Druso Surtupa |
L a sustancia de la
economía es la producción, la distribución es su trama, pero el motor
es el consumo, que conserva, aumenta, disminuye y destruye la sustancia
y amplia, restringe y modifica la trama. Sobre este supuesto -no
demostrado ni discutido aquí más ampliamente- descansa la tesis que
defenderé aquí: el consumo es la nueva praxis potencialmente
revolucionaria so condición de que sea consciente y políticamente
comprometido con el ideal de una sociedad más justa.
Todos llevamos dinero en
los bolsillos, dinero que gastamos en productos que se nos ofertan. Y
esos productos que compramos conllevan un mundo determinado que ayudamos
a producir y reproductor. Si yo compro un producto A fabricado por una
empresa X que paga poco a pocos trabajadores y mal tenidos, porque es
más barato que un producto B equivalente en calidad y función, pero
fabricado por una empresa Y que con el mismo número de trabajadores,
les paga bien y bien tenidos, con mi acto singular de consumo ayudo a
producir y mantener unas relaciones de producción que redundan
directamente en una configuración social explotadora e injusta.
El producto B es más
caro, motivo que decanta las preferencias de un hipotético comprador
hacia el producto A. Si T es un trabajador de la empresa X, que, como se
ha dicho, paga mal a sus empleados y los tiene mal tenidos, es probable
que no pueda permitirse el producto B. De momento sólo está a su
alcance la acción sindical. Ello no obsta para que tome conciencia de
las implicaciones políticas de su propia actividad de consumo.
Sea un trabajador U que
sí puede permitirse adquirir B y postergar A. Si U está en esa
posibilidad y además ha expresado su voluntad de promover un orden
social más justo, tiene al alcance de su mano un modo de contribuir
positiva y eficazmente -si su práctica llegase a generalizarse- a ese
ideal. ¿O es que, después de expresar un compromiso tal, se puede sin
más alimentar un sistema injusto de explotación ahorrando en el
consumo? ¿Es que un hombre realmente justo y comprometido va a
"ahorrar" en la producción de una sociedad mejor; cabe decir:
ahorrará calderilla en la promoción y realización de su ideal? (No se
le pide que dé su sangre, ni su vida, sino tan sólo que se apriete el
cinturón).
El problema crucial al
que se enfrentan aquellos que desearían construir una sociedad más
justa (un mundo mejor) es la carencia de una línea clara y efectiva de
acción. La falta de dirección dispersa las fuerzas, las esteriliza,
causando decepción y apatía. Todo esfuerzo parece destinado a
encontrar su refutación en la naturaleza corruptible de las personas.
Puesto que la inteligencia desprecia el esfuerzo estéril (no así el
corazón, que puede persistir en su pasión de lucha incluso cuando la
elección sólo cabe hacerse entre renuncia o derrota) mucho afán
reformista alimentado por un sincero sentimiento de justicia acaba por
disiparse en la inacción y el escepticismo.
¿Qué conclusión
sacamos de noticias que glosan, por ejemplo, que un país desarrollado
envía cereal a un país en vías de desarrollo y el grano se pudre en
los silos de destino, o que sugieren que los voluntarios de una ONG que
van a un páis para ayudar se convierten allí en mandones que quieren
dirigir y decidir, o que advierten de la venta con fines lucrativos de
una ropa que se donó para los pobres, etc.? La idea de fondo que se
transmite a las conciencias individuales a través de los medios de
formación de opinión y de creación de una "conciencia
colectiva" es: que todo esfuerzo e iniciativa altruistas que
pretendan perfeccionar las condiciones de justicia en el mundo pueden
corromperse y volverse en contra de ese ideal de justicia, y que de
hecho viene ocurriendo así con demasiada frecuencia. Vemos en la
creación de este clima de opinión una intención espúrea: dejad en
manos de los políticos profesionales la resolución de los problemas
porque el mundo globalizado es demasiado complejo; es decir: dejen que
el propio sistema actúe. En suma, se pretende desinflar el afán
solidario, restaurador y de justicia de los ciudadanos y expropiar
subrepticiamente la dimensión política de sus actos.
