enezuela
parece encaminarse resueltamente hacia una crisis económica, política y
social sin precedentes desde mediados del siglo XX, la cual podría
desembocar en una guerra civil como la que vive Colombia en la actualidad
¿Cómo caracterizar esta coyuntura venezolana?
En primer lugar, la
crisis es producto del desenvolvimiento de las luchas de clases y de la
inevitable polarización a la que conduce en América Latina cualquier
programa de transformación social.
En el continente donde
se asienta el poder imperial de Estados Unidos, las reformas, por tímidas
que sean, suelen ser ahogadas en la sangre de cruentos procesos
contrarrevolucionarios.
Y el gobierno de Chávez
tiene el mérito de haber introducido en la vida pública venezolana una
reforma de fundamental importancia y de perdurables efectos: después de
largas décadas de hueca e inconsecuente retórica democrática, su gobierno
le confirió un sentido de dignidad a las clases y capas populares de ese
país. Después de Chávez, ser mulato, mestizo o negro deja de ser estigma,
y esto explica tanto la intensa adhesión de los sectores más pobres y
marginados hacia él, como el odio que su figura suscita entre los ricos
que, no por casualidad, son casi todos blancos, catires y de ojos azules.
Pocas veces se ha visto
una superposición tan diáfana entre clase y color, como la que afloró en
Venezuela tras la caída del régimen surgido del Pacto de Punto Fijo.
Los significativos
avances sociales consagrados por la Constitución bolivariana, la módica
reforma tributaria que afecta fundamentalmente a las petroleras
extranjeras y la moderada reforma agraria impulsada el año pasado, unidas
a la caída de los ingresos petroleros, la devaluación del bolívar y la
fuga de divisas, pusieron el condimento económico necesario para tensar la
cuerda de la lucha de clases.
En ese marco, hay que
reconocer que el gobierno de Chávez ha cometido algunos errores, algunos
graves, y ha incurrido en no pocas torpezas que alimentaron la fuerza de
la oposición, al paso que desencantaba a sus seguidores.
En este rubro, hay que
anotar desde el exagerado personalismo de la gestión presidencial -que en
condiciones de crisis como las actuales desgasta innecesariamente la
imagen del mandatario- hasta las vacilaciones de la política económica, la
persistencia de la pobreza y el desempleo, así como el deterioro de los
servicios públicos.
Maquiavelo recordaba que
los reformadores irresolutos, como Chávez, conjuran contra sí el peor de
los mundos: la parcial y desconfiada lealtad de los beneficiados por sus
reformas y el total antagonismo de sus damnificados.
Por eso, Chávez se
parece tanto a Allende (presidente de Chile, derrocado por el golpe de
estado encabezado por Pinochet, pero auspiciado, como se ha demostrado con
documentos, por Kissinger, la CIA y los Estados Unidos, el 11 de
septiembre de 1973).
Pero el correcto
descifrado de la coyuntura sería imposible, al margen de un análisis de la
situación global de América Latina y el demencial belicismo desplegado por
Washington después del 11 de septiembre de 2001.
En este sentido, la
temprana oposición de Chávez al Plan Colombia y a la militarización del
conflicto que desgarra a ese país -manifestada no sólo en declaraciones,
sino en negativas concretas a la utilización del territorio y del espacio
aéreo venezolano para intervenir en la lucha antiguerrillera- ha suscitado
la cólera de Washington, que si no dio lugar a mayores represalias fue
sencillamente por la necesidad de preservar una fuente confiable y cercana
de abastecimiento de petróleo (la otra es México), en momentos en que dos
de los principales productores mundiales de crudo, Irán e Irak, están
indicados como posibles blancos de ataques nucleares estadounidenses, y en
que un tercero, el Estado-cliente de Arabia Saudita, ha entrado en un
peligroso ciclo de creciente inestabilidad política y social.
