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Cine |
Las trampas de la vida Germinal
C on la caída de las hojas, brotan en las pantallas los estrenos que dan la bienvenida a los espectadores que regresan a la oscuridad de la sala, al recogimiento con ecos de palomitas y sorbos de coca-cola. Las grandes multinacionales nos bombardean con algunos de sus impresionantes proyectos. Así, vemos la enésima comedia de la "novia de América", es decir los Estados Unidos, este año haciendo pareja con otra "estrella", o la atracción de la "producción española", Los otros, del clónico, perdón, niño prodigio Alejandro Amenábar o la inteligencia artificial de ¿Kubrick?-Spilberg.Todas ellas, y la ristra, cual chorizos de cantimpalo, de "productos" nacionales tipo Juana La Loca, Juego de Luna, La Ciénaga, Lucía y el sexo o Salvajes, han tenido una mayor o menor producción, según sus posibilidades. Incluso, cosa rara, la última y discutida película de Eric Rohmer, La inglesa y el duque, se ha estrenado doblada y en salas "normales". Quizás la visión de una conservadora aristócrata inglesa, amante del duque traidor a la monarquía, sea considerada por los distribuidores más comercial que cualquiera de las anteriores. Pero a ninguna de ellas voy a dedicar las líneas de esta colaboración. Por encima de todas, sin apenas más promoción que el consabido boca a boca, creo que se deben dedicar a un modesto film argentino, de verdad, fruto de un concurso de guiones organizado por su productora al que optó un desconocido, en España al menos, Fabián Bielinsky. Me refiero a Nueve reinas. Una película destinada a pasar con más pena que gloria, ha logrado destacar y permanecer en cartel mucho más tiempo del que normalmente hubiera estado, gracias a su impactante desarrollo argumental, a su capacidad para sorprender a los espectadores, a su ajustada interpretación y, sobre todo, a la credibilidad de sus protagonistas. Esta película es de las que cuesta trabajo no destripar al lector. Le quitaría gran parte de su sustancia al potencial espectador a quien, por supuesto, se le recomienda que acuda al cine de su ciudad a ver las aventuras de estos dos estafadores que viven la historia de un complejo negocio que se les presenta como la gran oportunidad de su vida. Como dice la publicidad, Nueve reinas es como un juego de cajas chinas que encierran cada una una sorpresa. Incluso el propio título lo es. Sin un gran presupuesto, con los simples mimbres de un espléndido guión y la frescura de quien escribe de corrido algo que siente y vive. Algo más de veinticuatro intensas horas en las que el burlador es burlado, el más listo termina siendo el más tonto y hasta lo que no puede ser es: que en Argentina un gallego no sea un español. Tan conseguida está que el espectador acaba por caer en la trampa. Pero no importa, no es un fraude, sino un retazo de la vida el que va desfilando ante sus ojos. Con las mismas falsas realidades. Un cine comprometido con su realidad más inmediata. Un cine que no vuelve la cara a las contradicciones en las que vivimos. Algo que se agradece en estos tiempos no ya de censura, no hace falta siquiera, sino de auto-censuras. De falsos espejos que reflejan falsas verdades. Del conmigo o contra mí. Como si, por fin, se hubiera cumplido el viejo deseo del fin de la historia. Hasta tal punto llega el dislate que toda una alianza militar, formada por los ejércitos más poderosos del mundo, declare la guerra a un solo hombre. ¿Una broma? No, la seguridad de quien piensa que su verdad es la única. Como la del cazador cazado, como la de Marcos y Juan. Película para no perderse. De verdad. |
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