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Bolivia ¿Por el camino de Argentina?

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Conmoción social por impuestazo del gobierno

Sebastian Hacher

Cuando el presidente Sánchez de Losada se tuvo que retirar del acto por el aniversario del departamento de Oruro, quizás pensó que su suerte había comenzado a cambiar. El desfile cívico se había convertido en un virtual acto de protesta; los mineros habían detonado varios cachorros de dinamita cerca del palco oficial, como forma de demostrar su malestar con las nuevas medidas económicas.

Envalentonado quizás con el resultado del conflicto cocalero, había dado un discurso por cadena nacional, anunciando impuestos convulsivos al salario que van de entre el 4,2 al 10,3% y un rígido presupuesto para el año que comienza, atacando centralmente a la universidad.

La de los mineros es la primera manifestación pública, pero es solo la punta del iceberg; la COB (Central Obrera Boliviana) llamó a un paro y movilización, y todo el espectro político y social del país -desde las cámaras empresarias hasta el movimiento estudiantil- es un hervidero de reuniones, convocatorias y repudio al impuestazo.

El gobierno parecía fortalecerse por la forma en que logró hacer frente al conflicto cocalero, encerrando a los sindicatos campesinos en una mesa de negociación sin medidas de presión y con demandas cada vez mas devaluadas. Hoy parece, si lo comparamos con Argentina, mucho más cerca del comienzo del fin de De la Rúa que de los años "dorados" del menemismo. Así de rápidos son los tiempos en nuestro continente.

Esas viejas recetas

Usando una retórica conocida en Argentina Sánchez de Losada declaró que "Si asumimos el camino de la austeridad y responsabilidad yo creo que podemos superar la crisis económica", y que "Bolivia está en una encrucijada; si sigue gastando mas de lo que son sus ingresos, va por un camino seguro a la quiebra y el colapso económico, como sucedió en la Argentina".

El impuesto, contenido en el proyecto de presupuesto, sería aprobado automáticamente, gracias a un mecanismo conocido como "el rodillo parlamentario", como se nombra a la coalición parlamentaria que da mayoría segura al oficialismo.

Luego de seis meses de mandato, el gobierno ataca frontalmente, y de una sola vez, a sectores importantes de trabajadores (unos 500.000 según el Diario La Voz) y al sector que constituye su principal caudal electoral y social; la clase media urbana. Empujado por las recetas del FMI, con casi el mismo álgebra de austeridad fiscal a cualquier precio que intentaron aplicar en Argentina, el gobierno se juega ahora el todo por el todo.

El repudio al impuesto es generalizado y cruza toda la sociedad boliviana. Las primeras reacciones fueron de la clase media, que inundó los medios de comunicación con llamamientos de protesta, y de la Confederación Empresarios Privados, cuyo presidente declaró que "este tipo de políticas fueron incluso rechazadas por la administración de George Bush", como para dejar claro que están preocupados por la más que segura baja de las ventas, y que no han pegado un giro brusco para ponerse en contra del imperialismo.

Más moderado, Fernando Quiroga, de la Federación de empresarios de Cochabamba, opinó que al gobierno simplemente "se les fue un poco la mano...y puede provocar un problema bastante serio". Y si bien el problema, para los empresarios, es estrictamente económico, en un horizonte más que cercano pueden también vislumbrar un verdadero terremoto político.

Paro, movilizaciones y diálogos

La COB (Central Obrera Boliviana) llamó a un paro nacional y una movilización, como primer medida de lucha contra el nuevo ajuste. A la movilización sumarían diferentes sectores. La Federación de Docentes de La Paz y los estudiantes universitarios del todo país serán los primeros en definir su participación.

Según su ejecutivo, Saturnino Mallcu, las reformas presupuestarias son una irresponsabilidad que responde a las exigencias de los organismos internacionales para reducir el déficit fiscal en 5,5 % a fin de recibir nuevos prestamos y endeudar más al país. La central obrera, que venía apostando por un diálogo con el gobierno, se vió obligada a romperlo y adoptar medidas, en un contexto de malestar social extendido.

