Mariano Cereijo Gelo
(consultor ambiental y
ecologista español)
Apuntes y deducciones de la
brillante conferencia del agricultor canadiense Percy Schmeiser (Estelí –
Nicaragua, 5 de noviembre de 2002)
Lleva más de medio siglo de
agricultor, en la zona oeste de Canadá, donde vive con su esposa y sus cinco
hijos. Antes de que apareciera por su vida una de las multinacionales más
oscuras y poderosas del mundo, MONSANTO, en sus tierras brotaban la canola,
la cebada y el trigo. Conserva él esa práctica ancestral, popular y
solidaria de guardar y compartir sus propias semillas, con los colegas
campesinos. Millones de agricultores en el mundo lo hacen cada día. Trabaja
también por que se respeten los derechos de agricultores y campesinos. Por
eso, a sus 71 años, ha sido representante en el parlamento y en diferentes
organismos regionales.
Percy está de gira por
diversos países latinoamericanos. Viene a narrar todos los detalles de la
batalla legal que está manteniendo con MONSANTO. Para que los agricultores
del mundo entero, puedan conocer las interioridades y las sorpresas que les
esperan, si aceptan comprar y cultivar semillas transgénicas. Por lo menos,
que conozcan esa cara de la moneda, ocultada, maquillada y enterrada por los
intereses de unas cuantas multinacionales.
El caballo de Troya en los
campos de todo el mundo.
Los cultivos transgénicos,
fueron publicitados como el milagro genético que iba a salvar al mundo de la
pobreza y de la miseria. Semillas con genes nuevos, capaces de producir
mejores cosechas, requerir menos agroquímicos, proporcionar alimentos mejor
vitaminados, o crecer en zonas secas y extremas.
Desde el rabo hasta el
hocico, el Caballo de Troya transgénico era bello y reluciente. Semejante
monumento ecuestre, debía penetrar en las fibras sensibles de los ciudadanos
y políticos del mundo. También en los números y en las cábalas de los
agricultores.
Con el paso de los años, la
realidad perifoneada por multitud de movimientos sociales difuminados por
todo el mundo, ha ido derrumbando cada uno de estos pilares. A una buena
cosecha de alimentos transgénicos, le sucede otra destruida o diezmada. Si
hay un agricultor que ha disminuido la cantidad de herbicidas, hay otro que
se ha hipotecado con el banco para poder comprarlos.
A estos chascos, han ido
floreciendo otros argumentos que han situado a los cultivos y alimentos
transgénicos en una de la más movidas y zarandeadas telas de juicio. Me
refiero a los ya reconocidos riesgos para la salud humana, o también, a los
problemas y conflictos ecológicos y éticos.
Al caballo impecable del
principio se le empiezan a ver heridas de espuela. Sus piernas flaquean.
Aquel impresionante corcel ha perdido el romanticismo. Envejece rápidamente.
Como su compañera de noticieros y conferencias universitarias, conocida como
Dolly. Descanse en paz. Poco a poco, se ha ido conociendo la realidad que
alberga y guarda sigilosamente su interior canceroso. Su fundamento
exclusivo, su único motivo de existir, respirar y trotar por los campos del
mundo entero: Las patentes.
Un cultivo transgénico es
propiedad de la multinacional, laboratorio, universidad, etc... que lo crea.
Por lo tanto, cualquier uso de dicho cultivo, está sometido a las leyes
sobre patentes, y a las condiciones y precios establecidos por su
propietario.
El nuevo status quo
transgénico-empresarial.
El Sr. Percy Schmeiser,
relató en su conferencia, algunos de los puntos del contrato que MONSANTO
hace firmar a los agricultores, que optan por utilizar las semillas
transgénicas.
Quien lo hace, se compromete
a no utilizar otras semillas distintas a las de MONSANTO. Además,
está obligado a comprarle el herbicida a la misma multinacional.
Curiosamente, este herbicida es el único que funciona con las semillas
transgénicas. Dicho de otra manera, MONSANTO ha introducido una cerradura en
la vida de las semillas, que solo se abre con una llave que vende la misma
multinacional. Mediante esta quimérica técnica, el monopolio se consolida,
el negocio se duplica y la dependencia del agricultor se agrava.
Sin saber el porqué, el
agricultor debe permanecer en silencio sin poder divulgar las
cláusulas del contrato. Además, si incumple cualquier cláusula, puede
enfrentar a los sofisticados equipos legales de MONSANTO en los
tribunales.
Tiene que pagar, a modo de
licencia, 40 dólares por hectárea. (El costo del herbicida es de 20) y,
además, paga en semillas 45 dólares por hectárea.
El total es de 105 dólares por hectárea y año, cuando anteriormente,
el costo era de aproximadamente 30 dólares. En herbicidas solo
gastaba 8 dólares, frente a los 20 que paga ahora. Es así, como MONSANTO
fija los precios, aprovechando las condiciones contractuales y la
dependencia de los agricultores.
Aceptar las condiciones de
estas multinacionales, significará perder el control sobre su producción;
ya que el objetivo final de estas empresas, no es otro que el de
apropiarse, dominar y manejar la soberanía alimenticia de cada
pueblo, comunidad o país. Además, la agricultura transgénica a gran escala,
arriesgará la diversidad y variedad de semillas tradicionales
utilizadas por los agricultores. Por lo que necesariamente, éstos tendrán
que recurrir obligatoriamente a las semillas transgénicas y a sus
multinacionales.
