Seguro
que fue en un momento de gran debilidad y desesperación por una
extraña convergencia entre lucidez y autocompadecimiento, cuando,
Francisco José I de Austria, en pleno campo de batalla, tras las
sonadas y clamorosas derrotas de Magenta y Solfiro, pronunciara la
célebre máxima que se le atribuye, aquello de "Dios creó
seres tan sumamente inútiles y desvalidos, que les hizo nacer Reyes
para que pudieran subsistir", pero ello no la hace desmerecer
nada, dada la verdad que contiene, aunque posteriormente su propio
artífice, más calmado, se hubiere arrepentido de pronunciarla.
Yo, no quiero decir nada. Pero
mientras ustedes se agobian por el paro, la drogadicción, los
accidentes en carretera, las guerras, el terrorismo, la globalización
y demás temas del telediario, pasa totalmente inadvertido en toda su
gravedad y alcance, un preocupante fenómeno que aumenta por momentos
en progresión geométrica y que, de no atajarse de inmediato, en un
futuro no muy lejano, cobrará magnitudes insospechadas de
consecuencias irreversibles para todos nosotros. Pero no sé por qué
oculta razón, a nadie, salvo a mí, parece importar y menos interesar
que se investigue y hable sobre ello, hasta que quizá sea demasiado
tarde, y sólo se le pueda poner remedio –si se deja- por métodos
drásticos y nada civilizados, como los que todavía hoy, para mi sano
y moderado entender, cabría emplear para solventar la incipiente
situación, entiéndase: vasectomía, esterilización, castración, y
cualquier otra medida médico-quirúrgica apropiada para cada caso.
Por si alguien no lo ha adivinado ya, me estoy refiriendo a la
multiplicación de entes, y no precisamente de los que se quejaba
Ockham, sino de naturaleza muy real, con nombres, apellidos y
títulos, muchos títulos, que, si bien siempre nos indignó que
vinieran en interminable hilera cual procesión surgiendo unos de
otros, ahora nos asusta la celeridad y prontitud con la que
últimamente se reproducen provocándonos la amarga sensación de
angustia, que en su día, probásemos con las escenas aterradoras de
las vainas gigantes y en un momento crítico, en el que muchos
albergábamos la esperanza de que en breve, de un modo incruento y
diplomático, podríamos ponerle punto final a ésta pantomima e
instaurar de nuevo la república y de paso retocar aquí y allá la
constitución, y solucionar todos los problemas de un plumazo. Pero
ahora... ¿Qué va a ser de nosotros?
Porque podría parecerles exagerado
y equivocado en mis alarmantes apreciaciones, aunque las matemáticas
no sean mi fuerte, haré el esfuerzo de emular al mismísimo Platón,
quien en su tiempo ya se ocupara del problema del Uno y lo múltiple
en su célebre Parménides, tanto en profundidad como en la
claridad de la explicación, para que también ustedes verifiquen y
anticipen, el peligro que nos acecha. Y así, les diré que yo solo
sé, que hace mucho, mucho tiempo, hubo uno que se fue, no volvió y
murió, dejando el conjunto vacío. Vacío que llenó sólo otro que
no debió ser uno, hasta que murió. Al tiempo, había otro que no fue
uno, porque estaba el otro, y también murió. Hasta aquí, podemos
decir, que todo trascurría con normalidad, de uno a otro, pero de uno
en uno. Hasta que a otro que no le tocaba ser uno, le impusieron como
uno, quien a su vez se había unido previamente a otra. Con lo que ya
eran dos. Y los dos, tuvieron tres. De los tres, dos van camino de
tener tres. Y aunque uno no tenga ninguno, ya piensa en una ninguna,
para traer otros tres. Así, en breve, los tres, con suerte, de
cumplirse los principios de la psicología familiar, traerán sólo
tres cada uno. O sea, nueve. Nueve que, con ellos tres y sus
respectivas parejas –sin contar amantes y bastardos, harán quince,
que sumados a los dos del principio hacen ¡Diecisiete!. Diecisiete
ejemplares que pertenecen a cuatro troncos familiares distintos, con
sus respectivas ramas y raíces, y así, lo que empezó siendo el
capricho de un feliz e inocente jardín, pronto se volverá una
frondosa y espesa selva repleta de molestas lianas, incordiantes
insectos, peligrosas fieras y voraces plantas carnívoras. La
progresión apuntada, a decir de los expertos, es de una altísima
fiabilidad, alrededor del 85%, luego, a corto plazo, como primeras
consecuencias palpables nos encontraremos que los medios de
comunicación escritos, necesitaran editar un desplegable para
reproducir la tradicional foto de familia del veranito mallorquín.
