Pasado, presente, futuro |
El Rojo y el Verde |
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Eduardo Haro Tecglen No tengo perspectiva para esta guerra, revolución, grandes maniobras, venganza, doble terrorismo o lo que sea, choque de religiones, lucha de clases. Es difícil calcular cómo va a suceder lo que no se sabe qué es. Debo de estar en la situación de Bush y los que mandan, los del grupo atónito en cazadoras de campaña con la marca de la casa que se reunían en Camp David. Será algo largo y sucio, dicen: las guerras son sucias y siempre largas. Hemos abandonado la idea de la guerra como deporte de caballeros, o 'sola igiene del mondo', que decía el animal futurista mussoliniano Marinetti, de quien tanto aprendieron los fascistas de la modalidad española. Los ministerios de la Guerra se convirtieron en Defensa, y después en del Ejército; los cuerpos expedicionarios fueron en misión pacificadora, y ahora van en misión humanitaria. En todos estos cambios de vocabulario de la canalla lingüista, se nos ha ido el futuro, excepto para los mártires islámicos (que así se llaman ellos; nosotros pervertimos su acción de 'desposesión trágica del yo' por sus teólogos afrancesados llamándoles suicidas o terroristas), que ven claro el cielo. El objetivo más claro de Estados Unidos es mostrar a su pueblo que no está desamparado; pero, al mismo tiempo, tiene que mantenerle amenazado -con el ántrax, o las agresiones químicas, o bombas- para que haga lo que los otros llaman yihad o esfuerzo: o sea, la guerra santa. ¿Es Bin Laden el premio en lo alto de la cucaña? ¿Es todo el islam que se siente vulnerado y humillado y, lo que es realmente peor, hambriento y miserable, que es de donde siempre sale la lucha por la dignidad? No tengo perspectiva para ver el final. No porque no la tenga vital: Matusalén mismo no lo vería acabar. Miro el fondo de los siglos y veo la siniestra ciudad de Jerusalén en aquellos milenios montando esos tinglados de las religiones del Libro, destruyendo y reconstruyendo templos, y organizando matanzas. Mediterráneo -que luego se expandirían a lo más lejano del Atlántico o del Pacífico-: una cuna de locos, visionarios, esquizoides. Y lo de Nueva York, lo de Kabul, todavía sigue de aquello. Se ve el pasado. Ni se vislumbra el futuro, y nadie puede imaginar el futuro si no es con un final |
Moncho Alpuente A la coalición en el poder en la Alemania grande y única le dicen rojiverde, pero sus rojos hace mucho tiempo que empalidecieron y sus verdes acabaron votando a favor de una guerra, se supone que limpia y no contaminante. Los verdes alemanes han perdido casi toda la clorofila en su acercamiento al poder, se han hecho posibilistas y sus posibilidades son un asco, han sido llamados y han acudido a la llamada del gran desfile de los militares y militaristas de Occidente como comparsas de última hora, payasos contratados para atraer a los ingenuos a las gradas del Circus Maximus, en el que los chacales despedazan a las hienas con la colaboración de otros carroñeros, blindados y armados hasta los dientes. El ecologismo es uno de esos valores que los vilipendiados muchachos y muchachas del 68 incorporaron al discurso político, junto con el pacifismo, el feminismo y otros ismos que convenientemente liofilizados y envasados se utilizan ahora como aromatizantes y potenciadores del sabor del pastel electoral. Dijo Orson Welles, hablando de la caza de brujas de Mc Carthy, que muchos intelectuales norteamericanos habían tenido que elegir entre sus ideales y sus piscinas y habían elegido sus piscinas. Los verdes del gobierno alemán, encabezados por su flamante ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, que hace poco tuvo que pedir perdón públicamente por su pasado izquierdista, han elegido las piscinas del poder y han saldado sus ideales pacifistas con el señuelo de la guerra global al terrorismo, un señuelo en el que ni ellos mismos creen, pero hace mucho tiempo, también, que ellos dejaron de creer en sí mismos y en sus ideales. A los alemanes, castigados sin ejército por el siniestro papel del último ejército que tuvieron, parece que les ilusiona volver a demostrar sus posibilidades sobre el campo de batalla, esta vez, desde el bando de los buenos. Sólo 5 diputados de la coalición rojiverde se opusieron con su voto a ese clamor guerrero que inundaba su parlamento en oleadas de entusiasmo. El diputado verde disidente Winfried Hermann, declaró, después de la despreciable pantomima parlamentaria: "Hay que luchar contra las causas de la guerra como la pobreza, la represión y la humillación". Sus presuntos correligionarios del gobierno harán, sin embargo, todo lo contrario porque todas las guerras traen más pobreza, más represión, más humillación, y sobre todo más guerras, que es de lo que se trata. |