja de los más destacados espíritus de cualquier época, para terminar en el arquetipo de la lucha entre el bien y el mal que lo convierte en un producto lo más políticamente correcto existente. Una especie de Reader Digest’s literario que trasplantado al cine, aunque mejor sería decir a imágenes, asombra a unos espectadores producto de los menos que mediocres sistemas estatales de educación. Algo así como si consideráramos a la cebolla la cima gastronómica de la comida rápida o basura. De siempre, se ha dicho que en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Así no ha resultado difícil, no sólo el éxito literario de un personaje en el que vagamente se adivina a Guillermo Brown, sino que el producto hollywoodense de la navidad del 2001 sea todo un éxito. Acostumbrados a la nada, cualquier cosa parece una hazaña. Tampoco como película estas aventuras del niño Potter deja a parecernos algo ya visto. Imágenes espectaculares, ¿en qué supera el comedor de Hogwarts al Nautilus de Veinte mil leguas de viaje submarino de hace más de cuarenta años?; recursos técnicos, ¿superan los efectos del partido de quidditch a las posiciones de las cámaras de la carrera de Ben-Hur?; una vez más sólidas interpretaciones de viejos grandes actores, como Maggie Smith o Richard Harris o, por terminar con los ejemplos, la recreación del universo literario creado por la Rowling no es más convincente que cualquiera de los ejemplos puestos anteriormente. Entonces, ¿qué es lo que ha hecho que se convierta en el producto de éstas navidades? Pienso que la respuesta está en dos de los ejes sobre los que se vertebra el mensaje de la película: que todo es posible, aunque estemos en la más absoluta de las miserias, y que el mundo se divide entre buenos y malos. Mensajes que vienen al pelo para la coyuntura que vivimos. Cuando el Polifemo capitalista agita frenéticamente su garrota contra el Ulises musulmán que ha osado atacarle. Además, como ya he dicho, el negocio del merchandising se apresta a que el aterrado consumidor olvide por unos momentos su realidad. Los cuentos, las leyendas no dejan de sublimar el mundo en el que vivimos. En este caso Harry Potter, con los no-dos, estilo hazañas bélicas, y árboles de navidad patrióticos, rojos, blancos y azules, viene a reforzar la creencia de que, aunque todo ha cambiado tras el 11 de septiembre, en realidad nada lo ha hecho. Que todo cambia para que todo siga igual. Como el inteligente lector ha visto, algo tan viejo como los cuentos mismos. |
|