Juan Ariza Martín
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C ada vez que se
acomete una nueva reforma sobre los derechos laborales se repite la
misma liturgia. Empiezan los "expertos" a lanzar ideas sobre
tal o cual aspecto del asunto, a esos expertos les siguen a coro desde
los medios de comunicación todo tipo de personajes, más tarde entran
en liza, ya directamente, políticos de aquí y de allá, y finalmente
los "interlocutores sociales" aportan su granito de arena a la
ceremonia. Unos, la patronal, irán más allá, otros, los sindicatos
vendrán más acá, pero ambos dispuestos a negociar y hablar
"democráticamente".
La continua reforma de
los sistemas de pensiones es uno de los campos predilectos de estos
perennes reformadores. Nunca nos falta el comentario de algún experto,
ya sea en derecho laboral, ya sea en economía, ya en demografía,
alarmando sobre la crisis inminente de las coberturas sociales
colectivas, unas veces el objetivo es las pensiones, otras la sanidad,
otras las prestaciones de desempleo o las farmacéuticas.
No hace mucho era la OCDE
la que decía sin ningún rubor, desde sus informes periódicos, que las
pensiones españolas eran demasiado generosas y apremiaba para que los
responsables políticos y sociales se pusieran a recortar prestaciones y
a fomentar la cobertura individualizada, vía planes de pensiones, a fin
de compensar las negras perspectivas que el sistema público de
pensiones español padece, dada nuestra evolución demográfica.
La cobertura colectiva de
las pensiones, o sea, los sistemas públicos de pensiones en los que el
estado garantiza el cobro de una pensión al dejar de trabajar, ya por
edad, ya sea por enfermedad, son el gran objetivo de los últimos años.
Hagamos memoria y veamos
la evolución que van siguiendo las predilecciones de la sucesivas y
acumulativas reformas.
Atendiendo a la forma de
cubrir las prestaciones los sistemas de pensiones puede ser de
capitalización o de reparto. En los primeros cada persona va
capitalizando individualmente con sus cotizaciones la futura
prestación, en los segundos, las cotizaciones de los actualmente
activos financian las prestaciones de los ahora inactivos. Si lo miramos
desde el punto de vista de la cobertura, en los sistemas profesionales
las prestaciones dependen de las cotizaciones que cada cual haya hecho y
por tanto solo tienen derechos los que contribuyen, en cambio los
llamados sistemas universales cubren a toda la población y las
prestaciones no dependen de las cotizaciones particulares de cada cual.
Si nos fijamos en quien garantiza las pensiones, se dice sistema
público cuando es el estado y se llama sistema privado cuando la
cobertura está garantizada por alguna entidad privada.
La tendencia de todas las
reformas es ir de lo universal a lo profesional, del reparto a la
capitalización y de lo público a lo privado.
Cuando se defiende la
separación de las fuentes de financiación del sistema de pensiones, lo
que se está diciendo es que hay que delimitar aquellas partes del
sistema que son contributivas, o sea, que se nutren de las cotizaciones
de trabajadores y empresas, de aquellas otras no contributivas, es decir
aquellas que
se refieren a los complementos a mínimos de las pensiones de menor
cuantía y de las pensiones no contributivas. Se supone que las
prestaciones del primer conjunto se deben nutrir exclusivamente de las
cotizaciones, mientras que el segundo grupo se debería financiar con
las aportaciones del estado por la vía de los presupuestos. Pero si se
defendiera un sistema universal, o sea que cubriera todas las
prestaciones independientemente de las cotizaciones, sería indiferente
de donde provinieran los recursos. La cuestión sería que la caja de la
Seguridad Social recibiría aportaciones de diferentes fuentes
(cotizaciones sociales, aportaciones presupuestarias, etc.) y
garantizaría el pago de unas pensiones también universales para toda
la población en edad o circunstancias de recibirlas. Si tiene sentido
separar esas fuentes es para, seguidamente, demandar el equilibrio
financiero de la parte que se nutre de las cotizaciones, y en pos de ese
equilibrio meter la permanente necesidad de acomodar la cuantía y las
condiciones de cobro de una pensión a esas necesidades financieras del
sistema. O sea, la parte cuantitativamente más importante del sistema
público se somete a cuestiones meramente financieras y, supuestamente,
ajenas a cualquier posición ideológica.
Ahora, sería la
necesidad de que el sistema esté equilibrado financieramente lo que
demandaría las sucesivas reformas y la pensión dejaría de ser un
derecho básico y pasaría a ser una mera transacción comercial similar
a la cobertura que nos pueda ofrecer una compañía de seguros,
aderezada, eso sí, con la inquebrantable adhesión de políticos de
toda laya que juran y perjuran que las pensiones son sagradas, pero en
abstracto y sin entrar en los pormenores.
Ya tenemos el escenario
para justificar las sucesivas reducciones de las prestaciones: ampliando
el periodo de cómputo al hacer el cálculo de la base reguladora;
endureciendo las condiciones de cotización mínima, en número de
años, para cobrar el cien por cien de esa base reguladora; alargando el
periodo mínimo de cotización para el cobro de la prestación,
etcétera.
