EDITORIAL |
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LA DOBLE CRISIS MUNDIAL |
Redacción |
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La incógnita o duda quedó despejada: no hay tal ralentización de la economía universal, hay una recesión en toda regla. Las locomotoras mundiales del sector se encuentran frenadas en seco o en marcha atrás: crecimiento negativo en USA y Japón, a cero (por ahora) en Europa, la mendacidad económica de la "España va bien", pudiendo ya apenas disimular su mohín y viendo cómo, levantadicas ya un tantico sus haldas, fuerza le es ya enseñar algunas de sus vergüenzas. Riadas de obreros en paro se suceden unas a otras, naciones, como Argentina, en bancarrota, empresas en quiebra, como ENRON, la séptima empresa en importancia de USA que arrastra consigo a decenas de otras empresas americanas, la UE replanteándose el plan de estabilidad, los precios suben o bajan por terapéutica, los impuestos y las tasas hacia arriba, los salarios bajan, el consumo se estanca o retrocede. Las señas son mortales. El panorama se clarifica porque se ensombrece: sobreproducción sin sobreconsumo igual a destrucción forzada de los productos, y, si no bastara, recurso, entonces, al consejo de Malthus, viejo ya de siglo y medio: ¡guerra!, la madre de todas las fuentes de destrucción. Tal es la destructiva salida de todos los superávits acumulados. Todo ello junto ya lo tenemos encima. La clase obrera y los pueblos han de replantearse su actitud ante el fenómeno. De ello depende que sus condiciones de vida sean unas u otras en todo el presente siglo y algo más. Deben replantearse su acción práctica y, puesto que la acción práctica, una vez producida, no puede por menos de tener unos efectos materiales cuyo control excede ya la pura voluntad de los actuantes, fuerza es que, para no errar la vía, si éstos quieren seguir comandando situaciones, recurran necesariamente a otra de las dimensiones de la práctica, como es la reflexión teórica sobre la esencia del fenómeno y las consecuencias y desarrollos entrañados en el mismo. Qué sea la cara externa del capitalismo y cuáles los efectos prácticos inmediatos sobre cada uno de ellos y sus familias, eso lo saben de sobra los obreros, pero se hace necesario que, al menos, un considerable número de ellos sea consciente también de la esencia constituyente de tal sistema de producción, es decir, de cuáles son los avatares y desarrollos por los que obligadamente debe discurrir. Desde el optimismo económico de los primeros teóricos clásicos del capitalismo (Adam Smith, Ricardo), que negaban la necesariedad del comportamiento cíclico, a Eric Roll, Sweezy, Grossman, Dobb y otros, pasando por la sociología revolucionaria de Proudhon y Marx, que ya presentan la crisis del capitalismo no como situaciones coyunturales más o menos acusadas, sino como males estructurales de gravedad creciente inherentes a la propia contradicción interna sobre la que se alza el capitalismo, este fenómeno se viene desarrollando en períodos cíclicos de duración variable, oscilando entre el liberalismo de carácter más o menos radical y el intervencionismo, e inventando sucesivamente fórmulas y emplastos de terapéutica monetaria para sus tres formas de mercado (el financiero, el industrial y el comercial), sin lograr nunca no ya el mecanismo de evitación de la inadecuación del consumo a la producción, sino el que remediara su incapacidad para reproducirse de manera sostenida. Si se tratara de sólo de describir o parafrasear de lejos estos fenómenos, podríamos hasta encontrar en ello un espectáculo de cierto morbo intelectual, pero se trata de situaciones trágicamente reales que comportan violencias, desgarros, hambrunas, miserias extremas y muertes de millones de seres humanos, por lo que se hace necesario, y ya perentorio, abordar de raíz todos estos males, tomar conciencia de la urgencia de la superación de este sistema que está llevando al mundo a una situación de no retorno. Desde 1948, las crisis no son ya debidas a una subproducción agrícola, sino a una sobreproducción industrial. Entre 1857 y 1920 se dieron ocho grandes crisis mundiales. La de 1887 trajo consigo las grandes revueltas de Chicago, la de 1900 tuvo efectos en 1905 con la huelga revolucionaria de San Petersburgo donde nacieron los primeros soviets. La de 1913, en Alemania, abortó en la guerra del 14 al 18 del pasado siglo, la de 1920 ya causó 4 millones de parados en los Estados Unidos, la de 1929 fue incluso ya más que una pura crisis cíclica: conmovió los cimientos de los países industrializados, que buscaron, cada uno, salidas autárquicas: unos, de repliegue sobre sí mismos (el New Deal de Franklin D. Rooswelt), otros, de huída hacia adelante a la busca de mercados, así la expansión japonesa por China, las aventuras africanas de Mussolini o el irredentismo centroeuropeo del nazismo alemán, sustentando de este modo las bases de la Segunda Gran Guerra. La crisis de los años 70, que emergió del déficit comercial y de balanza de pagos en USA se caracterizó, frente a la de 1929, por la elevación de los precios, y el peso de las multinacionales acentuó entonces su carácter internacional. Por otro lado, esta crisis dejó ya de interpretarse como un grave desajuste pasajero, para ser contemplada como la consecuencia del específico proceso de acumulación del sistema capitalista de producción. El momento es, pues, de una gravedad suma, y concierne en especial manera a los pueblos en general y al proletariado en particular. Frente a la situación de los años 70, el mundo está hoy incomparablemente más globalizado. Los efectos de la crisis, son, por lo tanto, de un carácter global tanto más intensificado. Es la hora de la unión de los pueblos por abajo. Es la hora revolucionaria del internacionalismo proletario. Es la hora de la AIT. |