¿Cuántas
veces puede la institución financiera más poderosa del mundo -el
Fondo Monetario Internacional- cometer el mismo error? La
respuesta parece ser: tantas veces como quiera. Mientras Argentina
titubea al borde del impago de su deuda externa de 150 mil
millones de dólares, y su ministro de economía Domingo Cavallo
recorría el mundo tratando de convencer a los mercados
financieros de que no va a ocurrir lo inevitable, existe una
extraña familiaridad con la secuencia de los hechos.
Retrocedamos a Noviembre de
1998: la moneda de Brasil estaba altamente sobrevalorada y la
mayor parte de economistas esperaban que el tipo de cambio fijo
con el dólar se desmoronara. Entró en juego el FMI y se acordó
un paquete de "rescate" de 42 mil millones de dólares
en préstamos, así como la habitual aplicación de sanguijuelas
para extraer la sangre al paciente: tipos de interés por las
nubes y recortes presupuestarios, que garantizaran un enfriamiento
de la economía y que el peso del ajuste recayera en los más
pobres.
En dos meses el real brasileño
se hundió de todos modos, dejando al país sin nada que aportar
al plan del FMI, excepto un montón de deuda externa y una
economía atrasada.
Argentina podría seguir un
camino similar. Los argentinos dolarizaron su economía hace una
década, con el objetivo de poner fin a un período de gran
inflación.
Pero los tipos de cambio fijo
tienen desventajas, y Argentina se ha topado con las peores en los
últimos años. Si el dólar estadounidense aumentaba su valor, el
peso argentino tenía que hacer lo propio. Cuando la Reserva
Federal subía los tipos de interés en los Estados Unidos, los
tipos de interés Argentinos también tenían que subir, incluso
cuando su economía se encontraba ya en recesión. Cuando la
moneda de Brasil se desmoronó, las exportaciones argentinas a ese
país pasaron a ser inaccesiblemente caras.
Todo ello representa la peor de
las pesadillas para un ministro de economía: una moneda
sobrevalorada y un tipo de cambio fijo que muchos inversores creen
no poder soportar. El Estado debe prestar a un interés incluso
mayor, a causa de los riesgos crecientes de hundimiento de la
moneda y del impago de la deuda externa. Y cuanto más presta un
Estado, mayores son dichos riesgos. En la actualidad el servicio
de la deuda de Argentina se aproxima al total de sus ingresos por
importación.
El papel del FMI en Argentina,
como en situaciones similares, no resulta de gran ayuda. En primer
lugar, actúa como "tutor" de un gobierno adicto al
préstamo, prestando enormes cantidades para apuntalar la moneda.
Algunos de los inversores más ricos y con mas información pueden
entonces retirar su dinero antes del inevitable hundimiento, o
incluso peor, pueden enriquecerse especulando contra la moneda
local.
El FMI argumenta que dejar caer
la moneda sería arriesgarse a volver a la hiperinflación. Sin
embargo, eso no sucedió después de que el real brasileño se
desplomara. Ni en el caso del rublo ruso en 1998, cuando el Fondo
también desperdició miles de millones y desangró la economía
con el objeto de sostener una moneda sobrevalorada, y el resultado
de su hundimiento fue incluso más favorable. No sólo la
inflación resultante fue fácilmente manejable, sino que desde
entonces la economía ha registrado el crecimiento real más alto
en dos décadas.
Todo esto está en consonancia
con la teoría económica clásica. No se esperaría una
inflación terrible como resultado de la devaluación monetaria en
un país en el cual las importaciones son una parte relativamente
pequeña de la economía (alrededor del 11 % en Argentina, 7% en
Brasil). Una devaluación de la moneda local acostumbra a ser la
mejor solución en estos casos: abarata las exportaciones del
país y encarece las importaciones, mejorando así la balanza
comercial y estimulando el crecimiento.
El Fondo tiene también otro
papel desestabilizador en estas crisis al fijar objetivos que el
gobierno del país debe alcanzar para "tranquilizar los
mercados financieros". Pero dichos objetivos podrían ser
difíciles de alcanzar políticamente, así como innecesarios o
incluso perjudiciales para la economía.
Y cuando el país fracasa en lo
que se le ha encomendado, la crisis empeora. En el caso de
Argentina, las previsiones del gobierno sobre el déficit
presupuestario se han incrementado de menos del 1 % hasta el 2'3 %
del PIB. Esto constituye una fuerte atadura para una economía que
se encuentra en medio de una larga recesión: en comparación, el
déficit de Estados Unidos fue del 4'6 % del PIB durante la
última recesión (1991), y del 6'1 % en la anterior y más
profunda recesión (1983).
Hace un año la Comisión
Meltzer, una comisión del congreso integrada por miembros de los
dos partidos y establecida para revisar las prácticas del FMI,
aconsejó seguir una serie de pasos para disminuir el tamaño de
la institución, así como también reducir la probabilidad de que
tuvieran lugar repetidos y desastrosos fracasos económicos. Tal
vez ha llegado el momento de poner en marcha alguna de estas
reformas.
Mark Weisbrot es codirector del
Center for Economic and Policy Research (www.cepr.net)
en Washington, DC.