Se consiguen varios
objetivos con esos recortes. Primero, como hemos dicho, transformar el
sistema en uno de tipo profesional, mucho más insolidario e
individualista que el universal, pero además los colectivos de personas
que quedan al margen del sistema cada vez son mayores, dada la alta
precariedad en el empleo y la, cada vez menor, existencia de empleo fijo
y duradero. Esto, junto al recorte económico de la prestación será la
coartada perfecta para fomentar la constitución de planes de pensiones
individuales como forma de complementar la cada vez más exigua
pensión.
Se ha transformado lo
universal, de reparto y público en profesional, de capitalización y
privado. Pasamos de conceptos colectivos y de solidaridad a individuales
y competitivos, de cubrir socialmente la jubilación o la enfermedad, a
que cada cual se cubra individualmente las contingencias de su futuro.
A todo ello hay que
añadir que la parte del sistema que previamente se había separado, o
sea la parte no contributiva (los complementos a mínimos y las
prestaciones asistenciales no contributivas) no se queda a resguardo de
los recortes. Estos se jalearán desde la necesidad de mantener un
presupuesto del estado equilibrado con el objetivo del déficit cero. Es
decir, las partidas presupuestarias destinadas a cubrir esas
prestaciones vendrán también reducidas amparándose ahora la cuestión
en que, desde el punto de vista del "interés general", el
estado ha de reducir la presión fiscal y por tanto los ingresos
fiscales y de mantener la disciplina presupuestaria, de modo que no
habrá más remedio que mantener un férreo control sobre el gasto
público, y más en la parte de transferencias del mismo como son los
gastos sociales.
La idea justificadora de
toda la reforma es siempre la evolución demográfica de la sociedad. Se
dice que las poblaciones de las sociedades avanzadas, como la nuestra,
envejecen y así la proporción de la población joven respecto a la
vieja va decreciendo. Cada vez hay menos activos para trabajar y costear
las pensiones del cada vez mayor número de inactivos. Las sociedades no
crecen en población, envejecen y la esperanza de vida se alarga, por
tanto la carga a soportar aumenta.
Pero esa idea es falaz en
varios sentidos. Por un lado no se dice que ese problema, si es que
realmente lo fuera, lo sería tanto en un sistema público como en uno
privado, o en uno de reparto como en uno de capitalización. Si el
envejecimiento de la sociedad afecta a su pulso económico este se
debilitará de todas formas y por tanto la rentabilidad financiera de
los ahorros, estén de la forma que estén, se verá afectada. Pero
además cuando se estudian las previsiones a largo plazo de los grandes
proyectos económicos de los más poderosos del mundo, por ejemplo el de
la Unión Europea, en ninguna de esas previsiones se contempla
escenarios de declive económico, sino todo lo contrario.
Pero encima, resulta
paradójico que en un mundo en el que uno de los grandes problemas es el
aumento explosivo de la población que junto a la miseria en la que
viven las tres cuartas partes de ese mundo genera inmensos flujos
migratorios hacía los países más ricos, se diga que, precisamente en
esos países del norte, falta gente para trabajar. Es justamente de lo
que más hay, gente deseosa de venir para incorporarse al trabajo.
Seguir utilizando la
justificación demográfica para recortar la amplitud de los sistemas de
protección social al mismo tiempo que se promulgan duras leyes de
extranjería que prohiben la entrada de miles de jóvenes ansiosos por
suplir a la escasa juventud autóctona, es una hipocresía descomunal y
una desvergüenza intelectual para quien la utilice.
Las razones reales para
desmantelar los sistemas de pensiones son otras. Desde la teoría
liberal, e incluso desde algunas de las ramificaciones modernas del
llamado pensamiento económico Keynesiano inspirador de la izquierda
oficial de la posguerra, se afirma que entre las políticas de oferta
que se han de aplicar para incentivar el crecimiento económico,
destacan las referidas al mercado laboral. Las cotizaciones sociales
actúan, según estas teorías, como un impuesto, generando una pérdida
irrecuperable de eficiencia económica al mantener una "cuña
fiscal" que impide que se emplee más mano de obra. Es decir, que
la diferencia entre lo que la empresa paga y lo que el trabajador cobra,
o sea, las cotizaciones sociales, ha de ser reducido para conseguir que
se contrate más factor trabajo, actuando este aumento de dicho factor
como una palanca para aumentar la oferta total de la economía y el
consiguiente crecimiento económico. Es esta la ideología subyacente en
todas las recientes reformas laborales, tanto las de la
"derecha" (PP) como las de la "izquierda" (PSOE).