Una vez controlada la
producción y creada la dependencia, el próximo paso del imperialismo
transgénico, podría ser la distribución y venta de los cultivos. Los
contratos incluirían una cláusula, donde obligarían al campesino a vender
sus cultivos a la propia multinacional. Lógicamente, ésta establecería los
precios más convenientes, ¡no para el campesino!, sino para la propia
multinacional. Entraríamos en una época de "feudalismo parcial", donde las
multinacionales suministrarían las semillas y los agroquímicos, para acabar
comprando y vendiendo los cultivos. El agricultor y sus tierras se
reducirían a un burdo eslabón en toda esta cadena.
Aquel agricultor que no
resistiera las condiciones económicas establecidas por las multinacionales,
acabaría sucumbiendo a éstas y a los bancos. Perdería sus tierras.
Probablemente a favor de las multinacionales. Llegaríamos a una fase de
"feudalismo total", y por supuesto, a un monopolio de la ¡alimentación! La
tierra, las semillas, los insumos, la tecnología, la producción y la venta
pasarían a manos de la multinacional. El agricultor lo perdería todo. Ya no
sería independiente. Dependería. En el mejor de los casos, sería contratado
por la multinacional para trabajar las tierras. Posiblemente a cambio de
salarios y condiciones deleznables y patéticas. Reincidiríamos en las
terribles relaciones entre el norte y el sur, aumentando la distancia entre
ambos.
Unido a medidas políticas
(Algunas de ellas ya estipuladas en el ALCA o en Tratados de Libre
Comercio), a través de políticos vendepatrias, con el fin de ahogar
al pequeño agricultor resistente a las nuevas fórmulas y doctrinas
neoliberales, acabaría en el mono u oligopolio de la alimentación. Las
multinacionales controlarían el mercado y dictarían las condiciones. Las
propias leyes que liberan el mercado, provocarían una dictadura en
el mercado de la alimentación.
Este proceso, podría
acelerarse debido a la fuerte oposición por parte del consumidor a los
cultivos transgénicos, palpable sobretodo en Europa. Ante un agricultor
reacio a cultivar transgénicos, debido al rechazo por parte de la sociedad a
este tipo de alimentos, las multinacionales deberían buscar nuevas fórmulas
y soluciones para dar salida a los cultivos transgénicos.
El control sobre el mercado,
aparte del beneficio económico y del poder que ostentaría dicha
multinacional; podría significar la herramienta definitiva para dar entrada
libre a los transgénicos en cualquier sitio. Los lobbies, la OMC, los
políticos corruptos, las agendas neoliberales y el poder mediático, harían
el resto.
Todos los que comemos para
vivir, nos veríamos obligados a tragar las condiciones y los precios
establecidos por cuatro extraterrestres de Wall Street. Podríamos degustar
maíz transgénico atiborrado de pesticidas, insecticidas y herbicidas; sin
poder elegir unas condiciones mejores.
Las consecuencias derivadas
de la dependencia hacia las multinacionales, el emergente imperialismo
agrícola-transgénico, y los elevados precios de sus semillas, herbicidas,
licencias, etc...; desembocarían en una situación de agonía y crisis para
los agricultores. Muchos de éstos se verían arruinados y atrapados.
Obligados a dejar el campo y emigrar hacia las ciudades. Allí se
establecerían en barrios periféricos, conformando nuevos círculos de
pobreza, que traerían consigo más miseria, desempleo, exclusión, etc...
Vender agua helada en las calles o hacer de limpiabotas por los mercados,
sería el futuro para sus hijos.
Todos estos datos, derrumban
una de las teorías esenciales y angulares, esgrimidas por las
multinacionales en sus campañas publicitarias: El beneficio económico.
Pero a las connotaciones
económicas, se suman impactantes e impresionantes consecuencias sociales y
estructurales. Es por eso, que la lucha contra el colonialismo transgénico y
sus multinacionales, también debe ser impulsada y arropada, por otras ONG’s
y asociaciones que actualmente trabajan por el desarrollo de los pueblos.
Cualquier omisión de éstas, puede ser entendida como una contradicción grave
respecto a sus principios y objetivos.
Policía Genética: el brazo
represor de MONSANTO.
Percy, también detalló las
medidas "policiales" y psicológicas, empleadas para llevar un control sobre
los agricultores. MONSANTO ha creado su propio ejército (Policía Genética),
que intimida a los agricultores y vigila los campos de cultivo, en busca de
cualquier pesquisa que pueda ir en contra de sus intereses.
Percy explicaba, que,
generalmente, los miembros de la policía genética no son novatos, sino
experimentados expolicías. Ante cualquier sospecha, realizan verificaciones.
Lo primero que hacen es irrumpir sin autorización en los campos y
propiedades del agricultor. Recogen muestras sin permiso de éste. Y lo
intimidan aludiendo fuertes sanciones ante un tribunal.
Esto es práctica común en
agricultores que han firmado el contrato, y también en aquellos que no lo
han hecho. A los primeros, por si han incumplido alguna cláusula del
contrato, y a los segundos, por si están utilizando semillas transgénicas
sin autorización.
Cuando los casos avanzan, se
remiten cartas a otros productores, explicando los pormenores de las
denuncias a los agricultores que supuestamente han infringido el contrato.
De esta manera, se logra "avisarlos" y amedrentarlos.
También se han creado líneas
telefónicas para que agricultores serviles y comehuesos, denuncien a
sus compañeros si consideran que éstos han infringido alguna condición del
contrato. Todo este abanico de chantajes, controles y amenazas, han
ocasionado efectos psicológicos muy negativos, tanto para los productores
como para las familias de éstos. |