Sólo el destino de unas
cuantos está escrito en las estrellas y el de los más en la azulina
vulgaridad de la tinta burocrático-mercantil de los registros. Poco o nada
podían imaginar los que serían «hermanos de la costa» que, para llegar a ser
tales, hubieran de darse una colección de desatinos nacidos de la miopía de
los escribas y ecónomos de El Escorial. Es opinión común sellar el fracaso
imperial español en un proteccionismo derivado tanto de razones religiosas
como económicas (vid. Pierre Vilar, "Los primitivos españoles del
pensamiento económico. Cuantitativismo y Bullonismo" en Crecimiento y
Desarrollo). La historia de los bucaneros comienza tras el exterminio de
la población indígena de Haiti, cuando los habitantes españoles abandonaron
la isla para buscar fortuna en Méjico y Peru, dejando tras de sí grandes
manadas de ganados salvajes y cerdos cimarrones. Clark Russel en la Vida
de William Dampier describe a los ingleses y franceses que se asentaron
en aquel lugar «A mediados del siglo XVII la isla de Santo Domingo, o La
Española, como se llamaba entonces, estaba invadida e infestada por una
singular comunidad de salvajes: hombres fieros, insolentes. zarrapastrosos.
Principalmente se componían de colonos franceses, cuyas filas aumentaban, de
cuando en cuando, por la abundante contribución de los suburbios y arrabales
de más de una ciudad europea. Esta gente andaba vestida con camisas y
pantalones de género ordinario, que se empapaba en la sangre de los animales
que sacrificaban. usaban gorros redondos. zapatos o botas de piel de cerdo y
cinturones de cuero cruda, donde introducían sus sables y cuchillas. Se
armaban también con mosquetones que lanzaban un par de balas de dos onzas
cada una. Los sitos donde secaban y salaban las carnes los llamaban boucans,
y de este término vino el nombrarles bucaniers o buccaneers, según nuestro
modo de escribirlo. Eran cazadores de oficio y salvajes por hábito.
Perseguían y mataban ganado vacuno y traficaban con su carne, y su alimento
favorito era el tuétano crudo de los huesos de las bestias que arcabuceaban.
Comían y dormían en el suelo: tenían por mesa una piedra: sus almohadas eran
troncos de árboles, y su techo era el cálido y rutilante cielo de las
Antillas».
Suelen olvidarse con
frecuencia dos grandes contribuciones de los bucaneros a la sociedad
occidental. El término Boucan (del que deriva bucanero) es el término
francés que designa el sitio donde se ahuma la carne, donde se hace cecina
(su etimología deriva del caribe bucacuí). Carson Ritchie (Comida y
civilización), ha señalado la importancia que tuvieron estos desterrados
en la fortuna de las expediciones navales de largo recorrido, pues según sus
palabras «tal vez sea el episodio más extraño del relato que cuenta cómo los
alimentos cambiaron el curso de la historia; me refiero a la era de los
bucaneros». La segunda contribución omnipresente en nuestras sociedades fue
la gorra: «La parte más interesante del equipo del bucanero era su gorra. Se
trataba de un sombrero moderno con todo el borde recortado, excepto en su
parte delantera, para darle sombra a los ojos. Fue el precursor de las
gorras de los jinetes y de los jugadores de béisbol» (ibid. Carson Ritchie).
Expulsados por batidas de
castigo de los españoles, los bucaneros encontraron refugio en la isla
Tortuga, y posteriormente en Port Roya1 No poco contribuyó a crear su
leyenda el libro de Esquemelin, Bucaneros de América, que ya
circulaba en Arristerdam en 1678 (la primera edición española se hizo en
1681 y la inglesa en 1684). Frente a la sanguinaria leyenda posterior, los
primeros «hermanos de la costa» fueron una institución radicalmente
democrática, y precursora del sistema de pensiones.
Esquemelin da cuenta de ello:
se notificaba a los interesados la fecha exacta de embarque, indicándoles la
cantidad de pólvora y balas que creían que cada uno debía aportar para la
expedición. Una vez a bordo se reunía el consejo para decidir el rumbo y
buscar provisiones que eran robadas, por supuesto. Es interesante el modo de
reparto de los víveres durante la travesía: la ración para cada bucanero se
componía de tanto como cada uno pueda comer en dos sentadas al día, sin usar
peso ni medida: ni el capitán ni miembro discreto de la tripulación podían
contravenir tal estipulación. ni en la cantidad ni la calidad del manjar.
Una vez avituallados se reunía de nuevo el Consejo para acordar ciertas
estipulaciones que se pondrán por escrito y que todos quedaban constreñidos
a observar cantidad que le correspondía a cada particular por el viaje,
extraídos del fondo que quedará constituido con el acopio común de lo que se
atrapara. En caso contrario, la ley pirata establecía: si no hay presa. no
hay paga. En el documento se consigna lo que se le debe al capitán por el
barco, el salario del carpintero y la paga del cirujano; por último se
establecía la recompensa para cada uno de los heridos o lisiados. La tabla
de abajo indica el sistema de retribuciones estipulado por mutilación, se
acompaña de su valoración en dólares y la igual asignación de un trabajador
en los años 30, fecha de la fuente (tomada de T. W. Blackburn, The
insurance field).
Piratas |
Piezas de a ocho |
Equivalente en $ |
Trabajadores modernos en $ |
Brazo derecho |
600 |
579.0 |
520 |
Brazo izquierdo |
500 |
482.5 |
520 |
Pierna derecha |
500 |
482.5 |
520 |
Pierna izquierda |
400 |
386.0 |
520 |
Un ojo |
100 |
96.5 |
280 |
Un dedo |
100 |
96.5 |
126 |
Los bucaneros observaban gran
orden entre ellos, y estaba terminantemente prohibido apropiarse de nada en
particular. Además era habitual juramentarse para no esconder algo a los
demás. Si alguno contravenía tal compromiso era separado de la sociedad,
pero solían ser atentos y caritativos entre ellos.
Si bien los bucaneros no
fueron el primer contingente de turistas organizados. Desde los argonautas
(tanto del egeo como del pacífico), las expediciones fenicio-cartaginesas.
las razzias vikingas, las estructuradas caravanas de los comerciantes
venecianos, los exploradores, las compañías de comercio inglesas y
holandesas, y tantas otras expediciones anónimas que han tenido por objeto
el intercambio, hay cientos de noticias de viajes fantásticos y plagados de
dificultades y sorpresas. Sin embargo, en la historia de los primeros
hermanos de la costa hay un elemento que nunca se había dado (aun cuando en
muchos tiempos y lugares, el impulso de sobrevivir hubiera llevado a
organizaciones similares) ni volvería a darse. El compromiso igualitario de
los desheredados en un medio hostil. Ya no es tierra y libertad lo que
habrán de reivindicar estos azarosos héroes de la historia, sino un espacio
nuevo que ensancha los confines de la libertad. Una vida que se inventa
donde no había condiciones para ello, y que ya jamás volverá a darse con la
progresiva extensión de las legislaciones sobre el mar y sus derechos. Sin
dios ni amo, ni lugar donde instaurar el surco mágico de la posesión (ver la
creación ritual del espacio en Ivan Illich, H2O o las aguas del
olvido), los bucaneros descubren su propia libertad como único señor a quien
servir. Desde esta óptica es donde las fanfarrias del poema de Espronceda
dejan escuchar, sobre el fondo, el himno de la libertad inagotable.
Empujados al turismo forzoso,
los bucaneros son el mejor exponente del ámbito especifico que inaugura la
cárcel de la libertad.
Dios Córides |