De la dominación masculina

Beltrán Roca Martínez

"Padre e hijo iban en coche a un partido de fútbol. Al cruzar un paso a nivel se les caló el motor. Se oyó el distante silbido del auto, pero, atolondrado por el terror, no lo consiguió. El tren, lanzado a gran velocidad, alcanzó al automóvil. Una ambulancia, llamada a toda prisa les recogió. De camino al hospital el padre murió. El hijo llegó vivo, aunque en estado crítico, y requería intervención quirúrgica inmediata; se le condujo sin demora al quirófano de urgencias. El cirujano de guardia esperaba encontrarse con otro caso de rutina, pero al ver al muchacho empalideció y con voz cortada gimió: No puedo intervenirle, es mi hijo".

La solución a este acertijo de Hofstadter es que el cirujano era su madre. El lenguaje no es neutro, al igual que las palabras no son inocentes. Las palabras y el lenguaje, si no son culpables, al menos son cómplices. Usualmente caemos en la falacia de pensar que el lenguaje, si es machista, es porque refleja la realidad social. Esto es una verdad a medias, o una media mentira. Como dice Jesús Ibáñez, "entre el lenguaje y la sociedad hay una causalidad circular: la sociedad determina el lenguaje y el lenguaje determina la sociedad. No se puede analizar, ni cambiar, la sociedad sin analizar, ni cambiar, el lenguaje".

El término neutro "hombres" no es neutro, designa tanto al conjunto (hombres y mujeres) como a la parte valorada del conjunto (el sexo masculino), pues, estando una parte valorada y otra infravalorada, el término pierde toda su neutralidad. La palabra persona sí es neutra pero no quiere decir nada, o mejor dicho, quiere decir nada (en distintas lenguas se utiliza para designar nada). Los símbolos que empleamos están envenenados, y al usarlos perpetuamos el envenenamiento, ¿cómo salir de la paradoja?.

Tendremos que distinguir entre sexo y género para una mejor comprensión del problema. Cuando hablamos de sexo, nos referimos a las diferencias biológicas o anatómicas entre la mujer y el hombre. Al hablar de género nos referimos a las aptitudes, cualidades, capacidades, valores, ideas, etc. Que asignamos a cada sexo culturalmente. El género es por lo tanto, la construcción social o cultural basada en la diferencia biológica.

La socialización en el género es el proceso mediante el cual aprendemos los roles asociados a nuestro sexo. Esta socialización se ejerce desde incluso antes de nuestro nacimiento, como ponen de manifiesto numerosas investigaciones. Los agentes socializantes más comunes son la familia, los medios de comunicación y la escuela, hay muchos más, lo cierto es que toda institución, todo grupo es, en cierta medida, socializante.

La poderosa fuerza de nuestra (hablo como hombre) dominación sobre las mujeres reside en esta socialización o enculturación, que se realiza, sobretodo, con el cuerpo. Esto lo explica bien Pierre Bourdieu. La acción de formación que opera en la construcción social del cuerpo sólo adopta muy parcialmente la forma de una acción pedagógica explícita y expresa. La socialización pone límites sobre la totalidad del cuerpo: aprender a vestir, a sentarse, a estar, a andar, etc. de acuerdo con nuestro género. La moral femenina se impone sobretodo a través de una disciplina ininterrumpida, recordada en todo momento por la presión sobre las ropas o la cabellera. Las mujeres permanecen encerradas en una especie de cercado invisible (del que el velo o la famosa burka es sólo la manifestación más visible) que limita los movimientos de su cuerpo, mientras que los hombres ocupan más espacio con su cuerpo. Ya sea el burka o la minifalda y lo! s tacones, nos encontramos ante una brutal colonización del cuerpo de la mujer. Ingenuamente solemos pecar de etnocéntricos cuando dejamos dirigir nuestra mirada hacia las formas menos sutiles de dominación, como los totalitarismos o la mujer islámica. No debemos olvidar que, en nuestras sociedades "avanzadas", esa dominación es aun peor, por el hecho de ser inconsciente y latente. Lo cierto es que la violencia ejercida sobre la mujer de hoy es inigualable: cumplir con las expectativas del mercado laboral a la vez que las labores domésticas, tener un cuerpo diez (que exige un infructuoso y eterno estado de dieta), agresiones físicas por parte de maridos ¿enfermos?, mayor pobreza, mayor tasa de desempleo, mayor precariedad, etc. (aunque eso sí, poseen una mayor esperanza de vida como bien notó aquel ex-ministro).