No lo creo, pero es posible que
todavía exista algún optimista neoliberal que sea de la opinión de
que se trata de un crecimiento sostenible. Pero sostenible ¿por
quién? ¿hasta cuándo? ¿Qué ocurrirá cuando, transcurridos pocos
años, la nueva generación siga el ejemplo de su antecesora, y la
siguiente haga lo propio, y así sucesivamente? ¡Dios mío! ¡Dios
mío! ¿Por qué nos has abandonado? No es preciso, haber leído a
Malthus, para saber que, de seguir así, pronto la sociedad entera, se
verá abocada a una catástrofe, sin parangón en los órdenes
político-económicos reinantes, aparte de que, nos quedaremos sin
provincias ni capitales con las que nombrar a los futuros príncipes y
princesas, condes y condesas, marqueses y marquesas, barones y
baronesas, vizcondes y vizcondesas, infantes, infantas, hidalgos,
excelencias, señorías... y no sé cuantos me dejo, pero no duden que
serán multitud. ¡Tantos! Que, a la vuelta de la esquina, podrían
convertirse en todo un contrapoder paralelo al gobierno legítimo de
turno, y representar un serio riesgo para el propio Estado, pues, al
margen del sobreentendido lastre presupuestario que, para las arcas de
Hacienda que se nutren de nuestros impuestos, suponen de continuo
todos ellos con su séquito de guardaespaldas, chóferes, secretarios,
jardineros, cocineros, tatas, personal de servicio y sus gastos de
vestuario, escolaridad, chequeos médicos, viajes, vacaciones,
vivienda, varios de representación, y lo que se les ocurra podamos
llegar a pagarles sin citar la nómina vitalicia y las múltiples
asignaciones y contra asignaciones que se vayan reflejando en el
simpático BOE..., digo que, aparte de dicho lastre, son una ágil
rémora que tenazmente se adhiere a los distintos resortes del aparato
y maquinaria del Estado, de tal manera, que si, un buen día, éste,
harto de la situación desearía poner fin a tan sangrante
circunstancia... no estaría en su mano el poder ejecutar tal
voluntad, más bien al contrario, aquella le estrangularía su
intención provocando un golpe encubierto, al que la ciudadanía y la
sociedad civil en su conjunto, no podrían hacer frente, primero,
porque no se percatarían de ello, y, segundo, por verse entera tomada
y usurpada en todos y cada uno de los puestos clave y estratégicos
como son la dirección de grandes empresas, la presidencia de ciertas
instituciones, cargos principales al frente de Museos, parques
naturales, grandes editoriales, hospitales centrales, dirigiendo
asociaciones, ONGs humanitarias, patronatos culturales, etc, que
estarían copados por un hijo, un hermano, un nieto, un primo, un
sobrino, un tío, un abuelo, un suegro, un yerno, una nuera, un
compadre, un ahijado y sus respectivas combinaciones, de quien le
tocase ser uno. Así es. Todo estaría excesivamente controlado por la
primera familia que ejercería de capo, fielmente auxiliada por las
tres familias recientemente emparentadas con ella, que harían las
veces de lugartenientes, las cuales se ocuparían más adelante de
consolidar, los negocios con las futuras nueve familias más de apoyo
que están por llegar al clan, de no salirles ninguno de los nueve,
como Alberto de Mónaco a Rainiero, y en su conjunto, sin demasiado
esfuerzo, trenzaría un retablo machihembrado de enormes proporciones
tan bien intricados en cada una de sus partes, que, llegado el caso,
estaría todo tan ligado que, de ser hoy algo superfluo y
prescindible, además de un ridículo estorbo para una sociedad
moderna de la Europa postindustrial del siglo XXI, habría pasado a
convertirse en algo consustancial a toda la realidad social, tan real,
tan real, que, de suyo, sería necesario mantenerles eternamente para
asegurarnos nuestra propia existencia.
Espero que ahora, entiendan,
comprendan, y compartan, tanto la actitud como el tono de mis
palabras, y que dé la voz de alarma, cuando todavía estamos a tiempo
de evitarlo, sin necesidad alguna de revoluciones, para que, lo que
acabo de advertirles, que no quiero para mi, ni para mis hijos, ni
para los hijos de mis hijos, ni para los nietos de mis nietos, suceda
nunca ¡jamás!
.Traducción Marta Negro