E l agua es un
elemento esencial de identidad y articulación de territorios, tanto en
la montaña, como en el llano y en las zonas urbanas. En el Libro
Blanco, presentado por el gobierno del PP se ofrece como única
solución la necesidad de realizar grandes trasvases desde el río Tajo,
y sobre todo desde el Ebro (en este caso 1000 Hm3 ) hacia el
sudeste dela Península, y más concretamente hacia la región murciana
y el Levante.
La oferta trasvasista y
el plan de obras de regulación necesarias en el Pirineo para el
desarrollo de esta política son dos caras de la misma moneda, que pese
a ser mutuamente excluyentes han creado un ambiente de expectativas que
satisface a unos y a otros. A unos porque ven en estas grandes obras
hidráulicas la esperanza de que los anhelados trasvases puedan ser un
día realidad; a otros porque piensan que estas obras van a posibilitar
una nueva gran expansión del regadío en regiones de secano aragonesas
y zonas del Levante español.
En Aragón, por ejemplo,
al igual que en el resto del Estado, el debate hidrológico está
profundamente distorsionado por un discurso que todavía ve en el
regadío el talismán del desarrollo económico y social del país, la
prosperidad generalizada y la solución al abandono del mundo rural.
La Administración se ha
mostrado siempre proclive a este discurso del regadío y de la oferta de
agua, no entendiendo el diálogo social en otros términos que no sean
las compensaciones a los directamente afectados.
Pero sin duda alguna los
grandes trasvases promueven un desarrollo desequilibrado e injusto,
concentrando la población en el arco mediterráneo ( promoviendo un
desarrollo turístico insostenible) y desactivando económica y
socialmente las áreas del interior.
Los grandes trasvases
exigirían la construcción de nuevas grandes presas, especialmente en
el Pirineo (Santaliestra, Jánovas, Yesa, Biscarrués,...). El gobierno
central, como el aragonés, desean lo mismo: la inundación de más
pueblos y valles para su propio beneficio en materia de votos, y sobre
todo para llevar a cabo su objetivo: el gran pelotazo hidráulico de
constructoras, hidroeléctricas, multinacionales de gestión de aguas,
grandes propietarios agrícolas, etc.
En medio de esta
situación se desenvuelve el discurso político del agua en Aragón,
diluyendo sus energías en un permanente estado de ambigüedad, incapaz
de modular las exigencias de los grandes sindicatos de regantes, que
partiendo de un sentido patrimonial de los ríos aragoneses entienden
que el estado y la sociedad tienen una deuda histórica con ellos.
Ambos, gobierno aragonés y sindicato de regantes, se mueven en la
paradoja imposible de exigir la ejecución de ese gran plan de embalses
con cargo al Estado, y al mismo tiempo, oponerse a la política
trasvasista.
Repercusiones del Plan
Hasta la fecha actual, la
política hidráulica ha conseguido un desolador balance: 1000 embalses
construidos (con los consiguientes 500 pueblos inundados), la mayoría
para crear regadíos (en los que se utiliza el 80% aproximadamente del
consumo total del agua) en los que se emplea mucha más agua de la
necesaria.
Y el nuevo Plan
Hidrológico Nacional sigue sin plantearse una utilización consecuente
de los recursos hídricos, y proponiendo de nuevo las soluciones más
drásticas a corto y largo plazo: realizar embalses y trasvases.
Qué duda cabe que se
desoyen interesadamente las alternativas lógicas y consecuentes:
disminución de consumos, depuración, control efectivo de la
contaminación continuada de aguas, aprovechamiento de aguas
subterráneas,...
Porque en líneas
generales, el Plan (éste al igual que los anteriores) potencia un tipo
de economía neoliberal, en la que los recursos hídricos son tratados
con fines productivistas y mercantilistas, sin atender a la naturaleza
social y ecológica del agua.
Trataremos ahora las
consecuencias negativas más importantes que acarreará la puesta en
marcha de este Plan:
· se verán afectadas
varias zonas de especial protección para aves
· futuro incierto a
medio y largo plazo de los recursos hídricos, pues no se tiene en
cuenta la reducción progresiva del agua, exagerando la cantidad de
ésta, y no se presta atención al proceso de cambio climático
(disminución de caudal, que afectará al delta del Ebro, provocando la
erosión y progresiva desaparición de éste; aumento de la
contaminación de los ríos; descenso del nivel freático y de aguas
subterráneas; se extenderá la sequía)
· inversiones
multimillonarias en grandes construcciones e infraestructuras con gran
impacto medioambiental y social que solo beneficiarán a unos pocos
(inversiones desorbitadas para proporcionar agua a bajo o nulo coste
para nuevos regadíos; desviación del presupuesto público; beneficios
para las hidroeléctricas, entre otros,...)
· inundación de pueblos
en los Pirineos debido a la creación de nuevos embalses, afectando
irremisiblemente a zonas de gran riqueza ecológica.
Esto es solamente una
muestra de las consecuencias más visibles de esta política
ultradesarrollista del capitalismo que, se mire por donde se mire, es
una auténtica ABERRACIÓN ECOLÓGICA (entre otras cosas).
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