Las movilizaciones prometen ser masivas, alimentadas por un humor social que desgasta rápidamente a un gobierno que, a seis meses de asumirlo parece estar ya en las últimas vísperas. Las radios locales reciben cientos de llamadas de indignados oyentes de clase media que se quejan del impuestazo y la corrupción de los políticos. Los medios de comunicación, cuestionados por sus propios trabajadores por ceder a las presiones oficiales, han virado su línea editorial en 180 grados, convirtiéndose de la noche a la mañana en furibundos opositores.

Y, si bien el gobierno logró unir a la mayoría del país en su contra, cuenta con una sola ventaja; logró paralizar por el momento al sector mas combativo; el movimiento campesino. Luego de un conflicto donde no parecía haber una estrategia definida, con mesas de negociación que son presentadas por el gobierno como "meramente informativas" y por Evo Morales con "un gran triunfo", no está claro hacia donde va el movimiento. En el último ampliado de las seis federaciones del Trópico de Cochabamba, se impuso la posición de "erradicación voluntaria de la coca hasta llegar a una hectárea por familia", como forma de parar la erradicación forzosa y la militarización del Chapare. Las vigilias, mientras tanto, han "bajado la tensión" reduciéndose al mínimo. Y si bien todavía existe -y se nota en los discursos de los dirigentes de base- la dicotomía entre una base más aguerrida y un proyecto político más moderado del MAS, el conflicto campesino quedó desacomodado con respecto a la nueva situación abierta.

Ayuda militar vs. solidaridad internacional.

Junto con el liberalismo político, que aplica calcadas las recetas que el FMI impuso durante todos los 90 en la Argentina, la apuesta de la Embajada de Estados Unidos parece apuntar a una mayor militarización e intervención directa de la CIA en la región.

Además de la duplicación de la ayuda militar de Estados Unidos a 4 millones de dólares y del fondo de 91 millones para la "lucha contra la droga", Estados Unidos se propone crear una base antiguerrillera en el Chapare, como "forma de prevenir que el movimiento campesino se convierta en guerrilla", obviando que se trata de un movimiento de gran tradición sindical y de un país donde las guerrillas nunca han tenido mayor adhesión popular.

Junto con eso, el nombramiento de David Greenlee como nuevo embajador parece apuntar a darle la máxima jerarquía a la intervención militar en la región. Greenlee fue durante los 80 el principal hombre de la CIA en Bolivia, responsable de masacres de campesinos, como la de Villa Tunari en el 88, con 28 muertos y 50 heridos, muchos de los cuales quedaron inválidos de por vida, y de la nunca esclarecida "tragedia de Huachaca" que ligó a la CIA directamente con el narcotráfico.

Bajo el mote de la "lucha contra el narcotráfico", Estados Unidos viene enmascarando su intervencionismo político. Las reciente masacre de 18 campesinos en los últimos bloqueos, la violencia descarnada de la represión y la militarización como respuesta incluso "preventiva" contra las movilizaciones sociales, son quizás el prólogo de lo que se puede llegar a vivir aquí.

No es descabellado pensar que Bolivia puede estar siguiendo la misma senda que, en Argentina, estalló el 20 de diciembre del 2001. El presidente boliviano parece un Menem, aplicando la ortodoxia del FMI a rajatabla, con la misma base social que De la Rúa antes de su caída. La diferencia es que Bolivia viene de dos años de convulsiones sociales y enfrentamientos, desde la guerra del agua hasta los bloqueos de enero de este año, y un nuevo salto en la situación puede generar resultados insospechados.

Si se acercan horas definitivas en Bolivia, los ojos conscientes y solidarios de toda Latinoamérica deben mirar al altiplano; la solidaridad internacional es vital para frenar nuevos intentos de regar nuestro suelo con sangre de compañeros.

Extraído de La Haine


Arriba lucha antifascista

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