Vicisitudes del Plan América |
Redacción |
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Dick Cheney, Secretario de Defensa con George Bush padre, en 1990 durante la Guerra del Golfo, buen conocedor de la entente aliada de entonces, sobre todo en el costado árabe, parecía el hombre más capacitado, ahora, para una gira de convencimiento cerca de aquel mundo, con vistas a la preparación de un ataque militar masivo contra el primero de los miembros del "eje del mal", el Irak de Sadam Hussein. Tendrían, seguramente, los USA sus dudas respecto a la posición de los jeques, pero, también seguro, que no esperaban una negativa tan rotunda a sus planes, no sólo por parte de aquéllos, sino también por la de otros estados de la zona. Y ello obliga a reflexionar sobre la objetividad de los datos en juego, en el actual damero mundializante. Quede sentado, de entrada, que la mil y una veces aludida "cruzada internacional contra el terrorismo" no es otra cosa que una excusa para prevenir y promover la defensa a ultranza del sistema capitalista, en un momento de cambios orgánicos cualitativos, acompañados de disfunciones internas de considerable entidad. Quede también claro que la alternativa al sistema capitalista, desde la que éste puede sentirse amenazado, no es otra que la posibilidad de una revolución social de nivel planetario, y esto, indudablemente, justifica la cohesión inquebrantable de todos las naciones capitalistas, incluidas las de capitalismo de estado, frente a esa amenaza común. Y aún otro factor debe admitirse de entrada, a saber, que, en general, los diferentes miembros de esa cohesionada entente no le hacen asco ninguno a que un elemento adelantado de la misma, en este caso los EE.UU., a título de "primus inter pares", asuma la iniciativa de la tal cruzada. Pero las variables del cuadro no se agotan simplemente en estos hechos, ya que ese elemento hegemónico que se erige en "gendarme universal", junto a la tarea de defensa omnímoda del capitalismo a la que todos asienten, desarrolla también la función, difícilmente separable de su condición de guía, de barrer para casa y proceder a la conquista de posiciones, en primer término, ventajosas para él mismo. No es, como creen algunos analistas, que los USA carezcan de planes a largo plazo. Seguramente, los tiene más definidos que ningún otro componente de la entente. Lo que ocurre es que su "política oriental" y más concretamente asiática , hasta ahora el único escenario visible de su lucha "antiterrorista", está más inmediatamente vinculada a planes geoestratégicos concebidos, en primer término, desde sí mismos como potencia militar y económica, y aquí radica el "unilateralismo" de que lo acusan sus aliados de la entente. Dentro de la tensión que supone la fricción entre estos dos aspectos de la dinámica americana, todos los componentes de la alianza tienen muy claras las prioridades: la prioridad absoluta es la actitud antisubversión del sistema. Esta es intocable y respetable a ultranza por todos, y, desde ella, es radical, activa y físicamente debelada toda acción u omisión de carácter físico o moral que el sistema pueda sentir como vitalmente peligrosa. Para aquellas, en cambio, que no afecten al sistema en cuanto tal y sólo contradigan la estrategia de algún estado miembro concreto, incluido el hegemónico, aun cuando revistan material y externamente todos los caracteres de "terror", incluso, en vía comparativa, extraordinariamente acentuados, ya se tiene otro tipo de tratamiento. Este fue el caso del "no" a Cheney, con su consecuencia de "aplazamiento" de planes, a la espera de eventuales coyunturas más propicias. Aquí el sistema no peligra en absoluto, sólo se trata de la creación de un estado más dentro del mismo sistema y cuya constitución, por otro lado, se contempla como un método de eliminación del activismo socialmente extremista cooperante en el seno del movimiento previo a la creación del tal estado. Este es, por ahora, el caso de la causa palestina, defendida, en estos términos, por los señores del petróleo, a partir de cuyo excedente y ya desde los 70 del pasado siglo, se produjo la lubricación de las multinacionales para la financiación de la expansión financiera, la conversión de aquéllas en organismos internacionales, la estrategia del megaendeudamiento externo por el Tercer Mundo, las privatizaciones, los paraísos especulativos, la seguridad político-militar de la inversión, los nuevos métodos represivos y de disciplinamiento social, en fin, el "nuevo orden". El caso Cheney, sin embargo, da pie también para reactualizar más reflexiones hacia la consideración clarificada de otros matices y variables constitutivos de la globalizante situación actual, así como para adelantar nuestra prospectiva analítica sobre una globalización capitalista ya consolidada. Para explicárnoslo, podemos indagar en datos ya actuales que proyectan luz sobre el estado de la cuestión de las fricciones que, dentro del consenso globalizante, se producen entre los diversos grupos capitalistas. De entrada ya, hay que partir del convencimiento de que, tomando como base la legislación antitrust histórica, es difícilmente pensable un cártel universal que dirigiera la totalidad de la producción mundial, y, aunque