Cuando
hacemos la crítica de las instituciones vigentes y recordamos los
indecibles dolores y los innumerables muertos que producen, nunca dejamos
de advertir que dichas instituciones son dañinas no sólo para la gran
masa proletaria, que por su causa vive hundida en la miseria, en la
ignorancia y en todos los males que de la ignorancia y la miseria se
derivan, sino también para la propia minoría privilegiada que sufre,
física y moralmente, en el ambiente viciado que ella crea, y que vive en
miedo continuo de la ira popular que haga pagar caro sus privilegios.
Cuando saludamos la revolución
redentora, hablamos siempre del bien de todas las personas sin
distinción, y entendemos que, cualesquiera que sean las rivalidades e
intereses personales o de partido que hoy las separan, todos debemos
olvidar los odios y rencores, y convertirnos en hermanos en el trabajo
común por el bien de todos.
Y cada vez que los capitalistas y los
gobiernos cometen un acto excepcionalmente malvado, cada vez que son
torturados inocentes, cada vez que la ferocidad de los poderosos se
desfoga en acciones sangrientas, nosotros deploramos los hechos, no sólo
por los dolores que directamente producen y por el sentido de justicia y
propiedad ofendido en nuestras personas, sino también por las
consecuencias de odio que dejan, por la semilla de venganza que meten en
el ánimo de los oprimidos.
Pero no se presta ningún oído a
nuestras admoniciones, antes bien son tomadas como pretexto para
perseguirnos.
Fragmento de un artículo publicado en
septiembre de 1900.
Traducción Redacción