Chávez irritó también a
Estados Unidos por su estratégico papel en la revitalización de la OPEP
(Organización de Países Exportadores de Petróleo), su desafiante y poco
política visita a países tales como Irak, Irán y Libia; su acercamiento al
Mercosur, a través de su fluido diálogo con Fernando H. Cardoso,
presidente de Brasil, y su rechazo del ALCA; su negativa a endosar la
dizque "guerra al terrorismo", lanzada por Bush Jr. luego del 11 de
septiembre, y su condena a las operaciones militares en Afganistán y,
last but not least, por las buenas relaciones que ha
establecido con La Habana, lo que ha permitido, entre otras cosas,
introducir una promisoria novedad en el comercio internacional sur-sur, al
concretar un programa de intercambio de petróleo, que a Venezuela le
sobra, por atención médica, donde los cubanos sobresalen por su
excelencia.
Es obvio que en un
continente como éste el precio que se paga por seguir una política
exterior así de independiente es muy elevado.
De ahí, el temporal
retiro del embajador estadounidense de Caracas, las ofensivas
declaraciones de Colin Powell, en relación con las actitudes de Chávez
frente al "terrorismo", y la extraordinaria campaña propagandística
destinada a satanizar a Chávez y a su gobierno, precisamente cuando en
Argentina naufragaban trágicamente las políticas del FMI (Fondo Monetario
Internacional) y del BM (Banco Mundial).
Eliminar al chavismo
aparece ante los ojos de los estrategas de Washington como prerrequisito
para "normalizar" la situación colombiana y para poner fin, con un castigo
ejemplar, a un gobierno que ha desafiado las directivas del imperio en
materia de política exterior y, en parte, interior.
En todo caso, si alguien
tiene dudas acerca de lo que Chávez significa para Venezuela y para la
izquierda en general, una rápida ojeada al abanico de sus adversarios
políticos las elimina por completo.
En la vereda de enfrente
se encuentran el gobierno estadunidense, los grandes grupos económicos y
la banca extranjera, los tradicionales monopolios de la prensa y los
medios de comunicación de masas; la dirigencia sindical más ligada a la
corruptela de AD (Acción Democrática, encarnación en Venezuela de la
Internacional Socialista) y Copei (sucursal local de la Democracia
Cristiana), todos bendecidos por el inédito fervor democrático de la
jerarquía católica y alabados y ensalzados por los medios de comunicación
estadunidenses y la Sociedad Interamericana de Prensa, la misma que jamás
abrió la boca ante el centenar de periodistas desaparecidos en Argentina y
que ahora se escandaliza ante los supuestos avances del chavismo sobre la
prensa más libre de las Américas, y donde el nivel diario de insultos y
calumnias, no sólo de críticas, a la figura presidencial no tiene parangón
en ninguna otra parte.
Esta es la formidable
coalición que se le opone a la revolución popular bolivariana, encarnada
en Chávez, y que levanta, sin mayor convicción y con menor credibilidad,
las banderas de la "democracia y la justicia".
La combinación de
presión externa y desestabilización interna suelen ser fatales para
cualquier gobierno.
Pero Chávez aún tiene
una reserva de legitimidad que se deriva de su papel histórico y de las
seis impecables elecciones ampliamente ganadas, algo que difícilmente
pueda borrarse con un cuartelazo promovido por Washington y ejecutado por
socios tan impresentables como los antes enumerados.
Por otra parte, es
ilusorio suponer que, con el importantísimo respaldo popular que aún
cuenta -y que probablemente se acreciente en cuanto el pueblo vea en
acción a sus rivales-, Chávez abandone el poder sin ofrecer batalla. Sería
lamentable llegar a este violento desenlace, pero la historia enseña que
las condiciones del conflicto las fijan los actores más irresponsables e
inescrupulosos, y la oposición antichavista unida a los halcones de
Washington parecen haber escogido la vía de la violencia y están
procurando que Chávez acepte sus términos.
9 de abril de 2002.
Voz Libertaria