Retratos de pie

"En un café de Berlín, Unter den Linden, cuya particularidad era el gran número de periódicos alemanes y extranjeros que era posible encontrar allí, tropecé una tarde con dos rusos de gran estatura, cuya fisonomía era notablemente hermosa y expresiva y que, entonces, pasaban por inseparables: eran Turgenev y Bakunin". De este modo, describe el literato Pavel Annenkov, en 1841, su primer encuentro con estos dos gigantes, no sólo por su "alta estatura", del pensamiento social y de la literatura rusa. Turgenev y Bakunin, el gran escritor de la nueva Rusia interesado en aquel mundo de la gente sencilla y campesina, un extraño todavía en la cultura imperante, y el "revolucionario de profesión" que con su pensamiento y su actividad contribuyó a incendiar el ya turbulento ochocientos europeo.

Dos amigos que, por largo tiempo, en su juventud, tuvieron estrecha relación y que juntos participaron en los fermentos culturales de la sociedad europea, impregnada por las teorías hegelianas y que ya estaba incubando las profundísimas transformaciones políticas y sociales que habrían de realizarse en la segunda mitad del siglo. Dos fuertes personalidades que compartieron intereses y esperanzas, pero que, difícilmente, hubieran podido convivir y entenderse por mucho tiempo. Y, de hecho, pronto sus caminos se separaron. De esta su camaradería juvenil quedó, sin embargo, una pequeña obra maestra, la primera novela escrita por Turgenev en 1856, Dimitri Rudin, en cuyo joven y romántico pero irresoluto protagonista, muchos han querido ver, además de un larvado y conmovedor autorretrato, también y sobre todo la figura de Miguel Bakunin.

Escrito cerca de quince años después del fin de su amistad, el relato deja traslucir la progresiva separación humana e intelectual de ambos, y, de hecho, el "retrato de pie" que emerge de él, absolutamente el primero, creo yo, que presenta un protagonista anarquista en una obra literaria,

entiende acentuar algunos de los defectos tan típicos de la generosa pero abstracta intelectualidad rusa, todos ellos compendiados en la figura del agitador de primeras armas.

Rudin-Bakunin, en efecto, es allí representado como el arquetipo de una figura "no positiva" (por decirlo de modo políticamente correcto), que encontrará otros ejemplos de pareja grandeza en las obras sucesivas de Dostoievski, Goncarov y Cerniysevski. Hablador fascinante, sustentador sin prejuicios de las nuevas teorías que vienen a sacudir la tranquila sociedad rusa, hechicero de modos generosos y apasionantes, Rudin, sin embargo, indeciso e inseguro en poner en práctica sus propias ideas, es también un idealista débil destinado quedar como tal, incapaz de superar la distancia entre palabra y acción. Es el primero de los numerosos "hombres superfluos" incapaces de transformar las también brillantes reflexiones en fuerza de voluntad que Turgenev esbozará con retratos y descripciones. Y, con una cierta acrimonia, el autor se complace en representar en el protagonista de esta novela, sustancialmente privado de verdaderos elementos dramáticos, las debilidades de carácter y la no siempre lineal coherencia, haciéndole incluso realizar acciones indignas de los principios que, por otro lado, sostiene.

Pero, ya se sabe, Bakunin no se quedó en el estereotipo juvenil contado por Turgenev y supo, por el contrario, dar a la propia existencia una impronta fuertemente vital. Hombre de acción y de vida dada a la aventura, presente en el fuego de las situaciones, incansable organizador y propagandista, eficaz ejecutor de las teorías revolucionarias que lo animaban, su biografía es un verdadero y propio monumento al romántico ímpetu vitalístico tan típico de su siglo. Y de esto, evidentemente, tuvo que darse cuenta también Turgenev que, en una versión posterior de su Rudin, en 1860, añadió un largo epílogo que buscaba rescatar, y en un cierto sentido también contradecir, el planteamiento narrativo precedente. Rudin, en efecto, aquel mismo Rudin en otro tiempo "hombre superfluo" murió heróicamente en las barricadas del Paris revolucionario de 1848.

Massimo Ortali

Tomado de A Rivista Anarchica, n1 288, marzo 2003

Diálogos entre historia y literatura

Turgenev y Bakunin

 

 

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