EDITORIAL

¡¡MÁS MADERA!!

Sprint hacia la democracia totalitaria

Redacción

 

El ínclito Suárez, Adolfo, el farruquillo él, el que no se arrugó ante Tejero y que, sin embargo, fue el primero en pedir el indulto para el general Armada, hombre el más próximo al "Elefante blanco", cúpula éste, a su vez, de la conspiración febrerina del 81 del pasado siglo, este Suárez, decimos,anda ahora, ante las desavenencias de pepés y sociatas, volviendo a pedir consenso, el mismo que pidió en 1978 para sacar adelante el pastiche de la Constitución. Duque y todo, anduvo una temporada mohíno y retiraillo él, pero, testigo de altísima excepción, se acabó imponiendo la sensatez de ver que había que hacerle honor a sus méritos y resarcirle. Nada de importancia, unos carguillos por aquí y por allá, algo de fuera, otro poco de dentro, una u otras presidencias por aquello del símbolo. Total, nada, naderías, y pelillos a la mar. Y no deja de tener sentido que, precisamente en los momentos actuales, se haga tal petición y se utilice para ello a tal figura, pues se trata ahora de consensuar otro pastiche, sólo que éste es aun más morrocotudo.

Ya, tiempo atrás y desde estas mismas páginas, anunciábamos que las "democracias", ante la necesidad de mantener sus prácticas notoria y flagrantemente lesivas de derechos fundamentales, se verían en la inminente necesidad de inaugurar convulsas etapas de actividad legífera, a fin de producir textos "legales" que, amparando sus prácticas y evitando su escándalo, tranquilizaran "legalmente" las conciencias de la burguesía intelectual bienpensante. Esta situación es ya, pero sobre todo se irá haciendo cada vez más evidente en todo el espectro democrático, aunque, dentro de ese mismo campo, habrá mayores o menores diferencias, según la tradición, raigambre y grado de profundidad del régimen en cada Estado. En lo que se refiere a España y dada la forma en que, desde el franquismo y en pura continuidad, se accede al "espectro democrático", las disfunciones y contradicciones se hacen más flagrantes. El pastiche constitucional de 1978, en aras de un consenso forzado, estaba obligado a ser intrínsecamente contradictorio, en cuanto que no era el producto del discurso razonado de una óptica política, sino una amalgama de intereses opuestos de principio, que permitían la antinatural copresencia de, por ejemplo, la libertad de conciencia y la obligación incontestable de servir a la patria, o, también por ejemplo, el derecho a la autodeterminación y la unidad indisoluble de la nación España. Abrir el melón constitucional, camino de superar tales contradicciones, en un clima de intereses que no se renuncian y de cobardías políticas manifiestas, no parece interesar a nadie, porque aquí ocurre una situación muy similar a la que se daba entre Eugenio D´Ors y su secretaria a la que, después de haberle dictado un texto, le preguntó con su voz de bajo: - "¿está claro, señorita?". - "Sí, sí, muy claro, Don Eugenio. - " Pues oscurescámoslo", le respondió el filósofo con su acento cataláunico. Igual aquí, el texto constitucional no es oscuro por casualidad, sino por esencia. Y, en este clima y prevalido de que las circunstancias de un pueblo adormilado le han permitido la dirección absoluta de los destinos hispánicos, el PePé está dispuesto a apurar la situación hasta el extremo: reformar la judicatura para que el tercer poder sea un puro eco del primero, desplazando, arrinconando o eliminando a aquellas partes de la misma que no se le sometan; reformar el ejército, el Centro de Inteligencia, las fuerzas de seguridad, promoviendo que los presupuestos se polaricen hacia ellos, en total desequilibrio con el resto, para hacerlos, a la vez que centralizados, prepotentes, de manera que nuestra nación exceda, proporcionalmente, con mucho al resto de las naciones en el número de policías y que las prácticas de éstos se distancien de las del resto de las policías "democráticas"; reformar la ordenación universitaria y docente en general, con la LOU y la Ley de Calidad, para asegurar su control, la primacía del jerarquismo y la orientación elitista de todos los dispensadores y manipuladores de tecnologías, como medio de dominio político, económico y social, a la vez que se previene contra desarrollos de la libertad de pensamiento ingratos para ellos. Y ya, como guinda cimera coronando el pastel aznarino, la generanda Ley de Partidos Políticos, que, con tal denominación, está destinada a ser la ganzúa con la que se allane cualquier morada político social que el sistema o régimen entiendan como peligrosa para su subsistencia o estabilidad. En ciernes todavía, la defienden con ardor religioso e imbuidos de presciencia absoluta. Por ejemplo, Acebes, que, años atrás, daba la impresión de ser una monjita en medio de papeles administrativos, hoy es ya un león con tono de fiera corrupia, y sabe de antemano, lo sabe porque lo sabe, sabe que "ningún tribunal europeo aceptará ningún recurso contra ella", contra la veneranda Ley. Las formas en que Garzón entendía perseguir a las juventudes vascas y otros estamentos "en torno a ETA" tropezaban con ciertas dificultades en la Audiencia Nacional, y ello obligaba a ciertas cosas feas por lo manifiestas, por ejemplo, a dar una patada en el culo pero hacia arriba a su presidente, a eliminar descaradamente a tres jueces de prestigio etc. Feo, feo. Había que buscar la manera de no pasar por ahí, la manera de condenar a alguien no por lo que haga, sino por lo que no haga, no por la palabra, no por el hecho, sino por lo que guardas escondido en ese tu maldito y recóndito corazón. El imperativo legal tiene derecho a forzar tu conciencia para que digas la palabra, ¡venga, dila! ¡ vae no dicturi ! ¡Ay de los que no la digan! ¿Habeas corpus? No, para nada. ¡Sabias deducciones de la gente guapa, como Rajoy, eso es lo que vale! ¡Estrategas decididos, de aliento militar, que saben anticiparse al delito, eso es lo fetén! ¡Regreso del Santo Oficio y del sacro espíritu de Torquemada, eso es lo propio! ¡Ay, aquellos tiempos!, tiempos en los que, para ganar una oposición a cátedra de filosofia, había que partir de la solemne declaración "hago profesión de fe escolástica"; tiempos en los que, si ibas por la calle y empezaba a sonar el chero, tachero, a la hora del parte, debías pararte y extender el brazo a la romana, hasta que terminara el himno. ¡Esos eran tiempos! Lo demás son garambainas. Porque "una cosa es ser demócrata y otra ser tonto", que dijo un prócer letrado que fue ministro de trabajo cuando el incendio del Scala.

Arriba lucha antifascista