También considero relevante recalcar que, como toda dominación, la dominación de género revierte sobre aquel que la ejerce. Esto se traduce en altas exigencias que los varones se aplican a sí mismos. El hombre sufre una fuerte tensión al tener que mostrar constantemente su virilidad. La virilidad entendida como capacidad reproductora, sexual y social, y como capacidad para ejercer la violencia, es fundamentalmente una carga.

Por todo esto, es absurdo pensar que una simple toma de conciencia del problema basta para ponerle fin. Al estar estos condicionamientos tan profundamente interiorizados, encarnados, incorporados, la labor re-socializadora no parece tarea factible si no es mediante un proceso de "dehistorización de la historicidad". No será sino en el transcurso de muchas, de muchísimas, generaciones, y gracias a la actividad y presión de los grupos subversivos (feministas, anarquistas, gays y lesbianas, etc.), como se podrá poner fin a esta dominación.

Otro error frecuente es el del economicismo reduccionista que postulan algunos, especialmente los marxistas. Éstos explican la dominación sobre la mujer en términos estrictamente económicos. Según el enfoque marxista, basta con la conquista del poder por parte de la clase obrera para poner fin a todos los tipos de dominación. Esto es completamente falso. El campo de la dominación masculina es extraordinariamente autónomo, al igual que nuestros abuelos libertarios desconfiaron de la Revolución Rusa, pues vieron que el comunismo a secas no bastaba para poner fin a la dominación política, debemos desconfiar de aquellos que afirman que la lucha por la emancipación de la mujer está supeditada a la lucha de clases. Es perfectamente pensable un capitalismo sin dominación masculina y un comunismo con dominación masculina.

Pero, a pesar de todo, no estoy defendiendo una separación radical de los campos de lucha. La subversión se realiza en todos los frentes, tradicionales como el sindical, mujer, etnia, vecinal, homosexuales, vivienda, animales, música, presos, etc., y también en campos inexplotados, ¿por qué no?, como la tercera edad, las infraclases, las fiestas populares o lo que se nos ocurra. Aunque debo matizar la prioridad del campo laboral por ser, hoy por hoy, el que afecta a un mayor número de personas y ser el más "fructífero". La lucha se debe realizar en todas las esferas de la vida social, cierto, pero eso sí, no podemos obviar que una coordinación entre los grupos de los diversos grupos se hace imprescindible. Por ejemplo, digamos que un grupo pro-presos realiza un acto que requiera gente, los militantes de las demás organizaciones deben acudir, lo mismo para una huelga de trabajadores.

Todo esto conecta con el concepto de hegemonía de Gramsci. El espacio social está dividido en campos (vecinal, ecologista, laboral, científico, etc.), esos campos son escenario de pugnas intestinas por el poder. Quien controle los campos considerados más importantes para la sociedad en cuestión, llamados "arenas políticas", tendrá la posición hegemónica. Obviamente para nosotros no se trata de conquistar el poder, sino de subvertirlo, de erradicarlo (o en su defecto, limitarlo tanto como nos sea posible), pero el enfoque de luchar en diferentes campos puede ser de gran utilidad. Ahora bien, cooperando entre los distintos campos para construir un proyecto y una estrategia común, y para aunar fuerzas si queremos subirnos en este carro de "modernidad acelerada" que pasa ante nuestros ojos dejándonos inmóviles.

Arriba lucha antifascista