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Txalaparta. ¡Arriba jornaleros!.- José Miguel Gastón

Elogio del Cine

Germinal

Hoy, cada quince minutos, ocupa el pedestal de la fama una persona. Es decir, 4 a la hora, 96 al día, 2880 al mes y 34560 al año. Es lógico, por tanto, que, en tal vorágine, pocos recuerden hoy la existencia de un director de cine llamado Jean-Luc Godard que, en su momento, disfrutó no ya de ese cuarto de hora de gloria, sino de algunos más. Iconoclasta en su momento, los estrenos de sus películas despertaban, por igual, el entusiasmo de sus seguidores y las fobias de sus detractores. Todavía son recordadas en Madrid las escenas que se produjeron, en los años setenta, cuando el estreno de Je vous salue, Marie. Considerada irreverente por el catolicismo más integrista, los antecesores de Los Legionarios de Cristo se paseaban ante los espectadores que formaban cola en los cines Alphaville, templos de la progresía del momento y que deben su nombre, precisamente, a una película de este director, amenazándoles con variados castigos espirituales y físicos donde se encuentran.

Lejos quedan aquellos tiempos. Hoy, el estreno de su última película, Elogio de amor, no sólo no despierta tales encontronazos sino que, una tarde cualquiera de estos días de verano adelantado, apenas convoca a diez personas. Magra concurrencia para ver una película que merecería mayor atención. Porque Godard no es una persona que se haya quedado anclado en aquellas ya lejanas décadas, sino que, tanto en la forma como, por supuesto, en el fondo resulta mucho más actual que las propuestas reaccionarias, en todos los sentidos, de la mayoría de las producciones de Hollywood, por poner el ejemplo más evidente.

Resulta llamativo que, como otros veteranos realizadores, por ejemplo, el español Martín Patino, sus preocupaciones se hayan dirigido hacia cuestiones como la ficción y la realidad o el poder de las imágenes. Parece como si desde la atalaya que les proporciona su largo recorrido vital y experiencia y saber cinematográfico quisieran advertirnos de los inmensos peligros que entraña esta cultura en la que vivimos basada casi exclusivamente en imágenes, sin apenas otros referentes. En esta ocasión el realizador francés, ha trenzado una sugerente historia en la que la búsqueda de los actores idóneos para representar las cuatro fases del amor, no es sino un pretexto para indagar en la relación entre los deseos, lo que queremos y cómo no sabemos ver aquello que quizás tenemos ya.

La trama de la película resulta quizás demasiado complicada para quienes resulta ya un esfuerzo, casi al límite de sus posibilidades, unir dos sílabas una detrás de otra. En este caso, la incapacidad para desarrollar el esfuerzo que requiere la obra de Godard puede llevar al aburrimiento. No se trata de defender falsos intelectualismos o preferir, como hacía D’Ors, lo incomprensible. Se trata de ser capaz de disfrutar, y para ello hay que poseer algunas claves, con el trabajo de alguien que se siente capaz de utilizar el lenguaje de la imagen con la habilidad de quien lo conoce bien. Pero, también, de avisarnos de sus peligros.

Llenos de autosuficiencia existe una glorificación de la banalidad, de lo mediocre, una especie de síndrome "forrest gump", que nos lleva a rechazar todo aquello que exija un esfuerzo, que se salga de lo trillado. Da igual que, quien lo haga, tenga veinte o setenta años. Como en tantas otras cosas, la decadente sociedad occidental prefiere igualar por debajo. Como si una sociedad igualitaria tuviera que, ser cutre e ignorante por necesidad. Como otros, el director francés nos recuerda, y nos ofrece con esta película, una alternativa que merece mejor suerte.

 

Dirección y guión: Jean-Luc Godard.
Países:
Francia y Suiza.
Año: 2001 .
Duración: 98 min.
Interpretación: Bruno Putzulu (Edgar), Cecile Camp (Elle), Jean Davy (Abuelo), Françoise Verny (Abuela), Audrey Klebaner (Eglantine), Jérémy Lippmann (Perceval), Claude Baignières (Sr. Rosenthal), Rémo Forlani (Mayor Forlani), Mark Hunter (Periodista estadounidense), Jean Lacouture (Historiador), Philippe Lyrette (Philippe), Bruno Mesrine (Mago).
Fotografía: Julien Hirsch y Christophe Pollock.
Montaje: Raphaëlle Urtin.
Vestuario: Marina Thibaut.

 

Arriba. ¡LUCHA ANTIFASCISTA!

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