Ahora bien, no puede
obviarse la raíz de este escepticismo. La cuestión puede formularse
así: ¿Cómo asegurarnos de que nuestro esfuerzo sea inmediatamente
restaurador de la justicia social: inmediatamente, sin intermediarios?
¿Cómo eludir la manipulación?
El sistema económico es
inmune a las pedradas, porque los cristales rotos producen beneficios
ordinarios: ganan el fabricante de vidrio, el cristalero, los
detentadores del poder informativo, la industria papelera... Frente al juggernaut
neoliberal caben: 1) la marginalidad alternativa, 2) pero también y
sobre todo, incidir sobre él desde dentro, manipulando con eficacia las
palancas de su propio mecanismo (eficacia que se medirá en función de
la finalidad política de justicia social): dichas palancas se concretan
en el concepto de consumo.
Durante el siglo XIX y
buena parte del XX el sujeto histórico capaz de plantar cara con
efectividad a los efectos perversos del capitalismo fue el sindicato o
asociación de proletarios. Hoy día, los sindicatos han perdido fuerza
como agentes de cambio y transformación social; algunas causas para
ello son el debilitamiento y escisión del tejido proletario a causa de
la terciarización de la economía, la robotización de la producción,
los índices de paro y la disponibilidad de mercados laborales
desprotegidos que permiten a las multinacionales zafarse de la presión
fiscal, sindical y sociopolítica occidental (efecto de la
globalización o mundialización de la economía); y por otro lado, la
burocratización de los sindicatos mismos, habiéndose convertido buena
parte de ellos en meras oficinas de gestión de despidos asimiladas por
el sistema neoliberal. Ya no se puede esperar de ellos una acción
transformadora de gran alcance. Pero si los sindicatos no pueden
corregir el rumbo, las ONG´s tampoco alcanzan la magnitud de un poder
estructuralmente corrector. El sujeto histórico necesario que pueda
servir de relevo al proletario sindicado sería, y esta es la tesis que
aquí se defiende, el consumidor políticamente orientado o consumidor
político.
El consumo es una
actividad política. Un consumo político es lo contrario del consumismo
ciego (que ayuda a perpetuar en el seno del sistema económico su
tendencia a la explotación impersonal de unos por otros). Ahora bien,
una actividad política requiere: a) rectitud de intención, b)
análisis objetivo e información veraz, c) estrategia y d) asunción de
los costes.
Sobre lo primero y lo
último no hace falta explayarse; se coimplican: rectitud de intención
significa desear realmente una sociedad más justa y no meramente desear
vivir mejor uno mismo; implica por lo tanto una intención solidaria y
el compromiso de asumir los costes. El coste en dinero de un consumo
político será mayor que en un consumo ciego o atento meramente al
ahorro o a la relación calidad-precio; ahora bien, para personas
íntimamente persuadidas de lo que tiene valor, que es actuar con
sentido y contribuir a mejorar las condiciones materiales y
estructurales de vida en una sociedad, el coste ha de parecer más bien
una buena inversión a beneficio de todos, y, por lo tanto, en el propio
beneficio: 1) sobre el fundamento exclusivo del individualismo jamás se
construirá una sociedad que satisfaga atisbos de utopía, y 2) actuar
con sentido y eficacia es quizá la única forma de no perderle el gusto
a la libertad.
