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Hablando del hombreGerminal |
GerminalComo en muchos otros órdenes de la vida, queremos cuadricular las películas. De ahí que se hayan creado los géneros: aventuras, dramas, del oeste, bélicas, de acción, etc. y (permítaseme la licencia)... comedias. Este último es un gran saco en el que entran cintas del más diverso pelaje. Lo mismo cabe un roto, como el último trabajo de Steven Spielberg, Atrápame si puedes, como el descosido de Un hombre sin pasado del finlandés Aki Kaurismäki, un director que ya había llamado la atención hace unos años con La muchacha de la fábrica de fósforos (1989), la desesperada historia de una muchacha que termina siendo una asesina para vivir. Ahora, en un nuevo giro de tuerca, nos presenta esta película en la que nos describe el lado ”bueno” del hombre.Junto a los narradores de grandes gestas épicas, hay otros directores que han centrado su atención en el individuo, en el hombre -o la mujer-, y que me perdone el lector que no utilice yo esa vergonzante fórmula de hombres y mujeres, compañeros y compañeras, etc. Algunos de ellos han sido John Ford, Orson Welles o Basilio Martín Patino, pero a ninguno de ellos se parece tanto Aki Kaurismäki como a dos cineastas mucho más cercanos en temperamento y geografía: Robert Bresson y Carl T. Dreyer. Sobre todo porque, además de las preocupaciones, le emparejan a ellos la economía de lenguaje, de decorados, de actores que convierten, como alguien ha escrito, a sus películas en “nulas” al lado del “minimalismo” de los autores citados. Frente al nihilismo de La muchacha ..., Aki ahora nos presenta una historia que es un canto de esperanza. El protagonista no necesita ni matar ni suicidarse. Todo lo contrario. Llevado a una situación límite, es su esfuerzo personal, sus ansias por salir de la terrible situación en la que se encuentra, la que le va a convertir en un “hombre nuevo”. Porque la pregunta que nos plantea esta película es la de si es posible en esta sociedad la existencia de hombres que no se identifiquen con sus principios de competitividad, de latrocinio e insolidaridad. Que vivan al margen de ellos, aunque, incluso, les niegue la propia realidad de su existencia. En este sentido, es ejemplar la escena del astillero, en el que el soldador más eficaz, nuestro protagonista, no puede trabajar porque carece de cualquier documento que acredite su personalidad. En los tiempos que corren, en los que el nuevo fascismo norteamericano se apresta a cometer su penúltima agresión (que seguro se habrá consumado cuando aparezcan estas líneas) resulta reconfortante que nos recuerden que es en los márgenes de esta sociedad en donde es posible encontrar ideas nuevas, la solidaridad. No es en los señuelos que nos marcan en dónde está el futuro, sino precisamente en quienes le resultan incómodos, en los que son considerados deshechos. Son ellos quienes tienen algo que ofrecer. Un hombre sin pasado es una llamada esperanzada a las actuales generaciones, un grito que nos avisa que es posible un mundo diferente; un mundo en el que no importan las etiquetas que tengamos, sino en lo que hacemos y cómo salimos de situaciones tan terribles como en la que se encuentra el protagonista.Una historia contada con una economía de medios insólita. Ahorro que no significa ni pobreza de intenciones ni carencias narrativas. Todo lo contrario, Un hombre sin pasado es de esas películas de las que uno sale diciendo qué fácil es lo difícil. Aunque tampoco hay que pensar que no es posible vivir en otro mundo diferente al que vivimos. Como se ha dicho muchas veces en la historia, ante las negras perspectivas que se avecinan, seamos realistas y pidamos lo imposible. Lo imposible es seguir viviendo bajo los designios de personajes tan siniestros como Bush, Aznar y los inversores españoles que invierten en el patio trasero del amigo americano y ponen el suyo que contentarle. Kausrismäki nos recuerda que en la peor de las situaciones es posible la esperanza. Pues eso. |
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