Se comprende entonces que
se tenga la idea de que los sistemas de pensiones van a tener problemas
en el futuro, pero no por razones demográficas, como demagógicamente
se afirma, sino porque se está defendiendo que una de las fuentes de
financiación de dichos sistemas, las cotizaciones sociales, hay que
reducirlas. Dichas cotizaciones son consideradas un estorbo en el
mercado laboral. Si además, recordamos que la parte no contributiva
también se defiende que sea reducida por razones presupuestarias, como
dijimos más arriba, nos queda que lo que se está proponiendo es
desmantelar toda una concepción colectiva de la protección social y
dejar dicha protección en manos de sistemas individuales
Asimismo se trata
también de llevar todo el ahorro de la sociedad a los mercados
financieros. Se dice que es ahí donde se obtiene la máxima eficiencia
económica y que dejar grandes masas de dicho ahorro en fondos como la
seguridad social gestionados con criterios ajenos al máximo beneficio y
con criterios de solidaridad, es un derroche. De esa forma se vende al
ciudadano que cada cual cotiza para él y que el fruto, más o menos
especulativo, de sus ahorros será para él exclusivamente. Se consigue
así reunir inmensos volúmenes de ahorro cautivo en manos de los
gestores de esos planes de pensiones que le otorgan un poder económico
y político de magnitud internacional. Los apoyos legislativos a esta
opción son continuos y han recibido la gustosa colaboración de los
sindicatos oficiales, que no sólo han estado de acuerdo sino que han
montado sus propias gestoras de planes de pensiones.
La teoría liberal más
utópica, en el peor sentido de la palabra, viene a reforzar su modelo
de pensamiento también en lo tocante a la cobertura de las
contingencias de la edad y de la salud: la sociedad, para ella, es un
conjunto de individuos que cada uno va a lo suyo y que intenta obtener
el máximo beneficio monetario en cada una de sus decisiones, dentro de
este marco, nada es más eficiente que dejar que cada cual se busque la
vida ahorrando, invirtiendo y rentabilizando individualmente para
asegurarse su futuro. Lo colectivo es ineficiente y despilfarrador por
definición, para estas concepciones.
Por ello los sistemas de
ahorro colectivos en los que cada cual aporte según sus posibilidades y
que garanticen unas prestaciones comunes a toda la población, son
reliquias románticas del pasado. En cambio, los modernos sistemas de
planes de pensiones, en los que el ahorro está individualizado, pero
cuya gestión está
centralizada en manos de grandes agencias inversoras, con más arriba
dijimos, son la panacea. En estas últimas instituciones las inversiones
en los volátiles mercados financieros se guiarán por una buena
combinación de rentabilidad y riesgo persiguiendo poder dar el máximo
beneficio monetario a cada cliente. Cada futuro jubilado se convierte
así en un inversor financiero por delegación. Se ha operado, por
tanto, la transmutación del ahorro colectivo que son las cotizaciones
sociales en ahorro particular y privado. Los criterios de derechos
básicos y solidaridad dejan paso a los criterios de máximo beneficio e
insolidaridad. Lo que antes podía ser una renta del trabajo de cobro
diferido se convierte ahora en una renta del capital. Los futuros
jubilados pasan así a engrosar el ejército del capitalismo popular,
esa cosa tan de moda ahora.
Pero todo ese gran viraje
que hemos intentado describir se ha realizado con la inmejorable
colaboración de la "izquierda". Tanto las reformas en los
sistemas de pensiones, como en los mercados laborales o en las normas
fiscales fomentando los planes de pensiones, se han realizado con la
colaboración de los sindicatos oficiales y los partidos de
"izquierda". Desde la aceptación del falso escenario que los
exégetas del liberalismo plantean con los negros nubarrones
demográficos, o la asunción, asimismo, de las sucesivas reformas
laborales en las que se acometen continuas rebajas de las cotizaciones
sociales, asumiendo, por tanto, el discurso de que dichas cotizaciones
entorpecen la marcha de la economía por la vía del mercado laboral,
hasta dando por victorias propias los conceptos de "separación de
fuentes de financiación" cuando no son otra cosa que la
conversión de sistemas universales en sistemas profesionales y la
antesala de los recortes de las prestaciones.
Sin olvidar la sabrosa
colaboración que los sindicatos oficiales han hecho al meter a miles de
trabajadores en planes de pensiones de empleo, montando sus propias
entidades gestoras de dichos planes y obteniendo sus correspondientes
beneficios económicos por la gestión de esas entidades. Han colaborado
así a que la cultura de los Planes, como forma de mejorar las futuras
jubilaciones, cale entre los trabajadores y abandonemos paulatinamente
el asidero de la protección social colectiva de los sistemas de
pensiones públicos. En vez de caminar hacía modelos solidarios se ha
labrado el terreno para que los modelos más injustos se abran paso.
Y no hay excepciones
PSOE, IU, CCOO, UGT, CGT, … han colaborado de una u otra forma y en
mayor o menor grado a ese proceso. El deambular ideológico de los
últimos años de la supuesta "izquierda" y del sindicalismo
moderno han propiciando en este asunto, como en tantos otros, que la
derecha nos cuele de matute todo un cambio de concepción de la
protección social colectiva que había costado muchos esfuerzos y
tiempo conseguir. |