Análisis objetivo e
información veraz: el consumo político requiere de ambos factores; lo
primero, un análisis objetivo del sistema económico imperante (objeto
de estudio) centrado en la categoría de consumo como actividad motora y
socialmente transformadora que aúna las dimensiones económica y
política (perspectiva de análisis). La hipótesis de trabajo es la
siguiente grosso modo: considerar que los productores no ofrecen
solamente productos, sino que esos sus productos que ofertan son el
extremo material, el signo, la punta de lanza, de lo que verdaderamente
ofrecen: condiciones de vida para trabajadores, relaciones de
producción, repercusiones medioambientales, gasto energético, etc.;
considerar que los consumidores políticos no consumen el mejor producto
al más bajo precio posible, sino que consumen unas determinadas
condiciones de vida, unas determinadas relaciones de producción, un
determinado modelo de consumo energético, una determinada actitud de
cara al entorno ecológico, etc., y todo ello a un precio justo (no
necesariamente el más bajo); considerar que la generalización de las
prácticas de consumo político conducirían a un cambio cualitativo de
alcance revolucionario (una revolución lenta y silenciosa cuyos efectos
irían destapándose con el saneamiento moral y ecológico del mundo
compartido).
Amén de un análisis
objetivo (y político, por supuesto), el otro aspecto señalado es la
información. La información que tenemos no es veraz: es un producto
que se compra y se vende. Condición indispensable de un consumo
político es una información libre y autógena, no destinada al
comercio sino a la praxis. Los propios consumidores políticos
(agrupados en Ligas Locales de Consumidores Políticos) han de ir
recabando por sí mismos información para un consumo políticamente
orientado: confeccionar listas de productos preferibles y listas de
productos a evitar. La información debe ser centralizada en las
oficinas locales de la futurible Liga de Consumidores Políticos.
En este punto de la
exposición emerge de un modo natural el factor estratégico: la
organización del consumo individual desde dicha Liga, que debe asimismo
ser organizada por la concurrencia de iniciativas individuales una vez
que el análisis teórico se ha revelado válido (objetivo) y operativo.
Cuantas más personas adquieran a título individual un compromiso
político en su consumo diario, mayores serán las posibilidades de
influir, de recabar entre todos información veraz y de sostener
colectivamente el alquiler de un pequeño bajo para centralizar y
exponer públicamente la información recabada: las listas de productos
que promueven la justicia social y la de productos que agravan la
desigualdad y la injusticia. El cometido de las oficinas locales no
sería otro que informar y exponer la finalidad política sobre cuyo
fondo esa información es relevante, y después que cada uno haga de su
capa un sayo.
Una de las máximas del
consumidor político podría ser: No seas adalid de un mundo justo si
sólo te imaginas un mundo en el que tú serías el líder. Con el
modesto consumo cotidiano, ningún consumidor político puede obtener
otra satisfacción que ésta: mi dinero no actúa contra mi utopía; si
mi praxis de consumo surte o no un efecto político no depende ya sólo
de mí, sino de la confluencia de muchas voluntades libres en una
acción colectiva significativa; cabe decir: la satisfacción del
consumo político no se obtiene de los resultados reales de la praxis
individual, sino de la conciencia del resultado posible si se diere una
condición que ningún actor social puede poner por sí solo: que todos
o la mayoría deseemos un mundo más justo, estemos de acuerdo sobre los
medios y estemos dispuestos a pagar la diferencia entre una acción
individualista y una acción política solidaria: comprar, aunque sean
más caros (aunque tengamos que comprar menos), productos políticamente
mejores.
Debemos concebir el
dinero como el valor de cambio universal en el sentido más amplio: no
meramente de unos objetos por otros, sino también de un modo de
producirlos por otro; comprender que efectivamente la infraestructura
condiciona la superestructura y que el dinero, a través del mecanismo
económico del consumo políticamente manipulado, es un elemento
transformador que puede incidir sobre las relaciones de producción,
modificándolas, puesto que cabe dentro de su naturaleza ser utilizado
como valor de cambio de cualquier cosa por cualquier otra: también, de
un modo de producción por otro, de una estrategia de gasto energético
por otra, etcétera.
La libertad y la utopía
deben inspirar nuestras acciones menos románticas: consumir, gastar
dinero. Cambiemos nuestro dinero bajo la especie del dinero que produce
por una sociedad más justa, cada día, en nuestra cesta de la compra.
¿Cómo organizar una
Liga de Consumidores Políticos? Apelo a la experiencia histórica de
colectivos libertarios, de izquierda y sindicatos. Es una propuesta para
el debate y un debate para la acción.
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