pudiera serlo, su funcionamiento distaría de ser un funcionamiento uniforme, estable y armónico, sin antagonismos dialécticos internos y sin sucesiones alternativas ofertantes de proyectos nuevos y hasta contradictorios con los anteriores, donde el concepto de beneficio privado no dejará nunca de estar presente. Sin ir siquiera a la distancia de un cuarto del presente siglo, ¿cómo es la situación actual a este respecto? Dejamos a un lado el intocable consenso de la TRIADA de bloques en lo que respecta a la cerrada actitud antisubversión del sistema. En cambio, en cuanto a la individualidad de los intereses de cada bloque y sus recelos acerca de los movimientos de sus compañeros de TRIADA, no parece que pueda caber duda alguna. Un ejemplo claro lo tenemos en lo que tiene de tajante la actitud europea de rechazar la oferta americana de disfrute de su sistema de control espacial, y el acuerdo de llevar a término el proyecto Galileo, su propio sistema de control espacial de naves y satélites, sobre todo teniendo en cuenta la decisiva importancia que este área va a tener en un futuro muy inmediato. Otro ejemplo claro lo ofrece el campo de la competencia económica, donde, actualmente y por encima de su aceptación común de la Organización Mundial del Comercio (OMC), vemos enzarzados a los USA con la UE a propósito de cuestiones proteccionistas y arancelarias (acero, textil, cítricos...). Sin duda, tanto los unos como los otros aceptan unánimes las directrices económicas de John Williamson para el desarrollo, a saber, subordinación del papel del Estado al del mercado, liberalización de los tipos de cambio, de interés y de inversiones extranjeras directas, disciplina fiscal, máxima participación posible en intercambios internacionales y en la promoción del comercio exterior; privatización de las empresas públicas; consideración del progreso social no como una prioridad, sino como un resultado del crecimiento económico; garantía absoluta de los derechos de propiedad privada, y afirmación de que sólo existe un modelo racional de desarrollo. Y también están de acuerdo en que se precisa, junto a la coalición internacional contra el terrorismo, una coalición internacional contra la pobreza, y en que, como dijo Bush en Monterrey, "la prosperidad de los países pobres podría desalentar al extremismo y contribuir a reducir la desesperanza que alimenta el terrorismo en el mundo". Cada uno a su manera y de palabra. Los hechos son que, en la última década se ha disminuido en un 20% la ayuda al Tercer Mundo, y hace ya 30 años que los países se vienen proponiendo reducir la pobreza del mundo a la mitad, por medio de su mercantilización. Ahora, por ellos que no quede, se lo proponen una vez más, en el papel mojado de la última cumbre milenaria de Monterrey. El hecho es que, dentro de aquel consenso general aludido, sigue la lucha económica entre los bloques que se refleja en las estadísticas: los USA cubrían el 54% del producto Mundial Bruto en 1960; de aquí pasó a cubrir el 44% en 1974 y el 40% en 1996. Ello ya había obligado a dar la voz de alarma en la época de Reagan, lo que promovió el experimento neoliberal y la reducción drástica de los impuestos en USA, llegándose, así, a la era Clinton, en la que éste, como alimentando una cruzada interna, da la voz de ánimo, alentando a multiplicar la competencia frente a los otros bloques, al decir que " USA es una gran empresa en la economía mundial". Como Karina Moreno Otero señala en su trabajo Imperialismo económico y desarrollo, "la globalización es el signo omniexplicativo de los tiempos que corren", y es igualmente verdad que, como "discurso único", propone el fin de la historia, la posmodernidad y la desaparición del Estado-nación. Trae consigo la 3ª revolución tecnológica, en el campo de la microelectrónica. la informática, la robótica, el láser y la biotecnología, y, dentro de ella, sus nudos problemáticos moviéndose como globalización financiera, nueva fase del capitalismo y avance tecnológico. Y es en este campo donde, como analíticamente aventura Inmanuel Wallerstein, los ciclos rotativos de los bloques van a seguir dándose, con la diferencia de que, ahora, serán los ciclos definidos por Kondratieff, que, en su fase A, durarán de 50 a 70 años, y, en su fase B, ante monopolios agotados, sobrevendrán períodos de relocalización de productos y lucha por el control de los eventuales nuevos monopolios. El mantenimiento de éstos requerirá una fortísima financiación para devenir en declive relativo y dar lugar a una nueva lucha por la sucesión. De forma más inmediata que los precedentes análisis a largo plazo, los analistas predicen ya que el debilitamiento hegemónico en lo económico, que arriba se apuntaba, se acentuará para los USA con la recesión. La hegemonía pasará, así, al Japón, quien hará entente con USA para complementar sus carencias. Queda la pregunta en el aire de si China adherirá a este eje Japón-USA, al par que Rusia se adherirá progresivamente a la UE. En cualquier caso y valgan lo que valgan estas predicciones de los analistas, lo que queda claro es que, junto al consenso antirrevolución, en el campo del capitalismo no sólo se mantendrán sino que se seguirán acentuado contradicciones de signo mortal. |