No hay
dilema. A diferencia de lo que nos comentaba la cantante de hip hop
española Mala Rodríguez cuando decía "yo marco el minuto" aquí, en este
planeta Tierra, controla el tiempo, marcándolo a la milésima de segundo,
el negocio de la guerra.
Producción y especulación al alza para
vestir y matar. Ejércitos policiales, con armas cortas para el combate
urbano, nacionales, internacionales, falsas guerras, ONU (con sus pandas
mafiosas de soldados que controlan otros buenos negocietes), globalizadores
y todo lo que usted quiera. En verdad, éstas familias diseñadoras del orden
genocida mundial le han puesto "un bozal al corazón", como titula la
madrileña Belén Reyes su poemario (editado por Celya, Salamanca, 2002). Un
corazón humano más vampirizado que los chupasangres de la película "Blade II".
Al igual que la guerra es la guerra, como
dije en otro artículo, el negocio es el negocio. Dos conceptos fusionados
sirviendo altas cuotas de exterminio y disfrutando de protección que cotiza
en Bolsa.
Se plantea entonces una insumisión a un
orden social basado en la guerra y en la producción de armamentos. Orden
temático en este parque nodriza de imbecilidad que demuestra la claridad en
la que se actúa con inmunidad vital y acción directa fáctica. Economía
policial y guerrera que produce una hilaridad sin risas y una necesidad en
ese corazón semiextirpado de la eticidad humana.